América Central: Autoritarismos, populismos y democracia en tiempos de pandemia

Daniel Ortega y Nayib Bukele.  Fotos: Elpitazo.net

Entre el autoritarismo decadente de Ortega y el milénico de Bukele, están las variantes de Guatemala y Honduras

Por Elvira Cuadra  (Confidencial)

HAVANA TIMES – Centroamérica es una región pequeña y a veces casi invisible entre las dos grandes masas continentales de América. Ocasionalmente destaca en las noticias por algún acontecimiento relevante como la destitución y juzgamiento en 2015, del presidente de Guatemala, Otto Pérez, por dirigir una red de corrupción al más alto nivel; por las multitudinarias y extendidas protestas que iniciaron en Nicaragua en el 2018 y la respuesta represiva del Gobierno; o más recientemente, por la ocupación militar del edificio legislativo ejecutada por el presidente de El Salvador, Nayib Bukele.

Como en otras partes del mundo, la imprevista pandemia ocasionada por el coronavirus ha puesto sobre la mesa de la agenda centroamericana la permanencia de los viejos autoritarismos, en decadencia; los nuevos populismos autoritarios y las ventajas de la democracia. La forma en que cada Gobierno ha decidido enfrentar la situación muestra las falencias y virtudes de los regímenes y procesos políticos de la región.

Ortega y Nicaragua

En Nicaragua, Daniel Ortega con más de trece años en la presidencia y un Gobierno transformado en una dictadura acusada de crímenes de lesa humanidad, ha decidido enfrentar la pandemia a partir de una lógica negligente que contraviene todas las medidas recomendadas por la OMS y OPS promoviendo actividades públicas, ferias, carnavales, actividades deportivas y visitas.

Se ha negado a suspender las actividades escolares, realizar campañas de prevención e información, y ha prohibido que el personal de Salud utilice el equipo necesario para prevenir el contagio.

Desde el inicio, el discurso oficial niega la presencia de la pandemia y sus efectos en el país; en consonancia, mantiene una estrategia de férreo control sobre la información negándose a entregar datos transparentes y actualizados a organismos internacionales y la opinión pública, además de amenazar a médicos y familiares de los contagiados para que no divulguen datos a la prensa.

En medio de la emergencia, Ortega se ha ausentado de manera prolongada y solamente ha aparecido públicamente dos veces sin referirse a la situación, mientras su esposa, la vicepresidenta Rosario Murillo todos los días dirige un mensaje telefónico a la población, plagado de expresiones religiosas y epítetos a quienes considera sus enemigos políticos. El régimen de Ortega es la encarnación de los autoritarismos decadentes en Centroamérica y su expresión más grave.

Bukele y El Salvador

Los populismos autoritarios son una herencia perversa del siglo XX que permanece en la región y se reviste con nuevos ropajes de tanto en tanto. El más reciente ha aparecido en El Salvador con el presidente Nayib Bukele, quien asumió el cargo en el 2019 rompiendo la hegemonía de los partidos ARENA y FMLN.

Bukele rápidamente se proyectó como un líder joven, popular por su forma de usar las redes sociales, pero poco después, comenzaron a aparecer los primeros síntomas de un estilo populista autoritario hasta que a inicios del 2020 irrumpió en la Asamblea Legislativa con una fuerza militar sin que la crisis institucional pasara a más.

Bukele fue uno de los primeros presidentes centroamericanos que adoptó medidas sanitarias para la prevención y contención de la pandemia; medidas aplaudidas por la mayoría de los salvadoreños, especialmente las de apoyo económico para sectores de población vulnerable.

El estilo vertical y centralizado de disponer los asuntos públicos se ha acentuado con el avance de la pandemia. Tres decisiones recientes: el uso de las fuerzas militares y policiales para detener y confinar a quienes quebrantaran la cuarentena impuesta en el país; la autorización del uso de fuerza letal militar y policial en contra de las pandillas o maras, y las medidas de castigo a los pandilleros recluidos en centros penales han generado una ola de opiniones contrapuestas entre los salvadoreños que aplauden al presidente cansados de la violencia e inseguridad, y quienes denuncian estos actos como violaciones a derechos humanos. Calificado recientemente como prospecto de “dictador milenial”, Bukele representa a los populismos autoritarios revestidos de modernidad.

