Cuba: La confusión de los intereses
HAVANA TIMES – La libertad, es con mucho, el bien más grande del ser humano, de ahí, el compromiso de defenderla a como dé lugar, motivo que nos obliga a estar alerta y no creer en redentores que prometen la salvación de nuestras prerrogativas, si les seguimos como las ratas al flautista.
Conducta, que temo, está siendo puesta en práctica por muchas personas en diferentes lugares del mundo, cuando disponen que decidan sobre sus vidas individuos que no están sujetos a ningún control, a pesar de que nadie tiene derecho a olvidar que «el poder corrompe y el poder absoluto corrompe absolutamente.»
Lo que sucede en países como Cuba, con Castro-Díaz-Canel, en breve, 65 años de totalitarismo. Los autócratas, Ortega-Murillo, en Nicaragua, 27 años de gobierno en dos periodos. Hugo Chávez y Nicolas Maduro, 24 años de despotismo entre ambos. Bolivia con el farsante de Evo Morales, 13 años de mandato, con aspiración de regresar al gobierno para perpetuarse en el mismo, debería ser inadmisible para toda persona con decoro que se respeta a sí misma.
Estos mandantes alcanzaron el poder gracias a que en gran medida sus pueblos se lo permitieron, ya fuese porque fueron confundidos por promesas, verdades bien dichas o el encanto que puede dimanar de estos sujetos.
La voluntad de la mayoría ciudadana se plegó a sugestivos cantos de sirenas que prometían, arteramente, hacer realidad los sueños más paradójicos, cediendo, para alcanzarlos, sus derechos ciudadanos, además de practicar una criminal intolerancia y sumirse en una indolencia aberrante.
Esta reflexión es consecuencia de una experiencia, en casa de un amigo, que me dejó consternado, porque encontré personas inteligentes y de un gran crédito de compromiso con la libertad y la democracia, defendiendo apasionadamente a Vladimir Putin, obviando la persecución que este ejecuta contra la oposición y las estrechas relaciones que sostiene con la tiranía castrista.
Estos amigos y conocidos, en mi opinión muy confundidos, justificaban la agresión a Ucrania. No se aludió a la presencia de mercenarios cubanos en el país agredido, tampoco que Putin, al igual que los autócratas mencionados anteriormente, lleva gobernando a Rusia 23 años y que cuando no fue presidente jugó a ser primer ministro.
Toda esta manifestación en un marco de críticas severas al presidente Joe Biden por su ayuda a Ucrania. Sobra decir que no simpatizo con el mandatario y su Gobierno, pero sí creo que el apoyo que se le presta a Ucrania es vital, igual que el que se le ofrece a Israel y el que se le pueda dar a Taiwán. Son países que están en la primera línea de fuego contra depredadores, que son una amenaza para todos.
Por supuesto, no pude guardar la calma y entré al ruedo, junto a un amigo que había tenido ya esa experiencia. Argumentaban que el ex coronel de la KGB estaba defendiendo nuestros valores al atacar a Ucrania. Repetían que el fascismo era una seria amenaza, como si los déspotas de cualquier ideología no lo fueran, y que Putin estaba en contra de las corrientes sociales que buscan sustituir a la familia, cosa que puede ser cierta, pero que no justifica una guerra de agresión como la que el jefe del Gobierno ruso patrocina, y tampoco su alianza con el castrochavismo.
Es complicado neutralizar esta confusión que nace, en mi opinión, en la laxitud de muchos de nosotros contra los contrarios a nuestros derechos y en permitir que esos mismos individuos los ejerciten. La frivolidad nos está enterrando, junto a nuestra falta de interés por acceder a informaciones contrapuestas y equilibradas, aunque tengamos acceso a ella.
Los que hemos padecido regímenes de fuerza o cumplido prisión, sabemos que el poder que detentan los jenízaros, sin importar el lugar que ocupen en la cadena de mando, es destructivo. Su capacidad para hacer sufrir es difícil de imaginar, convirtiendo nuestro deseo de sobrevivir en una odisea cotidiana.
Creo fervientemente en la democracia con todas sus imperfecciones. Saber que las autoridades pueden ser revocadas, poder sacarnos de encima al gran hombre o al asno que elegimos equivocadamente. Poder decirle al sujeto que manda sobre fusiles y cañones que no sigue al mando, que se quedó sin trabajo y es hora de irse, es un derecho que estamos obligados a defender hasta el último aliento.