Cómo llegamos a 2024

Imagen: Félix Azcuy

Por Harold Cardenas Lema (La Joven Cuba)

HAVANA TIMES – Cuba no tiene un buen año desde hace mucho, y si los últimos siete han sido cada vez peores, el 2024 no parece que vaya a ser distinto. Los cubanos llegan a este enero más necesitados de una economía que funcione, una política inclusiva y una narrativa nacional que genere nuevos consensos.

La crisis económica y el bombardeo de (mala) propaganda gubernamental han provocado que un sector de la población cubana sea políticamente vulnerable a la extrema derecha, carente de herramientas cívicas para el diálogo y sediento de ideas que signifiquen prosperidad. El auge de la ideología libertaria y la propaganda de derecha entre jóvenes, principalmente varones de zonas urbanas, es particularmente preocupante.

En los últimos años, y salvando algunas excepciones, el periodismo a lo largo del espectro político cubano se ha polarizado. Se hizo común su instrumentalización para generar dinámicas de odio, asesinar la reputación de adversarios políticos y en consecuencia justificar violaciones de derechos. Si durante el breve período de normalización de relaciones hubo modestos avances en la cultura política nacional, la falta de estándares éticos del trumpismo estadounidense invadió rápidamente la emigración cubanoamericana, a lo que el gobierno cubano respondió con métodos similares. Por cada Otaola hubo un Guerrero Cubano, y a cada adjetivo de singao se le respondió con un pingú.

Una revisión rápida a la constelación de influencers cubanos sugiere que, en muchos de ellos, sus credenciales y análisis sobre política doméstica e internacional deja mucho que desear. Sin embargo, un número cada vez más creciente de cubanos se informa por ellos. No consultan a expertos, sino a quienes tienen tiempo y recursos para generar contenido digital. El problema no radica en que la información sea entretenida, sino en que se mezcla entretenimiento con desinformación. Esta avalancha de tergiversación diaria contrasta con la falta de herramientas de la audiencia para distinguir su calidad, un fenómeno que trasciende las fronteras de la Isla.

La Oficina de Washington sobre América Latina (WOLA) ilustraba recientemente que en los últimos dos años 460,000 cubanos han llegado a Estados Unidos o solicitado asilo desde México, el equivalente a perder toda la población de Mayabeque e Isla de la Juventud. El costo de los últimos años para la nación ha sido altísimo y sus consecuencias se acrecentarán en el tiempo. Las fracturas familiares y la relación de dependencia económica que tendrán los cubanos residentes en la Isla respecto a sus pares fuera de ella, tienen una expresión política.

También auguran contradicciones para Cuba y el mundo los conflictos internacionales. El dilema de seguridad europeo que desembocó en la invasión rusa a Ucrania sigue poniendo a prueba el discurso cubano sobre la autodeterminación y el respeto a la soberanía. Mientras, el ataque terrorista de Hamás al que Israel ha respondido con el genocidio palestino en Gaza, y la complicidad o silencio de buena parte de las potencias occidentales, evidencia estándares distintos para aliados y enemigos, destruyendo la noción de un orden internacional basado en reglas.

En este contexto, el gobierno cubano parece enfocarse más en la denuncia de agresiones externas que en la búsqueda de reformas que saquen al país de la crisis. La necesidad de cambios profundos está en un punto existencial para el Partido Comunista, si quiere seguir existiendo o aspira a mantenerse en el poder, debe transformarse urgentemente. Sin embargo, el Palacio de la Revolución actúa como si no lo supiera.

Entre el escaso reconocimiento de la realidad de la crisis, y los planes a medias que salen de los pasillos del Comité Central, parecería que las autoridades del país tienen todo el tiempo del mundo disponible. El gobierno de Estados Unidos puede darse el lujo de no mover un dedo en 2024 porque el status quo beneficia los planes de cambio de régimen; el cubano, no.

Desde su trinchera, los comunistas cubanos presumieron durante décadas de la pureza de su modelo y criticaron las transformaciones de sus homólogos asiáticos. Pero a pesar de sus contradicciones, hoy son China y Vietnam los que sacan millones de la pobreza, mientras Cuba se hunde más en ella. Aquí la tímida apertura de la economía, reclamada hace décadas por los economistas, llegó tarde y en el peor momento posible. El gobierno hoy ya no tiene los recursos para lidiar con la desigualdad, se encuentra en una posición más vulnerable que antes para negociar con los inversores extranjeros, y tiene un sector extremo en sus filas que se resiste a los cambios que podrían sacar el país a flote. 

