De la ayuda soviética a la solución rusa ¿la misma historia?

Embajada de la Federación de Rusia en La Habana, Cuba. (Foto: @SDKoleksiyon / Twitter)

Por Mario Valdés Navia (Joven Cuba)

HAVANA TIMES – Aunque en los sesenta y dos años que hoy cumplo creí haberme preparado para casi todo, confieso que nunca espere ver al primer secretario del PCC reunido con una delegación de empresarios extranjeros donde se adoptara la decisión de fundar un centro para preparar: “transformaciones económicas en Cuba basadas en el desarrollo de la empresa privada”.

El proyecto incluirá, por la parte cubana, a representantes del BCC y de ministerios clave, y seguramente de GAESA aunque la fuente no lo menciona. Por la parte rusa, a expertos del Centro de investigación Estratégica, el lnstituto de Pronósticos Económicos y el influyente think tank Instituto de Economía del Crecimiento, P.A. Stolypin.

¿A qué vendrán a Cuba estos expertos en desmantelamiento de economías socialistas estatizadas y creación de economías capitalistas autoritarias de carácter periférico? ¿Si durante treinta años el Gobierno/Partido/Estado se ha mostrado reacio a transformar el obsoleto y criticado modelo de socialismo de Estado y aplicar las reformas propuestas por economistas cubanos, a que viene ahora esta decisión súbita de privatizar a lo ruso? ¿Volverán cual deja vú los tiempos de la “entrañable y eterna amistad con la URSS”, representada ahora por la Rusia imperial de Putin?

Piotr Arkádievich Stolypin en 1908, cuando era primer ministro y ministro del Interior del zar Nicolás II de Rusia. (Foto: Pinterest)

Cuando empecé mi vida laboral, a inicios de los ochenta del pasado siglo, los asesores soviéticos campeaban por su respeto en cuanta entidad económica y social importante existía en Cuba. Aunque no las dirigían abiertamente, sus consejos debían ser escuchados y puestos en práctica por los cuadros de los centros, que respondían ante sus jefes por ser receptivos y complacientes con los representantes del big brother.

Así fue hasta que Gorbachov dijo que aquello nunca había sido un verdadero socialismo y que eran precisas la reestructuración (perestroika) y la transparencia informativa (glásnost). Cuando los asesores soviéticos empezaron a repetir los mantras perestroikos y a inundarnos con publicaciones críticas, sus días en Cuba estuvieron contados.

El Proceso de Rectificación de Errores y Tendencias Negativas (1985-1990) intentó blindar el modelo estatizado al apelar a la retórica voluntarista inicial de la Revolución. La exhortación a la conciencia y al trabajo voluntario, así como la negación de las relaciones mercantiles y de la incipiente iniciativa privada, trajeron como resultado la paralización del crecimiento y el debilitamiento del país casi en vísperas de la terrible crisis del Período Especial, que comenzaría en 1991.  

Al menos desde 1993, economistas cubanos vienen proponiendo reformas endógenas para devolver el país a los derroteros del crecimiento y el desarrollo a partir de una economía mixta, donde los diferentes sectores de propiedad compitieran y se complementaran a través del mercado y la planificación indicativa. Nunca sus opiniones han sido tomadas en serio por los decisores como proyecto integral, sino seleccionando a cuentagotas cuáles, a qué ritmo y hasta cuándo deciden aplicarlas.

Desde que la crisis de los noventa eclosionó, se efectuaron procesos de debate colectivo encaminados a que la ciudadanía ofreciera criterios sobre qué hacer para “Salvar la Patria, la Revolución y el Socialismo”. El análisis del “Llamamiento al IV Congreso” en 1991, la reforma del 92 a la Constitución, las medidas de reestructuración económica  de 1993, los “parlamentos obreros” de 1994 y la llegada al poder de Carlos Lage y un grupo de jóvenes dirigentes; hicieron creer que existía una voluntad de cambio en la dirección del país. No obstante, el carácter no vinculante, sino propositivo/consultivo de los procesos, dejó la toma de decisiones en manos de los históricos.

