Balsero diputado, celebraciones inevitables y ecos del 11-J
Por Francisco Acevedo
HAVANA TIMES – Elián González, el niño balsero, habló esta semana de democracia, de un país de todos, para todos y con todos. Para él y los suyos, que nunca les ha faltado de nada, es fácil decirlo, es más, es casi obligado decirlo, porque sería muy traumático reconocer que su padre se equivocó al ir a buscarlo a Estados Unidos.
Me atrevería a decir que esto sería incluso más traumático que lo que pasó en el mar a la deriva, donde perdió a su madre, y mire que eso es algo que nunca se olvida y de lo que jamás una persona se recupera.
Pero es que se le ponen las cosas bien difíciles y es imposible explicar y justificar a un sistema que tiene pasando trabajo a la mayor parte de la población (no él, por supuesto), y que además es capaz de enviar lacayos a las calles a repartir palos a quienes piensen diferente. ¿De qué democracia está hablando?
Ay Elián, ¡a cuántos cubanos que marcharon por ti estás defraudando! Dice que lo primero es conocer las preocupaciones del pueblo cubano. Ya sé que no camina las calles ni usa el transporte público, ni sabe lo que es una cola. Está bien. Pero que desde la comodidad de su hogar no lea lo que se publica en las redes sociales ni vea los videos que se hacen virales de broncas por un paquete de salchichas o los miles que llegan a Estados Unidos y cuentan todas las vicisitudes vividas en la isla, ya es un poco fuerte.
Él mismo es diputado al Parlamento hace un buen tiempo y jamás ha propuesto una solución a los problemas; pero claro, si los desconoce. En su burbuja parece que no tiene ningún amigo insatisfecho porque no puede decir lo que piensa, ni hacer el negocio que sueña por cualquier burocracia o porque no tiene un pariente importante, y mire que no me estoy yendo a problemas materiales, que seguramente sus amigos tampoco tienen.
En esta misma semana se filtraron audios de una de las tantas reuniones que se hicieron de emergencia en julio de 2021, en medio de las multitudinarias manifestaciones que sacudieron el país.
Se trata de palabras sobre todo de la primera secretaria del Partido Comunista de Cuba (PCC) en Artemisa, Gladys Martínez, en la que conmina a reprimir “hasta con el palo de la bandera” cualquier manifestación. Dice que si hacen falta más palos se consiguen y que si algún represor sufrió una pedrada o cualquier daño debe reportarlo, porque eso es un arma a su favor en la batalla mediática, aunque haya recibido un piñazo y dado 100.
Así se trabajó durante esos días en la televisión cubana, donde varios funcionarios comparecieron con heridas producto del enfrentamiento, pero nadie dijo que fueron ellos los que lo buscaron, ni se vio a ningún damnificado del otro bando, que era mucho mayor.
También se utilizó esto para un futuro proceso legal (estaba presente la Fiscal provincial, según dijo la misma Martínez en el audio), y ese argumento se esgrimió para encarcelar a cientos de cubanos, muchos de ellos todavía tras las rejas.
Otros elementos salieron a relucir en ese intercambio, como quejas de algunos “revolucionarios” que no dieron el paso al frente a pesar de tener cargo y carro, la falta de megáfonos para opacar la voz del pueblo, y el poco respaldo de los habitantes a la represión alegando que eran imparciales, hecho por el cual fueron llamados “gusanos”, la mayor ofensa del gobierno para quienes están en su contra.
Se insistió en detectar a los cabecillas de las protestas y que se le hicieran actos de repudio en sus centros de trabajo a todos los que marcharon, sin hablar de los juicios posteriores. Todo como parte del Plan Baraguá, que en teoría incluía trabajo puerta por puerta para sumar gente a las brigadas de respuesta rápida; este último no me consta haya ocurrido, al menos a mí nadie me fue a tocar a mi casa.
Por eso cuando se ven imágenes festivas muchos se preguntan: ¿Qué hay para celebrar en Cuba? Los arreglos en los barrios marginales que se acometieron tras el 11 de julio duraron poco. Ya nadie se acuerda de ellos, ni los van a visitar los dirigentes.
Quizás otras idiosincrasias sean incapaces de comprenderlo, pero al cubano le hace falta la alegría como el oxígeno. Salvo aquellos que están sufriendo en carne propia o por un pariente cercano (hijo o padre), el resto no puede evitar divertirse de vez en cuando, aunque esto siempre que esté el gobierno por el medio se utilice como propaganda, para dar la sensación de que el pueblo cubano está contento con lo que sucede en la isla.
Si de verdad la gente estuviera feliz no se hubieran marchado miles, ni otros miles lo estarían deseando. Esos mismos que bailan y cantan en cualquier actividad festiva pueden estar esperando, o deseando, recibir un Parole para poner agua de por medio y dejar atrás el país que los vio nacer.
Tampoco se entiende que la mayoría de esas mismas personas salgan a marchar el próximo 1 de mayo si los convocan. Lo hemos dicho hasta la saciedad, pero todavía quienes viven fuera, a veces incluso nacidos en Cuba, olvidan que muchos trabajan para el Estado y enfrentan problemas si no acuden a los llamados, otros tienen negocios y tampoco quieren buscarse problemas y van también, porque todo es voluntario, pero voluntario al estilo comunista: nadie te obliga a ir, pero atente a las consecuencias si no vas.
Y esas consecuencias pueden ser desde un jalón de orejas privado, coerción mediante, hasta una sanción que derive en la pérdida del trabajo, ya sea directamente porque te dan la baja forzosa, o indirectamente porque es preferible pedir la baja que resignarse a un puesto de menor remuneración o una medida disciplinaria sin merecerla.