Apostar a la continuidad, si bien tranquilizó a los representantes del estalinismo tropical, fue un error no solo político, sino económico y comunicacional, pues cualquier sistema político necesita de transformaciones en tanto lo demanden las circunstancias, siempre cambiantes. Por tanto, el resultado es que en el momento que el país más ha precisado de capacidad de adaptación y pensamiento crítico, más empoderado ha estado el dogmatismo y más influyentes han sido sus representantes. En el próximo año seguiremos viendo los resultados de ese forcejeo invisible entre los que reconocen la necesidad de cambios y quienes se resisten a ellos.

El 2022 mostró a una Unión de Jóvenes Comunistas más preocupada por ejercer su control sobre la revista Alma Mater, que por impulsar un periodismo creíble, abortando así la esperanza por un nuevo modelo de prensa. En 2023 vimos el revuelo cuando un profesor explicaba en televisión nacional cuán vulnerable es hoy el patriotismo cubano. Hablar de política en medios gubernamentales sin utilizar eufemismos resulta casi imposible.

2023 fue un año marcado por la crisis y el 2024 no parece que vaya a ser distinto. Imagen: Félix Azcuy

Por otro lado, en la esfera pública cubana se acrecienta la persecución de grupos radicales a  quienes no cumplan sus estrictos exámenes de pureza. Cuando hace unas semanas La Joven Cuba intentaba un espacio de debate en La Habana, los reclamos de estos agitadores políticos valieron más que nuestro derecho constitucional a debatir en público. Estas purgas estalinistas no serían posibles sin el apoyo tácito de poderosas figuras en el Partido Comunista.

También es notable cómo el discurso gubernamental parece renunciar a términos como libertad, democracia o derechos humanos. Ni siquiera ya se los disputa a la oposición; se los sustituye por una propaganda simplona que nos divide a todos en buenos y malos, nosotros y ellos, cuando es responsabilidad de un gobierno elevar a su población a través de la educación cívica y no descender el lenguaje político a simplificaciones de amor y odio.

La oposición cubana tampoco tiene mucho que ofrecer. El terreno que ha ganado en los últimos años no es gracias a que su plan de gobierno sea superior o a la brillantez de sus líderes, sino resultado de la crisis y los propios errores del gobierno. Necesitar hambre, miseria o los errores del otro para engrosar las filas de un movimiento político es una señal clara de sus contradicciones. Aún así, no habrá paz democrática en Cuba sin competencia política y la participación de todos los cubanos. Cómo hacer esto con justicia, teniendo en cuenta la intromisión estadounidense y asimetrías entre grupos políticos, es el reto en los próximos años.

Las credenciales democráticas de las fuerzas políticas en pugna son dudosas. Muchos de los que hablan de estado de derecho socialista creen sobre todo en el derecho de la Revolución a existir aplicando eternamente la «violencia revolucionaria» sobre sus adversarios políticos, aun cuando estos sean parte del pueblo que dicen defender. Y entre los que piden democracia a través de una transición política, abundan los admiradores de Trump, Milei y Bolsonaro, que no respetan las normas democráticas de sus propios países.

La oposición más organizada aún es incapaz de proponer un cambio político que mantenga la soberanía nacional y no signifique más represión a la inversa: la izquierda perseguida por un anticomunismo que cada día es más visceral. Como táctica política, parece funcionarles mejor visibilizar el comportamiento autoritario de funcionarios públicos y la inexistencia de un estado de derecho en la Isla. En 2024 podemos esperar más de eso.

Sin embargo, hablar de estos grupos políticos no debe hacerse a la ligera, no son fuerzas homogéneas y existe diversidad tanto en el gobierno cubano como en la oposición. Hay voces cívicas en el gobierno y las filas opositoras, así como una masa silenciosa de cubanos no alineados a las narrativas de ninguno de esos bandos, ahogados todos por el coro de los extremistas.

La Cuba del 2024 es difícil y la construcción de la nación no es una ciencia exacta, pero sí sabemos cómo no se hace. No se alcanza un país democrático apoyando sanciones que hambrean al pueblo o imitando la persecución y el despojo de derechos con los que se señala al bando contrario. No hay socialismo si se encarcela a un millar de cubanos sin distinguir entre protesta violenta y protesta pacífica, o las condiciones de vulnerabilidad que los llevaron a ella.

La Joven Cuba cumple un rol en la sociedad civil: darle voz a los que no tienen los micrófonos y los reflectores que pertenecen a la oposición y el gobierno. A los extremistas nunca les gustará que se promueva el diálogo, pero seguiremos. Gracias a ustedes por acompañarnos.

Lea más desde Cuba aquí en Havana Times