Cuba: De la política a la pandemia y viceversa

Por Ariel Dacal Díaz  (El Toque)

Foto: Jorge Beltrán

HAVANA TIMES – La COVID-19 es sinónimo de incertidumbre. Trae una hoja de ruta difusa. Sus cifras son aluviones de desconcierto. Frente a ella, la ciencia y la ignorancia pelean entre sí. La sensatez y el egoísmo plantan sus banderas. También lo hacen la perversidad y la solidaridad. Las nociones de lo “normal” estallan en pedazos.

Frente al SARS CoV 2, el pasado inmediato es un castillo de naipes irrecuperable. El presente es un rostro aturdido. El futuro es batalla por venir. La política, soberana o sometida; la economía, ordenada o caótica; lo humano, esencia o desprecio, dictan sus antagonismos.

Es un parte aguas. Un aldabonazo ensordecedor. Este episodio demanda tomar posición, optar, definir, usar la voz y las manos para empujar el mundo a la utopía. Demanda, así mismo, impugnar a quienes se benefician de la distopía en la que el planeta está sumido.

Cuba no escapa a este dilema, a los desafíos que describe, a la toma de partido necesaria, a los antagonismos de la política, a las denuncias y las decisiones trascendentes. Las cubanas y los cubanos debemos decir, sugerir, exigir, empujar, hacer. El silencio es un pecado en política. Hoy, un pecado estructural.

Las interpretaciones sobre cómo el Gobierno cubano gestiona la crisis de la pandemia tiene tela por donde cortar. Cómo, cuándo, quién y qué hacer en cada momento, abre un terreno inmenso de opciones y perspectivas. Los alaridos, las descalificaciones, la prudencia, la ansiedad, las dudas razonables y las certezas son actitudes diversas alrededor de problemas concretos: ¿qué debemos aprender de todo esto?, ¿qué país queremos empujar?

Pocas veces ha sido tan necesario, como ahora, hablar de política en mayúscula y en voz alta; de sus temas, de sus maneras, de sus alcances y límites; de su relación con la ética, la estética, la sensibilidad y los proyectos históricos; de sus conciliaciones posibles y de sus discrepancias insolubles.

La COVID-19 dio un tirón brusco a la realidad sobre la que Cuba planeó su plan de desarrollo. Pero este dato no desdice que la nación llegó a esta crisis en crisis, con proyecciones claras de un lado, y con agendas pendientes de otro. Todo momento de trance es una oportunidad, que no debe ser comprendida como oportunidad de otros, sino como modificación de las estructuras y condiciones que prolongan la crisis actual de hace mucho tiempo.

Los retos que el nuevo coronavirus presenta para la Isla son manifestaciones drásticas de sus dilemas añejos, externos e internos. Radical es la perversidad de las políticas imperialistas del Gobierno de los Estados Unidos, ejemplo de indecencia, desprecio y decadencia en política internacional. Apelativos que, por más indignados que sean, no ocultan la eficiencia práctica de esas políticas en su empeño de dañar, impedir y postergar las condiciones cubanas para el desarrollo.

Drástico, cada vez más, es la lucha de potencias mundiales que mueven las placas tectónicas de la geopolítica, choque con efectos directos, materiales y políticos, en la Mayor de las Antillas.

Drásticos son también los acumulados de ineficiencia e inestabilidad en la resolución de problemas internos, estructurales y de concepción. También, las preguntas sin respuesta, entre ellas: ¿cómo es posible mantener la curva de infestación de la epidemia en mínimos favorables, asombrosos y admirables, y, por el contrario, la curva de las colas y aglomeración por escasez llega a niveles alarmantes, agotadores y de estrés social?, ¿por qué Cuba no es capaz de producir el alimento que necesita su soberanía?, ¿qué rumbo será necesario para saltar las dificultades agravadas por el nuevo coronavirus?

Con miras en los aprendizajes necesarios para enfrentar la postpandemia afirmo que, con mayor o menor acierto, en el país cambian las maneras de hacer política. Métodos y contenidos “interesantes” pueden ser descritos:

  • mayor presencia pública del funcionariado en clave informativa;
  • mecanismos crecientes de acceso a la información por vías diversas;
  • oídos más cercanos a criterios y propuestas venidos de fuentes variadas;
  • diálogo más activo con actores y sectores sociales diferentes, especialmente el de las ciencias;
  • transparencia en la práctica prueba-error;
  • moderado uso de recursos afectivos en política;
  • ejes conceptuales claros y estables en las decisiones.

Sin embargo, frente a esos signos esperanzadores, se deberían, además:

  • ajustar mecanismos para la autonomía territorial, lo que implica mayor capacidad de decisión y educación en prácticas políticas descentralizadas;
  • definir vías estables y legítimas para el diálogo con la sociedad civil, y el impulso a iniciativas sociales organizadas para solucionar problemas coyunturales o crónicos;
  • alcanzar mayor reconocimiento oficial de la inequidad y la desigualdad sociales para lograr eficiencia en las políticas distributivas;
  • visibilizar los debates sobre propuestas diferentes para la solución de los problemas concretos, dígase debatir, no solo informar;
  • asentar el uso regulador de la Constitución y el desmonte de la discrecionalidad de la norma;
  • refutar la mentalidad burocrática de “un problema a cada solución”;
  • enfatizar en el discurso y la práctica la jerarquía de lo público sobre lo privado, de lo humano sobre la ganancia, de la decencia y transparencia pública sobre el secretismo y la mentira;
  • impulsar de manera definitoria la mayor soberanía productiva posible, sobre todo, alimentaria;
  • retomar que la economía no es solo fuerzas productivas más o menos constreñidas, sino también, relaciones humanas, justas o no.

La enfermedad llegó a una realidad que la antecede, y dejará una de la que no es esencialmente responsable. Sigue siendo la conducta humana, la conciencia colectiva, el sentido común, las decisiones políticas y sus beneficiarios, quienes tendrán la última palabra. La pandemia, como discurso macro, enfrentó a la utopía y a la distopía. Como imperativo, exige volver a la pregunta ¿qué Patria queremos? Aprovechemos la recuperación para hablar menos de la COVID-19, y más de la política en Cuba. Para esto hay crisis por enmendar.

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