Cuba siempre ha sido un país de extremos

Llegar al fondo

Por Amrit

Foto: Jimmy Roque

Cierta vez un amigo me hizo el siguiente chiste: ¿Sabes cuál es la definición de “especialista”? Pues… alguien que sabe cada vez más, sobre cada vez menos.

Y poniendo atención a la reciente campaña desatada en Cuba contra la homofobia, confieso que he pensado bastante en esas palabras.

Por extraño que parezca, ni siquiera me sorprendió ese rapto de entusiasmo oficial por un tema tan largamente silenciado y con un rastro de dolor aún latente (y quizás por la vigencia de ese dolor, el pasado es silenciado con más fuerza)  y es que Cuba siempre ha sido un país de extremos.  Por eso los problemas reales, las causas más profundas, siguen ignoradas entre los violentos vaivenes del péndulo.

Pero puedo decir, aunque una suene extremista, que una jornada contra la homofobia es como tratar un cáncer con una aspirina.  Y eso no significa que no sea un intento meritorio, pero es epidérmico, como casi todas las soluciones que no vienen signadas por un despertar real de conciencia.

Esto lo pensé sobre todo al leer el artículo de la colega Irina “Otro día ¿contra la homofobia? en Cuba.” que comenta sobre el desfile de gays, lesbianas y transexuales en la calle 23, del Vedado.  Irina menciona el irónico hecho de que los policías, obligados a custodiar precisamente a aquellos que hostigan el resto del año, murmuren chanzas entre ellos, a costa de lo que realmente no aceptan, o no entienden.

Y se me ocurrió que no es extraño, no sólo por los tabúes implícitos y que no derriba ninguna campaña, sino porque la tolerancia no se impone y nace del respeto mismo que cada ser humano recibe, desde su misma infancia.

Cada uno de nosotros se siente irrespetado de algún modo, y en este sentido la repentina “tarea” de aceptar al homosexual no es ni espontánea ni recíproca.

Un día por la verdadera inclusión

En el ejercicio de quitar capas y capas para ver más abajo, terminé preguntándome: ¿por qué sólo una jornada contra la homofobia?

Si se estableciera un día para promover y enaltecer la libertad de pensamiento, la diversidad sexual estaría incluida, y tendría motivos para celebrar también todo aquel que ha padecido (o padece) discriminación por credo o ideología.  Pero imagino que ningún homosexual, ni siquiera en esa jubilosa jornada por la inclusión y la tolerancia, puede expresar públicamente un criterio político diferente al oficial.

Y si alguien tomara la iniciativa y fuese reprimido, puedo predecir que casi ninguno de los otros homosexuales que celebran su “jornada de libertad” lo defendería.  Y es lógico, pues eso lo haría perder la exención de que disfruta por primera vez en muchos años…

Algunos ripostarán, disgustados: “Bueno, algo es mejor que nada.” pero desgraciadamente ese “algo” nos distrae como una victoria real, cuando sólo estamos fabricando otra isla para separarnos de los demás.

Cuando en el año 2009, con la ayuda de mi esposo y el inestimable apoyo de un grupo de amigos celebramos en la Casa de la Cultura de Plaza, el Día Internacional de la No violencia, que coincide con el cumpleaños del natalicio de Gandhi, el líder de la independencia de la India, comprendí cuántas formas de violencia existen disfrazadas en la sociedad.

Danza Voluminosa, un grupo de personas obesas que se propuso danzar (y lo hacen) desafiando el canon estético convencional que también padecemos, El Trencito, una pareja que trabaja con niños y promueve los juegos no competitivos, algo en lo que no pensamos suficientemente, sin embargo la competencia es un mal que se nos impone a todos desde edades muy tempranas y atrofia nuestro natural sentido de la cooperación y la unidad.  Y conferencias sobre Gandhi, sobre la visión de la No violencia desde el Hatha Yoga, desde los filósofos rusos…

Viendo la reacción agradecida del público, la atmósfera de amor que el evento generó, y las mismas propuestas de la gente, entendimos que es un tema de una gran urgencia.  Pensábamos en cuántos temas podrían incluirse en el día de la No violencia: el de la discriminación sexual o racial, la violencia doméstica, el abominable estado de los animales callejeros en Cuba que sufren de inanición y otras enfermedades ante nuestra propia vista, proyectos religiosos que practiquen con un sentido ecuménico… Y entendí cómo la inclusión crece, hacia adentro, y hacia arriba.

Sin embargo el año pasado, por razones personales empezamos las gestiones para coordinar el evento con poco tiempo de antelación y nos fue imposible conseguir el local adecuado.  La respuesta invariable fue que cualquier proyecto debe ser presentado con un margen considerable de tiempo para que sea elevado y aprobado.

Pero la decepción total llegó cuando el día 2 de octubre no oí ningún anuncio sobre lo especial de la fecha en la radio ni en la televisión.  En el periódico Granma, que todavía conservo, no había la más mínima mención de que se celebrara el Día Internacional de la No violencia, y en la sección de la última página dedicada a las efemérides, ni siquiera aparecía el nacimiento de Mahatma Gandhi.

El límite de la “especialidad”

La general indiferencia me hizo entender, una vez más, qué poco interesados estamos en los problemas más profundos.  Como en el chiste de mi amigo, perdemos la oportunidad de incluir, buscando en cambio etiquetas sofisticadas para aspectos separados de nuestros problemas.

No puedo evitar acordarme de una carta que leí de Antoine de Saint Exupéry, dirigida a su amigo León Werth (a quien le dedicara su famoso libro “El Principito”).  En la misiva, de la que apenas recuerdo palabras textuales, el escritor y piloto reflexionaba sobre lo que significa ser “valiente.” en el sentido convencional, protagonizando actos más bien violentos estimulados por la vanidad y una “agradable emoción deportiva.”

“Jamás volveré a admirar a alguien que no sea más que valiente.” decía Exupéry.

Y si miramos bien, como la zorra de su obra, nos daremos cuenta de cuánto ego y ansia de protagonismo corrompen muchas de nuestras batallas más sinceras y altruistas.

Cada vez que converso con algún apasionado defensor de la lucha contra la discriminación racial me doy cuenta de que la idea clave es la confrontación.  Contra el imperio blanco que los sometió, y donde también hubo (y hay) personas ávidas de promover un pensamiento verdaderamente libre de racismo.  He visto, he sentido qué fácil es colocarse en el otro extremo del campo de batalla, con la misma rabia exenta de nobleza.

En el feminismo, la postura común es igualmente beligerante y excluyente.  Y en todas esas causas que se parapetan en un “contra.” pues esta misma preposición los separa del opuesto, impidiendo un consenso.

Mientras nos contentemos con partes del todo, como en la parábola de aquellos ciegos que palpaban a un elefante y cada uno aseguraba que la porción que tocaban era la realidad, solamente estaremos amasando la cáscara de la libertad.

Pero además, ninguna autoridad externa, ninguna institución o ley, ninguna jornada por oficial y apabullante que sea  puede concedernos libertad alguna, pues la libertad nace con el deseo del entendimiento, incluye la sensibilidad como otra forma de inteligencia, y es una dimensión de la conciencia.