Aprender a vivir en Cuba
Yusimí Rodríguez
HAVANA TIMES, 3 abril — Siempre he pensado que Avelino es una de las personas más rectas y consecuentes consigo mismo que he conocido. Y también uno de los más identificadas con la Revolución.
Un militante del Partido Comunista de Cuba que no se perdía un discurso de nuestro líder, que ha estudiado el Marxismo-Leninismo a profundidad, que no faltaba a un solo trabajo voluntario, que lamentó no participar en la Zafra del 70 (aquella de los diez millones, que no se lograron) porque no estaba en el país; que no admitía que en su casa se practicara ni se hablara de religión (hasta que dejó de ser un impedimento para entrar al Partido y nos visitó luego el Papa); que le salía al paso a cualquiera que se atreviera a criticar nuestro proceso revolucionario.
Hasta principios de los noventa su trabajo lo mantenía la mayor parte del tiempo fuera del país, pero la llegada del Período Especial cambió esa situación. Fue entonces cuando comenzó a trabajar en el sector gastronómico como segundo administrador de una cafetería.”
Esta era una época en que las cosas se pusieron más difíciles que de costumbre, principalmente la comida (no voy a referirme a otros artículos tan elementales como el jabón, el detergente, el desodorante, el shampoo). La carne, por ejemplo, el arroz, el aceite e incluso el pan, solo por mencionar algunas, eran casi imposibles de obtener. Trabajar en un lugar en el que se tuviera acceso a esas cosas era el equivalente cubano de estar a las puertas del cielo.
Se daba por sentado que si usted trabajaba en una cafetería, en su casa no debía faltar, por lo menos, el aceite. Pero no era el caso de Avelino. En su casa seguía faltando todo. Como militante del Partido él debía dar el ejemplo, y más aún, combatir la corrupción que veía alrededor suyo. Su esposa le decía: “Aprende a vivir, tú hasta ahora nunca estabas aquí, pero esta es la realidad; deja que lo otros cojan y agarra tú también lo que puedas.”
Avelino se mantuvo fiel a sus convicciones. Comenzó por denunciar ante su jefe, también miembro del Partido Comunista, a los empleados que se llevaban cosas. Cuándo se dio cuenta de que su jefe era “de la familia,” lo denunció con el Delegado del Poder Popular, otro miembro del Partido. A la cafetería fueron unos inspectores enviados por el Delegado y encontraron un gran faltante en dinero y mercancías. Adivinen quién perdió su trabajo y además su carné de miembro del Partido Comunista de Cuba: Avelino.
Pasaron los años. Avelino trabajó en varios lugares y finalmente consiguió un puesto como administrador de un taller de piezas de vehículos. Yo pasaba cerca del lugar recientemente y lo visité.
Empezamos a hablar de nuestro sistema de educación, de casos que ambos conocemos de personas que imparten clases sin tener la preparación adecuada, de los que aceptan sobornos para aprobar a los alumnos.
Me alegré de poder contarle sobre una muchacha que conozco que ha sido profesora en una secundaria por más de diez años y jamás ha aceptado un soborno ni ha aprobado a alguien que no tenga los conocimientos. Tiene un alto prestigio en su municipio.
De hecho le habían propuesto un cargo importante en la escuela porque gente como ella hace falta para volver a elevar el nivel de exigencia en nuestro sistema educacional. Le dije a Avelino que me entusiasmaba la idea de que existiera en el país la intención de revertir las cosas negativas que han ocurrido en los últimos tiempos.
La respuesta de Avelino fue que mi conocida era una estúpida. “Si no acepta sobornos se va a morir de hambre porque ni en Educación ni en ningún lugar los sueldos alcanzan. Y si aceptó el cargo es doblemente estúpida. Aquí te dicen que quieren acabar con la corrupción, pero eso es pantalla. Este país vive de la corrupción y el gobierno lo sabe. Esa muchacha debe hacer como todo el mundo y coger lo suyo.”
Me di cuenta de que Avelino ha aprendido a vivir, como le decía su esposa. Solo que ya no es su esposa. ¿Cómo ocurre esto? ¿Cómo cambian las personas de esta forma?
Más que tristeza, sentí miedo. No me asusta tanto la imposibilidad de cambiar las cosas, como la conformidad, el convencimiento de que no se debe intentar cambiarlas. Cuando te acostumbras a vivir de la corrupción, aunque sea pequeña, no te sientes con derecho ni moral para criticar lo que hacen los que están por encima de ti, y te acomodas.
Lo peor es que escuchaba a Avelino y cada vez que intentaba rebatirle, él me dejaba sin argumentos. El creyó, él se sacrificó; él vivió la historia que les conté antes, él ha visto. Tiene casi el doble de mi edad.
“Tú eres muy ingenua,” me dice. A mí se me encogía el alma. ¿Será esto lo que me espera, lo que nos espera a todos? ¿De verdad no podemos cambiar las cosas? Por favor, que alguien me diga que él está equivocado.
Bueno yo no sé si el está o no equivocado, pero tál como ud. lo cuenta, hasta a mí me hace falta que alguien me diga que avelino está equivocado.