“Chu chu a, pasa el tren por el terraplén…”

Foto: Educardo Palomares – Gramna.cu

Por Aurelio Pedroso  (Progreso Semanal)

HAVANA TIMES – Para aquellos que fuimos niños allá por los 60s y hemos decidido emprender la aventura del nuevo servicio ferroviario hacia tierras orientales, por seguro que algún momento de la travesía, nos hará recordar esa canción infantil donde interviene el maquinista y hasta el del correo que nos confiesa leer todas las cartas que lleva en su vagón postal.

Indisposiciones propias de la edad me impidieron tomar el tren y dejar que viajaran solo unos amigos hacia la provincia de Holguín.

O no llegamos o nos pasamos, sentenció, como certero golpe de machete insurgente, el Generalísimo Gómez. En uno de sus primeros viajes, acaso el primero, la TV local informó, en el estelar de la noche, de su llegada a Holguín. Narró del feliz alboroto de sus pobladores y mostró imágenes de la estación engalanada como aquellas del viejo oeste, cuando medio pueblo esperaba a un inflexible sheriff que pondría justicia ante tanto gatillo alegre.

Entre los entrevistados, un trabajador de los ferrocarriles y miembro de la tripulación. Al parecer, holguinero, que no demoró mucho en declarar y certificar aquel viejo mal del regionalismo en nuestras guerras de independencia, que sus paisanos sí cuidaban y se comportaban debidamente en el tren y que los otros (el resto de las provincias orientales) no cuidaban nada de nada.

He aquí las impresiones de los viajeros:

—Puntualidad británica a la hora de la salida desde la terminal habanera y llegada a la capital de Holguín.

—Asientos no tan cómodos, poco reclinables para travesía tan larga teniendo en cuenta que debían viajar toda la noche y madrugada. “Soportables unas seis-siete horas”, precisó uno de ellos.

—Sorpresa en el entretenimiento. El filme estaba hablado en inglés y los subtítulos… en chino. Y la pregunta es: ¿Habrá algún acuerdo secreto entre los ministerios de Educación de China y Cuba para que el pasajero aprenda o se familiarice con el idioma chino en 14 horas?

—El tren, según su propia página web, llegó alcanzar su máxima velocidad (unos 85 k/h) en el tramo Ciego de Ávila-Camagüey.

—El refrigerio. Falso lo publicado recientemente, en el sentido de que las meriendas no tendrían cupo para su adquisición. Una por cabeza en torno a las diez de la noche y muy bien surtida en honor a la verdad. Ello implica que en ayunas deben desembarcar los pasajeros, pues no se oferta nada más. Vamos, que ni un carrito como esos de avión, que pasen ofreciendo café, jugos o refrescos.

—Muy llamativos unos personajes de seguridad ferroviaria que se pasean de un extremo a otro haciendo visible el arma de fuego y, con lo cual, lejos de llamar a la tranquilidad crean una atmósfera de tensión donde algunos piensan que en el mejor de los momentos ocurrirá una balacera de película gringa. Una sugerencia: Más discreción con las pistolas o que viajen de incógnitos, mezclados entre la gente.

—Desde que el pasajero llega a la estación hasta que finalmente alcanza su asiento, son chequeados billete y carné de Identidad en cinco ocasiones.

Mírese como se mire y acudiendo a ese refrán de que “más vale tarde que nunca”, este resurgimiento de la modalidad ferroviaria más que un acierto o novedad, resulta una necesidad apremiante para la población y la economía del país.

Es que no puedo dejar de recordar que desde la finca de mis abuelos paternos, La Panchita, se podía llegar sin contratiempos a La Habana por ese camino de hierro. A menos de un kilómetro se encontraba un humilde pueblo rural llamado Remate de Ariosa, perteneciente a la demarcación de Remedios, Villa Clara.

Unas cuantas casas, un diminuto puesto de la Guardia Rural, una tiendecita, un bar y poco más. Pero Remate estaba entonces en la muy próspera Línea Norte de Cuba y recibía varias veces al día el llamado Budd, una verdadera bala plateada autopropulsada, con aire acondicionado, y unas gigantografías interiores entre las que resaltaban las piscinas naturales (los famosos cangilones) del río Máximo, los baños de Mayajigua (Cubana de Aviación volaba hasta allí) y el salto del Hanabanilla. Bastaba llegar a Santa Clara y en minutos tomar asiento hacia La Habana. Hoy por hoy, ni por carretera se pueden visitar las ruinas de lo que fue una diminuta finca a pesar del esfuerzo en vías de acceso que se ha realizado en otras comunidades antes olvidadas.

Cuba siempre tuvo un ferrocarril de excelencia y a ello debe acudir sin demoras a pesar de las adversidades económicas y falta de visión. Fuimos la segunda nación en América en tenerlo y si miramos a Europa, pues diez años antes que España ya estaba tendido el primero tramo de 29 km Habana-Bejucal, en 1837.

Al final, si de momento no hay modo de exhibir filmes al menos cubanos o la merienda es asunto de regateo, la esencia cardinal del reto será hacer resucitar una necesidad vital para pueblo y economía, un modo de viajar o transportar para que los niños de ahora puedan recordar cuando de viejos les sea difícil subirse a un tren.