En la segunda mitad de los noventa, el agravamiento de las contradicciones con EE.UU. y la quimera de la Revolución Bolivariana retrotrajeron el país a los cauces tradicionales del centralismo y la conducción voluntarista. Ello se concretaría en la Batalla de Ideas y el Juramento de Baraguá. Desde 1999, las asociaciones mixtas y las empresas autorizadas a realizar operaciones directas de comercio exterior fueron reducidas, eliminados los negocios inmobiliarios extranjeros, y revivida la animosidad hacia el trabajo privado. El colmo de los horrores fue la decisión de  desmantelar la agroindustria azucarera, pilar de la nación.

Cuando Raúl fue nombrado presidente (2008), en su discurso inaugural se refirió a la necesidad de iniciar reformas para: “encontrar los mecanismos y vías que permitan eliminar cualquier traba al desarrollo de las fuerzas productivas”. Con este fin se enviaron delegaciones a estudiar los procesos de reforma en diferentes países, sobre todo en China y Vietnam.

Sin embargo, los modelos de socialismo de mercado que hicieron prosperar a esos países debieron parecer muy liberales al Gobierno/Partido/Estado, siempre renuente a estimular otras formas de propiedad, permitir el retorno de los exiliados y debilitar su control absoluto. Una vez más, la mirada de los decisores se dirigiría hacia los grandes poderes mundiales en busca de apoyo.

Desde entonces las preferencias del grupo de poder hegemónico estaban claras. Entre las conversaciones secretas con EE.UU. para restablecer relaciones, y los nexos crecientes con la Rusia imperial de Putin, no había mucho interés en experimentar nuevos caminos, sino en salvaguardar sus fortunas y posiciones de privilegio confiados al cuidado de su fuerza de tarea de élite: los tecnócratas militares del holding GAESA.

El grupo de poder en Cuba tiene nexos crecientes con la Rusia imperial de Putin. (Foto: Monarquías.com)

La crisis del modelo y la inopia, enajenación y desesperanza de la población son tan grandes actualmente, que el anuncio de estos pasos anticonstitucionales en el ámbito económico, político y social, no solo ha sido ignorado por los medios oficiales hasta nueva orden, sino que asimismo fue eludido en los núcleos del PCC, universidades, instancias intelectuales e instituciones.

Tal parece que la idea imperante en la mayoría es: si aparece una manera de echar a andar la economía y salir del marasmo actual, bienvenida sea; poco importa si es el capitalismo periférico, atrasado y autoritario de Putin, o una invasión alienígena. Ya una vez fuimos aliados de la antigua URSS y no la pasamos tan mal como estamos ahora.

Esta manera de pensar, además de la cobardía política y vergüenza intelectual que simboliza, encierra no pocos errores históricos y de concepto que valdría la pena tener en cuenta. Lo fundamental es el contexto histórico: las Cubas de 1960, 1971 y 2023 son muy diferentes.

Al empezar las transformaciones revolucionarias y agudizarse el conflicto con EE.UU. a punto de una inminente agresión militar (1959-1960), existía una superpotencia rival interesada en sostener la rebeldía cubana frente al poderío estadounidense, algo inédito en este hemisferio. Tener que adoptar a rajatabla el socialismo de Estado soviético no era exactamente algo coyuntural, motivado por el escenario de hostilidad norteamericana; desde 1959 quedaba claro que el modelo autoritario-militar implantado no venía del Kremlin sino de la Sierra Maestra.  

Diez años después, el fracaso de la Zafra de los Diez Millones fue realmente el hecho, entre todo el experimento de idealismo voluntarista, que agotó el patrimonio de la nación y condujo al grupo de poder a decidir que solo podría salir del embrollo atravesando las horcas caudinas del campo socialista y aceptando su modelo sin muchas condiciones. Desde 1971, los asesores soviéticos de marras se encargarían de supervisar que Cuba, beneficiada con los subsidios soviéticos, hiciera las modificaciones necesarias en todos los campos para ser un miembro pleno del CAME y aliado privilegiado de la URSS en su puja con EE.UU. por el dominio mundial.

