Aguas Negras
Por Ariel Glaría
HAVANA TIMES — Se me había quitado la idea de volver a escribir sobre Pancho, hasta la tarde del pasado jueves 8 de octubre. En la noche Pancho me lo confirmó todo.
El martes, Tabaco, su ayudante más viejo, fue a buscarlo para trabajar; “él mismo escogió la alcantarilla”, me explicó Pancho, “ya la tenía prevista”. Tabaco no quería avisar a Cucaracha. Pero se olvidó que se trataba de un viejo deseo, contado por él un millón de veces a su socio de todos los días dentro de las alcantarillas y cloacas de La Habana.
La alcantarilla quedaba al costado de un banco en la Habana Vieja. Allí se apareció Cucaracha. Barreta en mano, rápidamente levantaron la tapa.
Fue un trabajo rápido. Tras el tercer cubo los ayudantes comenzaron a subir. Un descuido de Pancho provocó que sobre la cabeza de Cucaracha cayera fango. Tabaco lo seguía con dificultad; “me pareció que escondía algo”, dijo Pancho sin apenas separar los labios, hábito adquirido por la pérdida de los dientes.
El pomo de agua de beber solo alcanzó a Cucaracha para lavarse las orejas, la cara y soltar la lengua; Tabaco había encontrado un lingote y lo traía escondido entre las piernas.
Lo primero que vio, cuando asomó la cabeza, fueron los ojos de Pancho. Pero traía el lingote en la mano. Era verdad. Su forma era inconfundible, a pesar de estar cubierto por un fango viscoso y negro. Pancho lo metió en el vagón. Por su propio peso el lingote se hundió, escondiéndose en el excremento acumulado. Rápidamente pusieron la tapa y no pararon hasta Centro Habana.
Llegaron al parqueo de la calle San José, donde hay agua y todos conocen a Pancho. Cucaracha agarró el lingote. De la llave a penas salía un hilo, suficiente, sin embargo, para remover la costra que lo cubría. Una superficie verde comenzó a verse debajo de la capa negra. Luego apareció una superficie gris que continuó siendo gris cuando la piedra del adoquín quedó totalmente limpia.
Tabaco no supo si llorar o correr. En silencio, bajo el sol de las once, los tres comenzaron a escarbar en el fango del vagón. Pancho me miró, lívido, “no encontramos ni cojones” dijo.
Ángel, que leyó lo que escribí hace unos meses sobre su tío, en Havana Times, al leer este hizo el mismo comentario “yo lo hubiera contado mejor”.
Jajaja muy bueno este cuento corto. De verdad que casi me crei el milagro de encontrar un lingote de oro en una alcantarilla habanera.