Cuba y La Regla de la Mano Derecha

Por Alejandro Langape

“Hay cosas que no sabemos para qué sirven y son los clientes quienes nos explican”, asegura Elina. Foto: Ronald Suárez Rivas / Granma.cu

HAVANA TIMES – Uno de los peores recuerdos de mi etapa como estudiante de preuniversitario se relaciona con las clases de Física, especialmente con aquellas en que nos explicaban la Regla de la Mano Derecha. No es que yo sea zurdo, o que la Física se me diese especialmente mal, pero confieso que aplicar correctamente dicha ley me costó lo mío.

Eso sí, no solo aprendí a colocar mi mano correctamente para luego dibujar flechas en los cuestionarios, sino que en lo adelante he sabido que, aunque no nos gusten, las leyes marcan nuestro universo, ya sea en la física, la química, la biología o la gramática.

¿Por qué traigo a colación mis lecciones escolares? Pues, porque pienso en las leyes que marcan el desarrollo económico de cualquier nación y que, gusten más o menos, se cumplen inexorablemente aquí, en China o en Bulgaria.

Tras años de modesto crecimiento económico, en la prensa cubana siguen apareciendo, a falta de estadísticas como el comportamiento de la inflación o el índice de precios al consumo, noticias sorprendentes. El oficialista diario Granma, en su edición del pasado 17 de junio, trae un artículo que demuestra que, como yo en mis años de estudiante, hay quienes se resisten a entender leyes que parecen muy claras.

El artículo en cuestión se titula La asignatura pendiente de los inventarios ociosos, y lo firma el periodista pinareño Ronald Suárez Rivas. El autor habla de productos de todo tipo que han permanecido por años en almacenes, sin que las empresas a las que se asignaron encontrasen un uso para ellos.  

Según los datos que ofrece el escrito, el importe de esos recursos varados en almacenes ronda los dieciocho millones de pesos (hablamos solo de una provincia). Ante estas cifras, uno se pregunta quién y para qué realizó esas compras, quién las supervisó.

¿Cómo es posible que se compren materiales y productos que no se usen durante años? ¿Cómo se explica que se adquieran tecnologías que luego no son factibles instalar y sus componentes duerman el sueño eterno en lugares que no siempre reúnen las mejores condiciones?

En cualquier país del mundo, el dueño de una empresa con bienes que no tengan uso alguno, o que se empleen muy de vez en cuando, diseña estrategias, campañas, organiza jornadas de rebaja de precios para intentar venderlos, consciente de que el margen de ganancias se minimiza e incluso puede ser negativo, pero, al menos, intentando compensar el costo original y que la no salida de estos materiales no conduzca a la quiebra, ni limite la capacidad de almacenaje.

Pero he aquí que en Cuba lo de las rebajas, así sean mínimas, suele pensarse mucho, obviando que, salvo los cuadros, las antigüedades en general y el vino, todo producto se deprecia en el tiempo, o sea, pierde parte de su valor original.

Así, la solución del Estado cubano ha sido habilitar tiendas para la venta de estos inventarios ociosos a un precio 42 por ciento superior al declarado con las empresas, lo que dejaría un margen de ganancia que supera en casi dos veces el costo del producto en cuestión. Vamos, nada de vender al menos cerca del precio de costo, hay que sacar ganancias a un activo envejecido y sin utilidad alguna, aunque ello vaya contra toda lógica.

Lo peor es que esa mentalidad de obtener ganancias, aún de lo que no se usa y ni siquiera se sabe muy bien para qué pueda servir, está enraizada en las mentes de nuestros empresarios y cualquier voz discordante que apele a la sensatez, al respeto a leyes que han prevalecido por sobre modelos sociales y tendencias ideológicas, recibe la condena aplastante de las autoridades gubernamentales.

El hashtag BajenlospreciosdeInternet, twiteado y retwiteado cientos de veces en estos días, apelando a que la comunicación de los cubanos con el mundo no equivalga al salario mínimo de un mes (un gigabytes de datos móviles, válidos solo por treinta días, equivale a 250 pesos, un valor de salario mínimo fijado años atrás) fue tomado como provocación por nuestras autoridades, y los precios de prendas de vestir y calzado en nuestras “shoppings” siguen siendo superiores a los que fijan esos pequeños empresarios que te venden lo comprado en Ecuador, Panamá, República Dominicana, Guyana o la lejana Rusia, mientras algunos alimentos producidos acá se venden como exóticos manjares, demostrando que se sigue y seguirá apostando por márgenes de ganancias que al menos dupliquen los costos ya sean de producción o importación.

Según el artículo de marras, muchos productos parecen destinados a regresar a los almacenes, como los discos de 3/2 absolutamente obsoletos, o aditamentos cuya utilidad no conocen siquiera las vendedoras. ¿Resulta entonces una alternativa la apertura de estas tiendas? ¿Se puede rebajar inventarios sin reducir precios? ¿Por qué se siguen comprando artículos sin tener previamente definido su uso? ¿De qué economía planificada hablamos?

Supongamos que una situación como la de Pinar del Río sería extrapolable al resto de la nación. Estaríamos hablando de activos con un valor de más de ciento cincuenta millones de pesos que permanecen en almacenes, que seguramente tienen riesgo de deterioro y pérdida de propiedades.

Para un país donde la disposición final de residuales parece una encrucijada sin salida y la capacidad de compras en el exterior se reduce por falta de financiamiento, se impone una solución rápida e inteligente. Pero bueno, esperar eso de un régimen que se niega a entender que el mundo cambia a ritmo de vértigo, parece más difícil que hacer comprender a un estudiante de preuniversitario la Regla de la Mano Derecha.