Cuba sigue en crisis macro y micro

Foto: Jodi Newell

HAVANA TIMES – Cuando más calor hace en este país, el Gobierno reconoce la existencia de una nueva crisis seria con la generación de electricidad, entre falta de combustible y mal estado de las plantas generadoras.

No es nada nuevo, pero luego de haber tenido un mes (desde mediados de julio hasta mediados de agosto) bastante flojo en cuanto a apagones, al menos en La Habana, ya volvieron a aparecer los baches, con el consecuente enfado de la población.

No es de extrañar, cuando esta semana se divulgaron las cifras oficiales de inflación interanual del mercado formal de Cuba, que llegó en julio al 30,48 por ciento, prácticamente la misma tasa del mes anterior, según informó la Oficina Nacional de Estadística e Información (ONEI).

Asimismo, la variación del Índice de Precios al Consumo (IPC) con respecto a junio fue del 0,83 por ciento por encima, con lo cual se elevó la acumulada en lo que va de año a 18,78 por ciento.

Según la ONEI, los productos y servicios con mayor incremento interanual fueron Bebidas alcohólicas y tabaco (50,48 por ciento), Restaurantes y hoteles (36,71 por ciento), Alimentos y bebidas no alcohólicas (35,17 por ciento) y Transporte (32,58 por ciento).

Todos estos rubros, potenciados por la escasez de oferta estatal por un lado y el surgimiento de nuevos emprendedores privados (incluidos en el informe mensual por primera vez), cuyos precios están regidos por la incontrolable tasa de cambio del dólar estadounidense frente al peso cubano, causante de que prácticamente todos experimentaron subidas interanuales por encima del diez por ciento, salvo Recreación y Cultura (9,32), Comunicaciones (0,75) y Salud (0,72), porque prácticamente son monopolios estatales.

Los efectos innegables de la pandemia de la Covid-19 y el endurecimiento de las sanciones estadounidenses bajo la Administración de Donald Trump (2017-2021 y mantenidas por la actual de Joe Biden) se han combinado con errores reiterados en políticas económicas y monetarias para agravar problemas estructurales de la economía cubana, y por ende afectar directamente el bolsillo de la mayoría de los habitantes de la Isla

Los datos oficiales divulgados este jueves añaden que el Estado cubano gastó en 2023 un 38,8 por ciento más de lo que ingresó, y registró su déficit fiscal más abultado desde 2020.

Los ingresos netos totales reportaron 245.076 millones de pesos (ligeramente por encima de los de 2022, pero por debajo de los de 2021), mientras que los gastos totales se elevaron hasta los 340.492,3 millones de pesos (ocho por ciento más que en 2022), y esto deja el saldo fiscal negativo del Estado cubano en 94.959,1 millones de pesos (3798 millones de dólares al cambio oficial).

Con el presente son ya cinco años de déficits fiscales elevados, que no se frenan con ninguno de los planes de ajuste lanzados por el Gobierno para aumentar los ingresos -principalmente en divisa- y para recortar gastos.

Todo este desequilibrio macroeconómico parece no tener fin, y se siguen dando palos de ciego, tratando de inventar lo que ya está inventado, pero sin querer llamar las cosas por su nombre ni reconocer el fracaso del modelo actual.

Aterrizando al sentir de la población

Con esta situación, es normal la desesperanza y un gran descontento social, visible en las cada vez más frecuentes protestas y en una oleada migratoria sin precedentes por su escala y duración.

El discurso oficial sigue apostando a lo mismo, poniendo paños tibios a los errores, cuando no los tratan de ignorar por completo, y mientras los precios de los productos básicos siguen en alza casi a diario.

La canasta básica de raciones subvencionadas, que en algún momento fue la tabla de salvación de muchos, cada vez se deprime más, y si no se ha eliminado por completo es por la vergüenza que supone a las autoridades renunciar a una de sus “conquistas sociales”.

Los “módulos” que cada 45 días se venden por la libreta de racionamiento siguen menguando, y ya hace meses que no se entrega aceite y aseo, y más de un año sin pollo. En los lugares más abastecidos es apenas dos tubos de picadillo, un paquete de salchichas y detergente líquido, el resto hay que comprarlo por la calle, donde los precios muchas veces están por encima de los establecidos por el Gobierno, que ya de por sí son elevados.

Recorriendo restaurantes, cafeterías y lugares de ocio siempre se puede encontrar gente, pero además de que es un por ciento bastante bajo de la población, hay que meterse en cada uno para ver los sacrificios personales que demanda esa salida que puede ser mensual, a la que se le puede sumar el costo elevado del transporte si no es a algún sitio cercano.

Los más conformistas rezan porque no se vaya la corriente, que es lo único realmente que no pueden controlar y lo imposible de soportar cuando se hace largo y frecuente, como en buena parte del país.

El gran problema es que no se ve la luz al final del túnel, y cada plan emergente empeora más la situación, mientras los que tenían la esperanza de salir del país ahora están también a la espera de que se retome el programa de parole humanitario, aún sin publicar las conclusiones de la investigación ni mucho menos dar una fecha de reinicio.

Dentro de todo este panorama desesperanzador, las familias también comienzan con la agonía del inicio del nuevo curso escolar, con los consecuentes gastos en mochilas y zapatos para los niños, sin contar las meriendas que vendrán después.

Nada, que este país funciona por inercia y cada día poniendo récords de aguante colectivo ante una situación insostenible desde hace bastante rato.

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