Otra es la situación en 2023. Aunque a los históricos se han sumado los continuistas, por razones biológicas, el Poder continúa monopolizado por el mismo grupo militar-burocrático y sus descendientes. Sus proyectos para preservar y reestructurar la hegemonía del grupo, pasan por lograr una reanimación de la economía sin que pierdan los privilegios acumulados. Y es aquí donde entronca el debate de los modelos a aplicar y las necesarias reformas por hacer en el país.

Ni el fomento del sector no estatal, ni las experiencias de transición al capitalismo globalizado en países ex socialistas de Europa del Este, ni el socialismo de mercado chino-vietnamita garantizan la estabilidad de los privilegios de ese grupo. En países de Asia y África ha ganado difusión el denominado Modelo Birmano, donde los jerarcas militares se han distribuido las riquezas nacionales en forma de propiedades agrarias e industriales, compartiendo el poder con señores de la Guerra, oligarquías locales y capitalistas nacionales y extranjeros; pero eso tampoco parece ser aceptado por el alto mando cubano.

Durante años, sus capitales de riesgo han sido colocados a una carta ganadora: la reanudación de relaciones con EE.UU. y la afluencia masiva del turismo estadounidense. Sin embargo, esto puede demorar, porque sus enemigos acérrimos en el poderoso país parecen tener más poder que el propio Biden y los sectores demócratas y republicanos que favorecen la normalización. De ahí la opción aparentemente inusitada de una solución rusa.

No obstante, Cuba se parece poco al País de las Nieves y sus satélites ex soviéticos, y la economía insular tiene poco que ofrecer a un modelo que requiere grandes ingresos nacionales. Para privatizar hay muchos sectores y empresas, pero mientras en Rusia la poderosa mafia local asumió, junto a los inversores extranjeros, el rol de grandes emprendedores y sacaron a la luz sus capitales mal habidos para la compra de empresas y financiar a presta nombres provenientes de la alta burocracia partidista y estatal; en Cuba no creo que pueda hacerse otro tanto.

Por demás, en momentos en que la guerra de Ucrania amenaza con llevar a la ruina al régimen de Putin, paréceme muy arriesgado que Cuba se asocie con la oligarquía rusa en un proyecto a largo plazo como este. ¿Acaso se trata de un gesto de presión hacia la administración Biden, especie de remedo y recordatorio de lo que ocurrió en 1960? ¿Serán los asesores del Instituto Stolypin los nuevos compañeros de viaje solo hasta que el grupo de poder hegemónico pueda integrarse plenamente en los circuitos del capitalismo globalizado?

Lo más importante en la solución de este problema es la posible reacción del sufrido y sobre-explotado pueblo ante el paquete de medidas draconianas que acompañará irremediablemente una transformación de ese tipo. ¿Acaso no son suficientes las que se han venido tomando desde hace décadas para aligerar al Estado de sus cargas?

Si ya los miembros del grupo de poder y sus descendientes ostentan abiertamente sus fortunas mal habidas, ¿cuánto más soportará el pueblo que un puñado de familias enajene hacia su peculio la propiedad pública, supuestamente administrada por el Estado? Entre los que mueren, envejecen, no nacen, o se van, ¿quiénes van a quedar para trabajarle a la nueva clase capitalista cubana, asesorada por los flamantes especialistas rusos?

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One thought on “De la ayuda soviética a la solución rusa ¿la misma historia?

  • Saludos, Esto no tiene arreglo, al menos por ahora. Este centro, que permiten constituir, es para darles largas al asunto. Se volverá un ente académico! Que sabes cuando comienza pero no cuando terminas!

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