Bistec de tiñosa

Por Martín Guevara

HAVANA TIMES – Hoy muchos que llevan viviendo varios años fuera de Cuba, critican a los pobres diablos atrapados dentro de la isla que están hasta la coronilla de las necesidades, de lemas y de “teques” de un lado y otro, cansados de sudar, de dar pedales, de ir colgados en las guaguas, de los treinta y dos grados de calor con noventa y nueve de humedad con mosquitos y sin aire acondicionado, sin batido de mango, coca cola fría, ni ventilador.

A los que están hasta el gorro de aguantar las muelas de los dinosaurios que los gobiernan dentro y de las promesas de los camajanes que llevan sesenta y tres años liberándolos a bordo de sus GMC del otro lado del mar.

Critican a los que están  hasta la misma cabeza del guanajo de comer picadillo de sucedáneos de animales, hamburguesas de marciano, jamonada de tiñosa, tomar infusión de chícharos molidos, beber agua azúcar, chispa de tren y gualfarina; de no chocar con un bistec en condiciones, con un bistec como es debido, con un bistec que rumie, que emita mugidos, que esté tan fresco que se lo pueda ordeñar por la mañana antes de comerlo aporreado con ajito,  limón y cebolla comprada en la tienda de la esquina y no pugilateada tras horas de pedaleo con la jaba bajo brazo, en lo de Fefa o en lo de Felo.

A esos que están hasta la cabeza de la jicotea de caminar y caminar y no encontrar nada que hacer, cansados de un periódico de dos hojas, de las empresas estatales que sobre cumplen la norma, del hambre, la miseria y la explotación en el capitalismo según la profesora de filosofía marxista y el canal seis, de ser los hijos de Martí, de Maceo, de Máximo Gómez, de Camilo y Che. Los que están hasta el dedo gordo del pie de pagar con la pérdida de ilusiones permanente, con la desaparición de los sueños, de los proyectos, de los planes de futuro, de la necesidad de creer que algún día, algo, aunque sea remoto e improbable, pasará en sus vidas, y que saldrá agua de la pila por la mañana y habrá olor a pasta de dientes en los baños, champú en las bañeras, perfume en las cómodas, olor a café con leche buena en la mañana, a pan con mantequilla y mermelada, a ropa lavada en lavadora con jabón antialérgico, que el escaparate no llorará por la oscuridad y por el sometimiento a la terrorífica soledad de su único par de zapatos y su pitusa relegado al rincón, al ostracismo de sus vestidos enmohecidos.

Ahora hay quien critica a estos pobres diablos por querer ponerse un par de zapatos a la moda, de querer consultar internet y sentirse un rato en la ficción de nadar -si bien no navegar- por la órbita mundial, de especular con un billetico en el bolsillo frente a una niña que de ordinario sería sólo para disfrute “yuma”. Hay quien los critica por no salir a luchar contra las FAR, contra el MINIINT y contra el G2 y en cambio disfrutar de las migajas de lo que les pueda llevar ese halo, esa brizna, ese ápice de fantasía de estar en la única forma de libertad a la que nos han empujado, la negación de la educación y los valores, del desprecio a la ética, al tufo de la moral, en beneficio del ejercicio del gozo perpetuo y la desconfianza eterna.

Hay quien los condena por no hacer lo que nadie hizo en los sesenta y tantos años que dura la lobotomía del consciente colectivo cubano. Y los critican como si nosotros no hubiésemos soñado estar afuera, en cualquier supermercado, en cualquier aeropuerto frente a una variedad de colores, de olores, de marcas, de precios, como si ninguno nosotros le hubiésemos dado a familiares que viajasen o que viviesen afuera,  nuestra talla de pantalones y la plantilla del pie para que no olvidasen llevarnos flamantes pitusas y popis con etiqueta claramente no búlgara ni rusa, como si no hubiésemos fotografiado con la cámara analógica el primer bistec, el primer automóvil, la primera muda de ropa nueva entera, más representativa de la Libertad que todas las palomas blancas, los clarines sonoros, las cadenas rotas y las bayonetas alzadas de cada himno y cada escudo, que sometidos al escrutinio del tiempo a duras penas, sólo se muestran capaces de llegar al pie de la puerta automática del centro comercial más cercano, implorando un vaso gigante de Cherry Coke Zero…light on the Ice. Ligero como el vuelo del aura tiñosa y torcido como su pico carroñero.

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