Aquí se habla de Olaf, el caballero libidinoso que estafó a un cubano

Historietas de turistas

Vicente Morin Aguado

HAVANA TIMES — Un mal día, sentado en el Parque de la Fraternidad, frente al Capitolio, me saluda un extranjero de habla inglesa, a la vez que pide permiso para sentarse. Era músico y por tanto, interesado en nuestros ritmos, especialmente la percusión, ligada a la cultura africana, junto a su religión.

No tuvimos tiempo de conversar porque apareció un policía salido de no se sabe dónde, solicitándome el carné de identidad. Molesto, pero resignado, ofrezco el documento, en tanto me hace una de esas preguntas absurdas, cuya respuesta puede ser la que a usted se le ocurra, pues queda fuera de situación: ¿Quién se sentó primero?

El chequeo de control dio negativo, en tanto yo le comunicaba a mi interlocutor la interrogante, mientras el guardia, receloso, intentaba comprender. Le contesté que no recordaba el detalle, además de carecer de importancia para nosotros. Entonces me advirtió que si en el transcurso del día, algo le sucedía al extranjero, yo sería requerido por las autoridades.

Tenía argumentos contra tan ilógica advertencia, pero preferí continuar mi agradable plática con el turista, asintiendo rutinariamente con la cabeza a la ofensiva insinuación del uniformado. Sin embargo, el visitante se despidió casi de inmediato, tal vez preguntándose quién sería yo, repentinamente chequeado por un policía.

Meditando sobre lo sucedido, recordé la historia de Olaf, el caballero libidinoso que estafó a un cubano. Escribiré a riesgo, porque nosotros tenemos fama de pillos y vivarachos, resultando tal vez un “deshonor” el ser timado por un extranjero.

La historia comenzó en el Parque Central. Allí se presentó a sí mismo Olaf, venido de Santiago de Veraguas en Panamá, “la patria chica del Grande Omar Torrijos”, según le respondí a su primera pregunta. Le agradó mi conversación y nos fuimos a tomar cervezas, junto a su hijo mayor de edad, en una de esas improvisadas cafeterías, construidas en el placer que sustituyó al derrumbe de un edificio en La Habana Vieja.

Estaba en Cuba buscando atención médica especializada para el muchachón, aquejado de tiroidismo. Averigüé sobre la enfermedad, por lo que al siguiente día viajábamos en el viejo Moskovich de un amigo, rumbo al Instituto de Medicina Deportiva, donde nos recibieron con amabilidad, aclarando nuestras dudas. El caso tenía solución, pero siendo turista, debía pagarlo en dólares, asunto muy personal de Olaf y su hijo.

Entre tanto ellos decidían, fueron conociendo La Habana, a veces con nosotros, también por su propia cuenta o ayudados por otras personas. De tal manera me vi una tarde frente a una adolescente, cuyos años eran menos de los dieciséis aceptados en mi país como mayoría de edad.

El chofer, alto oficial retirado del ejército, me miró con evidente preocupación, coincidente con la mía propia. Aparte, le advertí al panameño de la situación, pues nuestras leyes son justamente rigurosas al respecto y esta vez un requerimiento policial sería totalmente lógico.

Lamentando perder los billetes verdes prometidos, abandonamos a Olaf esa noche, acordando vernos al día siguiente para un propósito más loable, la sala de atención a extranjeros en el hospital Hermanos Ameijeiras.

Del hospital, finalmente nada; los precios de mi país le parecieron caros a Olaf. El “caballero” de Santiago de Veraguas consideró casi una estafa, la oferta de tratamiento médico. Nosotros le seguimos la rima un tanto malhumorados, pero soportándolo por aquello de los dólares que hacían falta en nuestros hogares.

Un día conocimos a los parientes de la niña, unos compatriotas realmente muy pobres, venidos del interior del país. El viejón panameño les había comprado una radio grabadora casetera, ropa a la adolescente y otras muchas cosas, incluyendo cubiertos finos para la mesa. Según él, estaba ayudando a la familia. La sorpresa mayúscula vino cuando me insinuó la posibilidad de una chica para su hijo.

Me hice el de oídos sordos respecto a la indeseable sugerencia, intentando un buen final a la aventura, pero nadie escapa a los avatares del porvenir. El chofer tenía una cámara, de las conocidas como “video-ocho”, con un desperfecto previamente detectado por los técnicos, cuya solución era una pequeña pieza, imposible de conseguir en Cuba.

La Zona del Canal es famosa por un amplísimo mercado, muy barato además, y Olaf se comprometió a solucionar el problema, considerándolo como una acción de gracias. Debo agregar que mi amigo adquirió la filmadora durante los riesgosos tiempos vividos como militar en Angola.

Olaf era hombre de dinero, había sido campeón de su país en Judo y poseía gimnasio propio.

Participaba de la política tradicional como Corregidor del partido fundado por Torrijos, devenido en agrupación política tradicional, tras el asesinato del hombre que un día dijo: Yo no quiero entrar en la historia, yo quiero entrar al Canal.

Sin embargo, el personaje que teníamos delante era otro. Supimos que volvió a La habana, por la callada respuesta de la señora encargada del aseo en la casa que los panameños ocuparon anteriormente. Del Tiroidismo Cero. El vikingo del canal escogió otros “tratamientos”, conforme a las enfermedades padecidas por él y su hijo, concluyendo que nosotros no éramos las personas adecuadas para ayudarle en sus propósitos.

4 thoughts on “Aquí se habla de Olaf, el caballero libidinoso que estafó a un cubano

  • Este articulo no tiene pies ni cabeza….promete lo que no cumple y se queda trunco, me quede con las ganas.

  • Sra., que fue lo que usted no entendio? claridad agua, el tipo era pana, queria tumbarse una jevita que no le pusiera pero a su senilidad, era tan minimo que solo asi ajustaba; la parte del recnor es porque no le dio los duros al del texto, se fue como se iban las sirvientas de casa grande, sin siquiera despedirse… pero volvio, como los sirvientes de casa chica, con la cola entre las patas, defenestrado de canalandia por raquitico, por miserable, por pedofilo, por mala cara y partidario de la malanga por detroit… en resumidas cuentas: el tipo este era un paria mas de esos que se asoman por las havana’s buscando coger, beber e inhalar, que mas da, basura paseando aca.

  • Raúl:
    Gracias por la traducción. A mí me ocurrió also similar a María. Y estoy acostumbrado a leer los textos de Vicente. En esta ocasión le faltó claridad en los planetamientos; diafanidad en la exposición. El que escribe para que lo lean otros debe tener siempre en cuenta ese principio: Así de simple.

  • Pèsima redacciòn, casi ininteligible la historia.

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