El circo político de Cuba: Las maromas y los aplausos

Haroldo Dilla Alfonso*

Foto: Caridad

HAVANA TIMES, July 20 — Cuando vamos al circo a disfrutar de los maromeros, solo les dispensamos un breve y cortés aplauso al comenzar el acto, como diciéndole al actor cirquero que esperamos algo bueno de él.  Pero el aplauso sostenido lo damos al final, si la maroma realmente nos satisfizo.

Así es y así siempre ha sido.  El aplauso es un reconocimiento a la calidad de la maroma, no a su intención.  Mucho menos a una intención que solamente sospechamos.

Aplaudir antes de la maroma es regalar los aplausos.  Y regalar aplausos, tanto en el circo como en la política, nos expone al desplante o a la impericia del maromero.  Y termina fortaleciendo inmerecidamente el ego del destinatario de los aplausos.

Repito, tanto en el circo como en la política.

Y me detengo en esta imagen, porque existe un sector de analistas  — bien informados y seguramente aún mejor intencionados — que expresan un cándido entusiasmo por los movimientos que perciben en la realidad cubana contemporánea.

Lo digo a favor de los analistas entusiasmados, tras tanto tiempo de inmovilidad, chapucerías, arrebatos seniles y desinstitucionalización, lo que está pasando en Cuba de la mano de Raúl Castro (quien obviamente fue parte de todo lo anterior) excita la imaginación.  Y por consiguiente intentan colocarse al lado de los movimientos, estimularlos, explicarlos a “los-que-no-entienden” y eventualmente ser partes intelectuales del “cambio.”

Tengo varias razones para discrepar de estos colegas y considerar los aplausos como despilfarros emotivos.

La primera es que tras el supuesto temor a equivocarse que Raúl Castro invoca para justificar su pasmosa lentitud para tomar decisiones, la élite política cubana esconde sus propias incapacidades, sus contradicciones internas cuajadas de compromisos de todo tipo y la interacción perversa de los intereses mercantiles con los pruritos del poder burocrático.

Y ha venido haciendo todo esto a lo largo de un quinquenio de estancia en el Palacio de la Revolución, a pesar de que hablamos de una economía calamitosa sostenida por subsidios externos y una población que disminuye y envejece, comprometiendo el futuro de la nación.

No se trata de que en La Habana haya buenos reformistas y malos inmovilistas.  Hay una clase política postrevolucionaria que echa mano a una y otra cara de Jano según las necesidades.  Y eso, obviamente tiene un costo.  Los chicos de Machado Ventura no son una excrecencia del sistema, son parte orgánica de él.

Y en consecuencia, al cabo de cinco años lo que tenemos es muy poco y, con más frecuencia de lo que desearía, también escenarios más negativos.  Tenemos, en nombre de la lucha contra el paternalismo y el igualitarismo, más pobreza, más desprotección social, más inequidad y más incertidumbre frente al futuro.

Para hacer todo esto manejable, tenemos la misma represión de antes, la misma intolerancia, la misma carencia de libertades y derechos y la misma exclusión de la comunidad emigrada.  Y tenemos la misma pretensión estado-centrista que fija la cantidad de oficios que se pueden ejercer, el tipo de organización que puede existir y el calibre de la crítica que se puede hacer.

No hay nada que indique el menor síntoma de reconocimiento a la autonomía social, a la tolerancia, al respeto a la diversidad.

Pueden argumentar, los que aplauden, que algo se mueve.  Y tienen razón.  Hay pasos positivos, pero que siguen siendo pasos en función de la sobrevivencia, aistémicos, intrascendentes ante la tremenda crisis que enfrenta la sociedad.

No hay propuestas coherentes que hablen de un nuevo proyecto de país y de sociedad.  Que es lo que realmente necesitamos, con todos y para todos.

Foto: Caridad

Porque lo que vemos moverse es la actividad de una élite económica emergente desde el top del incipiente sector privado y desde la tecnocracia empresarial apoyada por los militares.  Una élite emergente que busca asociarse, golosa, a los inversionistas extranjeros en las marinas, los campos de golf, los hoteles, las maquilas y, en el futuro, probablemente en el petróleo.

Porque en última instancia la maroma que se aplaude es una reestructuración económica en detrimento del consumo popular y en beneficio de la élite emergente y de la clase media subsidiaria, minorías para las que se han implementado los pasos más “espectaculares” que indicarían alguna movida del tablero político: el derecho a usar teléfonos móviles, a alojarse en hoteles, a viajar como turistas y comprar casas y autos.

Siguiendo con los aplausos, quienes palmean desde las gradas pudieran creer que —según el mito neoliberal— cuando algo se mueve en la economía en función del mercado, crece la sociedad civil y se liberaliza el sistema.  Pero también aquí es probable que se regalen aplausos, pues efectivamente puede generarse un mayor espacio para la sociedad civil pero no necesariamente para la democratización.

Una sociedad civil remitida a un funcionamiento corporativo y acotada por las reglas mercantiles es perfectamente compatible con un sistema político autoritario, e incluso lo refuerza si la economía resulta lo suficientemente dinámica como para cubrir con sus excedentes los hiatos políticos.

Reconozco que en el escenario cubano hay que ser muy realista y pragmático de cara a los cambios.  En lo personal me resultan tan repugnantes políticamente los dirigentes cubanos que durante muchos años se han revolcado en sus incapacidades para dirigir un país, todo en nombre del socialismo; como la ultraderecha revanchista del exilio que ha hecho mucho capital —económico y político— con el tema del anticastrismo, y todo en nombre de la democracia.

Afortunadamente se podrá prescindir de los últimos, pero lamentablemente no de los primeros.  La élite política cubana —militares, tecnócratas, burócratas— es una pieza inevitable de la construcción del futuro cubano.

Foto: Caridad

Pero si alguien cree que prodigando aplausos a destiempo va a ser reconocido como un interlocutor por ello, comete dos errores.

El primero es no evaluar el precio moral y político que están pagando al aplaudir lo que no existe y en cambio no condenar lo que sí existe.

El segundo es no tener en cuenta que si se produjera un “cambio” en las actuales circunstancias, la élite no tendría necesidad de dialogar a excepción de con aquellas instituciones que ya han sido seleccionadas para mover la política lo imprescindible para que los cambios económicos funcionen.  Por ejemplo, la Iglesia católica.

Con ello no quiero decir que no esté dispuesto a aplaudir.  Pero solo después de la maroma que conduzca a una nación próspera, equitativa y democrática.

Solo aplaudiré maromas que conduzcan al pluralismo, la autonomía y la gestión social, las libertades públicas para todos y todas, el estricto respeto a (y la responsabilidad estatal con) los derechos sociales, políticos y civiles, la democratización entendida como la capacidad de la gente para participar e incidir en las tomas de decisiones, la descentralización estatal y el fomento de formas diferentes de propiedad.

Y no creo que el Gobierno cubano haya dado paso alguno en esta dirección.

Por eso no aplaudo.  ¿Y Usted?

(*) Publicado en Cubaencuentro

One thought on “El circo político de Cuba: Las maromas y los aplausos

  • Me encanto esto, Haroldo, Gracias

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