Guatemala y Honduras

Entre el autoritarismo decadente de Ortega y el milénico de Bukele, están las variantes de Guatemala y Honduras. Ambos países adoptaron medidas sanitarias de prevención ante el COVID-19 bastante temprano y arrastran fuertes crisis políticas desde hace años.

Durante la pandemia se han incrementado las denuncias de corrupción y uso de las fuerzas policiales para sofocar las demandas de sectores vulnerables de población que requieren apoyo. En Guatemala, el Gobierno adoptó medidas de manera eficiente y temprana, pero se critica la falta de capacidad institucional para implementarlas mientras que, al mismo tiempo, la presidencia cuenta con una baja legitimidad.

En Honduras, el Gobierno de Juan Orlando Hernández arrastra una grave crisis de legitimidad desde hace varios años. Cuando se presentó el primer caso adoptó medidas de contención sanitaria, pero a la vez, abrió las puertas para que ciertos funcionarios públicos se aprovechen de la situación mediante actos de corrupción. Además, no ha dudado en utilizar a la Policía para contener los reclamos de pobladores en distintas localidades del país que reclaman acceso al agua y otros servicios básicos.

La democracia en Costa Rica

En el lado sur del istmo, Costa Rica y Panamá muestran un panorama bastante distinto. Costa Rica, considerada la democracia más antigua y consistente de la región, fue uno de los primeros países en los que se presentaron casos de COVID-19 a inicios de marzo. Inmediatamente el Gobierno dispuso una serie de medidas de prevención que se incrementaron gradualmente con el ascenso de los contagios. Adicionalmente, decidió un paquete de medidas económicas para mitigar los efectos de la pandemia en los sectores de población con más bajos recursos.

Antes que se anunciara el primer caso de coronavirus, el presidente Carlos Alvarado enfrentaba una crisis institucional por una investigación de la Fiscalía a una oficina manejada por algunos funcionarios cercanos y que supuestamente vigilaba a líderes políticos. La pandemia pospuso la crisis y Alvarado se puso al frente de la emergencia.

Sin duda, el manejo que el Gobierno ha hecho de la situación y el reconocimiento que ha ganado frente al mundo le ha dado un respiro. Vale la pena mencionar dos factores que han jugado un papel crucial: la fortaleza del sistema de Salud costarricense y el comportamiento ciudadano que de manera consciente y responsable ha acatado todas las medidas de prevención recomendadas. Realmente un manejo exitoso y democrático de una crisis sanitaria.

La pandemia en Panamá

Panamá es el país centroamericano con la mayor cantidad de casos de coronavirus. El Gobierno de Laurentino “Nito” Cortizo dispuso medidas de prevención y contención del contagio desde que se presentaron los primeros casos, sin embargo, no han logrado frenar la curva de contagios.

Cortizo llegó a la presidencia hace poco tiempo, en medio de una situación política complicada por las denuncias y juicios por corrupción que involucran a funcionarios públicos de alto nivel, incluidos los expresidentes Torrijos (2004-2009), Martinelli (2009-2014), y Varela (2014-2019). En este momento, Panamá ya está considerando las medidas para desescalar la cuarentena incluyendo decisiones económicas que se postergaron y están reavivando la crisis política entre la Presidencia y el Legislativo porque tiene como uno de sus ejes principales al sistema de seguridad social.

La pandemia global por el COVID-19 ha hecho emerger las falencias de la democracia en Centroamérica con los matices y especificidades de cada país. Muestra los colmillos afilados de los viejos autoritarismos que han asolado a la región y reaparecen en toda su crudeza de manera brutal o solapada; pero muestra también las lecciones que se pueden aprender de los procesos democráticos, con sus virtudes y defectos. Dos realidades contrapuestas que permanecen como un gran reto para este puente de las Américas.