Cuba, una Navidad partida entre el «aquí» y el «afuera»
HAVANA TIMES – Toca verlos en las fotos que mandan por WhatsApp. Sonríen en alguna plaza con un árbol de Navidad a las espaldas. Otras veces están sentados a la mesa con platos llenos, velas encendidas, copas burbujeantes y adornos coloridos. Este fin de año, muchos de los cubanos que quedamos en la Isla experimentamos los festejos de diciembre a través de los que han emigrado. Respiramos aliviados al concluir que se han salvado del abismo.
«¿Tostones o yuca?», le pregunta una vecina a su esposo de cara al menú para la Nochebuena. Solos, tras la emigración de sus dos hijas, intentan mantener la tradición y, a pesar de las estrecheces, celebrar el próximo domingo en familia. El problema es que ya no les quedan en Cuba parientes que invitar a la cena, nietos a los que agasajar con regalos ni planes que trazar junto a su prole, en esta tierra, para 2024. Están tan solos como la estrella que brilla en la punta del arbolito.
«Me da igual, total, si somos tú y yo nada más», le responde él ante las opciones para comer. Jubilado y, en su momento, defensor de lo que ahora llama despectivamente «esta cosa», mi vecino sabe que el pasado verano, cuando cumplió 79 años y congregó en una foto a sus hijas, sus yernos y sus nietos, estaba también logrando una instantánea ya imposible, que nunca volverá a repetirse. Valencia, Miami y la fría Estocolmo son los nuevos hogares de aquellos que hace unos pocos meses posaban en la imagen junto a él, un cake, algunas cervezas y Negrito, el perro anciano de la familia.
Desde hace semanas, la pareja solo sonríe cuando ella, más diestra con la tecnología, llega casi saltando a decirle que «las niñas» [sus nietas] le escribieron, que a una le va bien en la escuela y la otra está haciendo nuevas amistades. Se emociona cuando cuenta cómo el marido de su hija mayor está contento «friendo hamburguesas y ganando por primera vez dinero de verdad», aunque en Cuba era ingeniero. Si los vecinos le preguntan, siempre repite: «Bien, les va muy bien, por lo menos no están aquí».
«Aquí» es el lugar donde el próximo domingo los dos ancianos pondrán el mantel bordado por la abuela, fallecida hace diez años, sacarán los vasos altos y la fuente de porcelana, con flores de un intenso color azul. «Aquí» descorcharán la sidra que les mandó la hija menor, comerán despacio, se harán anécdotas de cuando el mayor de los nietos se cayó tratando de dar sus primeros pasos o de aquel momento en que uno de los yernos se accidentó en la moto. Luego llegarán los postres, el brindis y ellos repasarán otra vez las más recientes fotos recibidas de allá «afuera».
«Afuera», sus hijas y sus nietos habrán conocido por primera vez la nostalgia, la nieve y la multiculturalidad. Se harán selfis ante las vidrieras iluminadas, tratarán de llamar tres veces al día «a los viejos» que quedaron en la Isla, pero la pésima calidad del servicio a internet en Cuba frustrará parte de esos deseos. «Afuera», reencontrarán amigos, conocerán a otras personas, se insertarán en un nuevo entorno laboral y también atravesarán las dificultades del recién llegado. «Afuera» se ha convertido en su «aquí».
En Cuba, los abuelos habrán acordado no darles preocupaciones. «Que no nos vean tristes», dice ella. «Que no se angustien por nosotros», agrega él. Así que para calmar cualquier inquietud, la noche de este domingo pondrán música, filmarán un breve video mientras descorchan una botella, mostrarán a Negrito durmiendo sobre una butaca y, justo una semana después, agregarán otras imágenes lanzando un cubo de agua desde el balcón de la casa para pedir un mejor año nuevo.
«Aquí», todo se centra ahora en no intranquilizar a los que se fueron. En que no noten la soledad en que se han quedado miles, cientos de miles de personas. Mis vecinos no quieren que sus hijas los vean cómo se mira al que no alcanzó espacio en el último bote salvavidas. Desde «aquí» toca darles ánimos a los emigrados y vivir a través de ellos, en las fotos que mandan desde «afuera» por WhatsApp.