Cuba: No debieron morir
HAVANA TIMES – Estos valerosos rescatistas y ciudadanos atrapados bajo escombros no debieron morir. Esto no es un accidente, como no lo es un choque que se produce porque un auto esquivó un gran bache en la autopista.
Lo ocurrido es resultado de una larga lista de decisiones erróneas que ya es hora de ir reduciendo para evitar nuevos fallecimientos y derrumbes.
La Habana tiene muchos profesionales preparados para realizar dictámenes técnicos y muchos edificios se declaran inhabitables por su deplorable y peligroso estado constructivo. Pero después de los dictámenes no se hace mucho.
Los hechos demuestran que faltan acciones de reforzamiento de estructuras, o de desalojo y demolición de edificaciones sin posibilidad de recuperación. Porque aun cuando se desaloje un edificio, este puede constituir un peligro para los transeúntes si una parte se desploma sobre la calle, como ha ocurrido ya demasiadas veces.
La reforma urbana del 14 de octubre de 1960 fue muy popular al darle la propiedad de la vivienda a 200 000 familias que estaban bajo régimen de alquiler, pero por otra parte, los dueños de edificios multifamiliares que eran responsables de mantenerlos fueron despojados de sus propiedades, por lo que el Estado comenzó a hacerse cargo de todas las edificaciones de vivienda colectiva en el país.
¿Para qué se hizo una reforma urbana? ¿Para establecer un sistema equitativo y sostenible de distribución de viviendas o para favorecer a sectores de bajos ingresos por un corto período?
Una reforma o programa que solo beneficie a una parte de la población durante un par de décadas, y no sea capaz de sostenerse en el tiempo, que no solo mantenga el buen estado de las viviendas existentes sino que también genere nuevos ingresos para cubrir las necesidades crecientes en correspondencia con el aumento de la población y su calidad de vida, pudo ser justo en un inicio, pero con el paso del tiempo, y ya a sabiendas de su poca efectividad, la continuidad de este, sumado a la carencia de alternativas innovadoras y revolucionarias, lo convierten en inviable o irresponsable.
El sueño de todo capitalista es acumular propiedades y tierras para incrementar sus ganancias, pero sabe que tiene que mantenerlas productivas y el sistema tiene que funcionar para evitar la bancarrota.
Pero el Estado socialista, de un tirón, se hizo con una gran cantidad de propiedades que no fue capaz de mantener en el tiempo, perjudicando a largo plazo la calidad de vida y la salud de cientos de miles de ciudadanos, además de la imagen de esta aún bella ciudad.
Si el Estado, que se autodefine como socialista, no quiere que grandes casatenientes dominen el mercado inmobiliario y dicten los precios de las viviendas como ocurría en Cuba antes de 1959, y como ocurre en muchas ciudades del mundo, entonces tiene que generar un programa de viviendas integral y sostenible y asumir toda la responsabilidad, tanto de la enorme carencia de viviendas que sigue creciendo a pesar del éxodo masivo de cubanos hacia el exterior, como de estos hechos lamentables que producen fallecidos.
Se habla de planes de viviendas que nunca se cumplen, de un par de casitas pobremente construidas después de un ciclón en algún pueblo de Pinar del Río, pero la realidad es bien alarmante y no se avizora ningún programa convincente y realista para atajar este grave problema que comienza con una muy pobre industria de materiales, un gran atraso tecnológico en el sector de la construcción, y sobre todo, la pobreza general de toda la población que su salario no le alcanza ni para reparar una ventana.
Tanto los logros de la biotecnología como la crítica situación de la construcción y la agricultura en Cuba son el resultado de políticas voluntaristas, centralizadas y poco pragmáticas. No tendremos un Estado fallido, pero sí un Estado con varias políticas fallidas, un Estado dueño de casi todo y responsable de casi nada.
De esto ya escribí hace más de un año, pero el tiempo pasa y se siguen cayendo y muriendo personas, mientras miles siguen en albergues o hasta en parques y bajo cartones como ocurre en Los Angeles y muchas ciudades Latinoamericanas. Esos símbolos del capitalismo desigual e injusto, que incluyen los buscadores de basura, están en muchas esquinas de esta ciudad llena de consignas, como la vi hoy en un muro despintado de Marianao al lado de escombros, pavimento roto y toda la fealdad y podredumbres posibles.
Y mientras todo eso le ocurre a la ciudad, a su gente, mientras el bloqueo externo sigue jugando su papel de empobrecernos aún más, el Estado o una de sus corporaciones destina sus limitadas divisas a jugar al capitalismo irresponsable, e invertir en lo que no es prioritario, en lo que la ciudadanía no escogió, en lo que no está generando riquezas para compensar los efectos del bloqueo.
Esas contradicciones tanto en los discursos como en las acciones ya no las tolera buena parte del pueblo y por eso, hechos como estos, muertes cómo estas de rescatistas jóvenes y valientes que no debieron ocurrir son además de tristes, irritantes y fuentes de gran descontento.
Estos hechos tienen responsables y si no se pueden reconocer o demandar por no existir un periodismo respetable y representante de los intereses del pueblo, o una ciudadanía empoderada, lo mínimo es que el Estado anuncie lo que va a hacer para que no se sigan repitiendo como parte de una identidad de La Habana que no queremos conservar.