Luis Miguel del Bahia
HAVANA TIMES — Mi chica se despertó con fiebre y mal semblante. Preocupados partimos para el galeno. Lo que se suponía debía ser un alivio, se convirtió en una pesadilla.
Al llegar, como hay brote de dengue, la reconocieron e inmediatamente se reportó a un centro de cuarentena.
Al menor síntoma de éste –léase fiebre-, te ingresan en un hospital. Pero esto supone mayor riesgo para el paciente ya que estará expuesto a todo tipo de bacterias y microbios.
Negarse implica una multa de 300 pesos, la mitad de un buen salario cubano. Estaba resulto a evitar el ingreso a cualquier precio porque hay métodos para prevenir el contagio –mosquiteros, etc.-.
No es imperioso, por tanto, someterse a jeringas reutilizables que por mala esterilización puede contagiar una enfermedad más grave.
Desde la posición del estado estaba claro: el menor de los males. Pero desde la del individuo no: nadie quiere verse o ver a los suyos del otro lado de la cuarentena. Más aún cuando es sólo una sospecha.
Ingresarla junto a otros enfermos sí es contribuir a que se contagie. No sólo se está abusando del procedimiento, sino que está muy mal empelado.
Pero en qué parte del mundo no se salvaguardaría la salud pública a costa de aislamientos, pensaba yo: en ninguno… Hasta el más democrático emplearía medidas radicales si fuera necesario.
Infección renal dieron los resultados, y a pesar de no requerirse ambulancieros, todavía es posible que vengan los chicos de Kaspersky.
No hay forma, pues, de escapar de dios y el estado… ahora tampoco del dengue.
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