Cuba: la vacuna Soberana y la banalización del progreso

Por Haroldo Dilla Alfonso

HAVANA TIMES – Cuando en 2005 fue nombrada gobernadora de Canadá una mujer de origen haitiano, Michaelle Jean, a sus compatriotas en la media isla se les llenó el corazón de sano orgullo. Nacida en Puerto Príncipe y exiliada en Quebec por la represión en su país, Michaelle Jean hizo una meritoria carrera pública y aprovechó los intersticios multiculturales de la admirable sociedad canadiense.

Para su pueblo esto era un indicador de las capacidades de los haitianos y haitianas y de que era posible seguir avanzando para resolver los problemas de su Patria.

Se equivocaban en dos sentidos. Primero, porque los haitianos y haitianas no requieren la proeza política de Jean para ser admirados. Son luchadores, inteligentes, y capaces de afrontar las más terribles adversidades, sin perder la capacidad de sonreír. Segundo, porque el hecho no tiene nada que ver con Haití, si descontamos el ADN de la gobernadora.

Al contrario, es una crítica al sistema político de ese país, a sus patrones discriminatorios, al autoritarismo, la corrupción, y otros tantos males que configuran al estado más pobre del continente. Para ser gobernadora, Jean tuvo que huir de Haití en muchos sentidos.

Comparto la alegría

Algo similar pasa con la vacuna Soberana contra el COVID-19, de manufactura cubana. He leído artículos y comentarios de cubanos de todo tipo –cuadros oficialistas, adulones sobrevivientes y personas inteligentes y críticas que hace tiempo renunciaron a los diplomas del sistema- que saltan de alegría por lo que consideran un logro de la sociedad cubana. Y que algunos, los más febriles, estiran hasta las propias meditaciones del Comandante en Jefe.

Y yo comparto la alegría en lo que a los investigadores cubanos concierne. Han trabajado duro, con pasión y pocas recompensas, más allá de “la satisfacción del deber cumplido” y eso es meritorio. Pero hasta aquí llega mi positividad.

Porque creo que, como la falacia de los haitianos con Jean, esto solo tiene, de la sociedad cubana, el ADN. La vacuna Soberana es resultado de un régimen económico asistemático y voluntarista, que priorizó esta actividad en detrimento de otras.

La vacuna no se fabricó en Cuba, sino en una burbuja de alta tecnología garantizada por la arbitrariedad y la falta de transparencia de un régimen político autoritario. 

Decisiones de inversión

Veamos las cosas de frente: la misma razón por la que hoy tenemos vacuna, es porque no tenemos casas dignas para los nacionales comunes, porque la crisis alimentaria pone a la sociedad insular en un nivel nada envidiable de vulnerabilidad, porque la Isla solo exporta placeres turísticos y materias primas, porque el acceso a Internet es muy limitado y porque toda expresión crítica es reprimida en nombre de un falso socialismo, cuyos últimos maquillajes se destiñeron junto a los subsidios soviéticos en los años 80.

Estar posicionado en un sector punta de la innovación tecnológica es siempre una condición favorable. Pero estarlo sin tener capacidad para garantizar el bienestar básico de las personas, las posibilidades de autorrealización y la libertad, es un contrasentido costoso y lamentable. Por ello, un test casi irrefutable, la Isla se está despoblando.

En resumen, tras felicitar a los científicos y técnicos que consiguieron la hazaña, llamo a meditar sobre este deambular entre albures y falacias de un sistema que proclama a la pobreza y la austeridad como virtudes. Esto, al mismo tiempo que su elite (y sus vástagos) producen su metamorfosis burguesa desde las prebendas del poder político.

Llamo a dejar atrás el nacionalismo pueril. Y aunque no soy adicto a citar a Martí para decir lo que quiero decir (ojalá seamos capaces de dejar descansar a Martí) no puedo evitar la evocación de Abdala: “El amor, madre, a la Patria/no es el amor ridículo a la tierra que pisamos/ es el odio invencible a quien la oprime”.