Desde mi ventana: la vida con nadie

Texto y fotos por Maria Isabel Campos  (El Toque)

Las tizanas fueron el medicamento más efectivo durante la cuarentena.

HAVANA TIMES – Hace meses regresé a vivir a la casa de mi madre. Regresé tras la ruptura definitiva de un matrimonio de dieciséis años, con un niño de doce, a una casa donde hubo planes de remodelación y vida familiar, pero otro rumbo fue marcado.

Mi hijo pasaría la cuarentena con su padre: allá viven también sus primos y tíos, y las necesarias teleclases podían ser atendidas mejor entre todos.

Me quedé sola. Mi casa, mi historia, mis recuerdos y mi vida recomenzaron en cuarentena.

Los riñones me jugaron una mala pasada y ante la falta de medicamentos y los problemas de sueño, las tizanas ayudaron mucho.

Sentarme en mi balcón se convirtió en una rutina y un privilegio. Bajo el edificio se encuentran dos de los mercados más surtidos de Santa Clara. Los gritos y aspavientos de la cola llegaban lo mismo al mediodía que de madrugada. Comencé a fotografiar la vida fuera de mis paredes, la que veía y escuchaba desde mi ventana.

La vida que no compartía con nadie.

Cada día me propuse organizar una parte de los tres cuartos, vacíos de gente.
Desde mi ventana podía ver a las personas en la cola, algunas separadas a un metro bajo el sol, otras agrupadas bajo los árboles.
Los dos primeros meses fueron devastadores, en cuarentena y alejada de mi hijo.
Las colas frente a mi edificio se alargaban por varias cuadras.
Las colas me recordaban el preludio de una final de béisbol afuera del estadio Augusto César Sandino de Santa Clara.
De las noticias escuchaba lo necesario para saber que pasaban los días.
A Mr. Wilson lo trajo un día mi hijo; lo recogió en la calle y fue mi única compañía por un tiempo.
Mi prima, en Nueva York, superó la COVID-19 a sus 28 años, luego de dos meses en terapia intensiva.
Por los cristales de mi ventana se filtraban la ansiedad y las luces del día.