Editorial irlandesa sobre la situación en Nicaragua

HAVANA TIMES – Decenas de ciudadanos irlandeses con vínculos con Nicaragua, que se remontan a la época de la Revolución Sandinista de 1979 y la Guerra de la Contra de la década de 1980, han estado llevando a cabo una campaña de información durante el último año, sobre la situación actual en el país centroamericano.

Poco a poco, las personas que una vez apoyaron al gobierno sandinista, encabezado por Daniel Ortega, se han dado cuenta de la transformación del exguerrillero, de libertador a opresor, a medida que el país ha cerrado el círculo en los últimos 40 años.

El martes, el Irish Times, uno de los principales periódicos de Irlanda, publicó un editorial que verifica la información de los ex miembros de las brigadas de solidaridad.

Lo republicamos en su totalidad: 

La opinión del Irish Times sobre Nicaragua: la lucha continúa

Volver al punto de partida en el país que alguna vez fue un ejemplo para los aspirantes a las democracias

Manifestantes, en Managua, frente a una línea de policías antimotines durante una protesta contra el Gobierno del presidente nicaragüense Daniel Ortega. Foto: Reuters / Oswaldo Rivas

Este año, Nicaragua debería estar celebrando 40 años de progreso desde que el movimiento sandinista tomó el poder y derrocó al régimen represivo de Somoza. En lugar de eso, en una profunda ironía, está llegando a más de un año de brutal represión por parte del Gobierno frente a las protestas contra el régimen del presidente Daniel Ortega, uno de los autores de la Revolución de 1979.

En la década de 1980, Nicaragua atrajo a grupos de jóvenes activistas irlandeses idealistas, conocidos como brigadistas, quienes ayudaron a la causa recogiendo la vital cosecha de café del país.

En los años después de la Revolución, el movimiento sandinista supervisó la redistribución de la tierra, la introducción de la asistencia sanitaria universal y una campaña efectiva de alfabetización. El mes pasado, más de 50 de estos brigadistas irlandesas presentaron una carta al embajador nicaragüense en Irlanda, en la cual se quejaban del trato violento a los manifestantes desarmados y pedían que se celebraran elecciones libres y justas.

Se estima que más de 500 personas han muerto desde que comenzaron las protestas contra los recortes a los beneficios de la seguridad social, en abril de 2018. Al menos 60 mil han huido del país y viven en el exilio. Muchos manifestantes permanecen en prisión, a pesar del compromiso del Gobierno de liberarlos, y en medio de denuncias de tortura.

La nación está al borde del “caos económico total”, según el antiguo aliado de Ortega, Rafael Solís, quien a principios de este año renunció a formar parte de la corte suprema nacional. Como lo expresó Human Rights Watch, al Gobierno de Ortega se le ha permitido cometer “abusos atroces contra críticos y opositores con total impunidad”.

Este poder opresivo, arrebatado a gran costo al régimen de Somoza, ahora está en manos de Ortega y de su esposa y vicepresidenta, Rosario Murillo. Ortega y su familia controlan todas las esferas del Gobierno y el poder judicial y las fuerzas de seguridad.

Nuestro propio presidente y alguna vez antiguo compañero de Ortega, Michael D Higgins, debe estar observando los acontecimientos con interés, si es que no lo hace con horror, ya que el hombre que visitó la casa de Higgins para tomar el té, en 1989, no atiende los pedidos de que se ponga fin a la represión violenta.

En la década de 1980, Nicaragua se convirtió en un ejemplo de la aspiración de la democracia y los logros de los movimientos populares. Lamentablemente, la lucha continúa.