Coherencia en Cuba

Por Lien Estrada (La Hora de Cuba)

Foto: Iris Maria Mariño Garcia

HAVANA TIMES – Tengo una buena amiga con la que disfrutaba mucho compartir, siempre y cuando no habláramos de política. Coincidimos en que como no sabíamos tratar el tema de forma desapasionada y en sana paz, evitaríamos entrar en él, porque cuando lo hacíamos nos dejaba el sabor del disgusto por algún tiempo.

En una de esas discusiones eternas y desafortunadas, ella defendía el criterio de que nuestro país era uno de los mejores proyectos humanos que se habían generado, no ya en nuestra América, sino posiblemente en todo el mundo. Yo la cuestionaba, porque en ese proyecto político-económico-social francamente yo no salía muy bien parada; no estaba muy orgullosa de haber nacido y vivido en Cuba, y soñaba con otros lugares, donde, al menos, las opiniones no se volvieran amenazas y motivos de terror para los individuos que las emiten.

Ella tenía otras razones, también lógicas, para contestarme que la libertad tal como la entendemos no existe en ninguna parte, solo es un ideal en nuestra mente, nada real como quisiéramos; y entre todas las posibilidades ella seguía optando por la de nuestro país. Derecho que tenía, como todo ser humano, a defender lo que cree correcto.

La cuestión es que años después de estar sin vernos mi amiga y yo, nos reencontramos hace poco, con alegría mutua. Celebramos con una botella de vino, y por supuesto quisimos saber cómo nos había ido en todo aquel tiempo, y cómo estaban nuestras familias.

Mi sorpresa fue grande cuando supe que su hermano había conseguido un contrato de trabajo como músico en México, y al no haberle ido muy bien, le preguntó a ella qué hacer: regresar a Cuba o saltar la frontera, no precisamente con América Latina, sino, ya sabemos, con Estados Unidos.

La respuesta de ella, que confieso me dejó pasmada, fue: hacia los Estados Unidos. Y punto seguido me dio sus razones, que fueron familiares, pero familiares o no, yo no me recupero de la afectación que me dejó. Años atrás, para ella ese no era el país de uno de los mejores proyectos como nación en el mundo, sino que era el nuestro, Cuba. Entonces ¿cómo va a decirle a su hermano que deje “el mejor proyecto como nación”, y que se vaya a uno que, según ella, deja mucho que desear?

Como hacía mucho tiempo que nos veíamos, y nos queremos tanto, que no entré en cuestionamientos peliagudos, así que preferí hablar de literatura, poesía y amores, cristianismo y budismo, y cualquier otra cosa.

Nos despedimos. Le agradecí su visita, con toda sinceridad, y nos dimos la bendición con la esperanza de volvernos a ver pronto, siempre con buenas noticias.

Me consuelo pensando que ella no se ha ido, a diferencia de otros muchos que una vez dijeron que no se iban nunca, y terminaron haciéndolo, y otros que no se han marchado definitivamente, pero por sus compromisos de trabajo, entre otros motivos, no paran en este país.

Ahora escribo sobre este encuentro, y sobre la sugerencia que hizo a su hermano de escoger para vivir una sociedad “consumista y deshumanizadora”, antes que una en la que, según ella, “intentamos hacer uno de los mejores países donde poder vivir con plenitud para nosotros y nuestros hijos”. Confieso que me sigue mortificando su comentario.

¿Cuántas personas me dicen que haga algo, y ellos hacen lo contrario? ¿Con cuántas personas he discutido, pensando ingenuamente que ellos creen y practican lo que dicen, cuando están defendiendo algo que quizás no sienten, pero en ese momento era lo que les convenía defender? ¿A cuántas personas dirigentes y colegas les he creído desde todo mi ser lo que a ellos mismos no los llevaría a arriesgar ni al perro de su casa?

Me imagino que la respuesta sea que los seres humanos somos circunstanciales, y tenemos el derecho de pensar lo que queramos en un momento determinado. Yo y mi circunstancia, como decía Ortega y Gasset.

A veces es muy difícil lograr coherencia entre lo que pensamos, sentimos, y hacemos. Y más difícil reconocer cuándo nos equivocamos, por no ser coherentes. Para todo se necesita un poco de valentía.