Las combatientes colombianas que ya no quieren seguir peleando

Por Georg Ismar (dpa)

Gloria Castañeda y Leidy Montoya. Foto: Ramon Serra/https://directa.cat
Gloria Castañeda y Leidy Montoya. Foto: Ramon Serra/https://directa.cat

HAVANA TIMES — Es una amistad muy especial: una ex paramilitar y una antigua guerrillera de las FARC luchan juntas por la paz en el país sudamericano. Un objetivo que parece más cerca que nunca tras el acuerdo de cese el fuego.

“Mi amor”, dice Leidy Montoya Pérez para ganar tiempo antes de responder. Su apariencia hace difícil entender cómo una mujer joven como ella pudo tomar la decisión de empuñar las armas para unirse a la guerrilla.

Luego explica por qué no le gusta recordar esa época. “Duele”, dice Leidy. Sus uñas doradas, sus pantalones ceñidos y sus labios muy pintados dejan claro que la colombiana, de 31 años, ya pasó página hace tiempo.

Leidy fue reclutada por las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) cuando tenía 12 años. A lo largo de una década luchó en varios frentes, entre ellos el Frente 34, considerado uno de los más beligerantes en la zona occidental del país.

“No lo sé”, responde Leidy a la pregunta de si alguna vez mató a alguien. Solían disparar contra el enemigo, dice, aunque era muy difícil ver algo en las regiones montañosas y selváticas donde peleaban. Se estima que el conflicto colombiano ha dejado hasta hoy más de 220.000 muertos y unos seis millones de desplazados.

El enfrentamiento entre las guerrillas marxistas de izquierda, los grupos paramilitares de ultraderecha y las fuerzas del Estado en Colombia es el más largo del continente americano.

Las FARC empezaron a combatir en 1964 en protesta por el abandono de la población rural. Hoy se las acusa de estar implicadas en el narcotráfico.

En Colombia hay en tanto muchas voces que claman por la paz, esperanzadas desde que el Gobierno de Juan Manuel Santos negocia con las FARC en Cuba. Y el fin del conflicto parece hoy más cerca que nunca después de que las partes anunciaran un cese el fuego bilateral y definitivo tras casi tres años y medio de negociaciones en La Habana.

Leidy Montoya también anhela el final del conflicto. La ex guerrillera es de Anzá, un municipio del departamento de Antioquia, en el noroeste colombiano. La población vivía en los 90 aterrorizada por los paramilitares, que acusaban a los pequeños campesinos locales de colaborar con las FARC.

El padre de Leidy era alcohólico. “En casa había mucha violencia, por eso pensé que era mejor irse”, dice. Las FARC se convirtieron en su nueva familia y los paramilitares de las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC) en el enemigo. Entre ellos estaba Gloria Patricia Castañeda.

La ex paramilitar posa hoy hombro con hombro al lado de Leidy.

Gloria malvivía trabajando de misionera católica cuando un médico amigo le dijo: “Tengo que presentarte a alguien”. Así conoció a un comandante del Bloque Mineros de las AUC y empezó a apoyar a la logística del grupo.

Los paramilitares, que operaban a menudo en colaboración con las fuerzas regulares del Estado, eran conocidos y temidos por sus ejecuciones extrajudiciales. La paga de 800.000 pesos colombianos (hoy unos 260 dólares) era una oferta tentadora.

Después de cinco años, Gloria sintió que no podía más y dejó a las AUC. Hoy sufre bajo un estima colectivo. “La gente me dice: ‘las Autodefensas asesinaron a mi hermano'”, dice.

A las FARC en sí Gloria las sigue viendo como enemigas porque aún “practican la violencia”. Los paramilitares fueron desmovilizados entre 2003 y 2006. Como está previsto ahora con los milicianos de las FARC, muchos tuvieron juicios especiales con penas rebajadas de un máximo de ocho años.

Muchos de los integrantes de los grupos paramilitares, sin embargo, pasaron a formar parte de bandas criminales organizadas (Bacrim).

Leidy y Gloria, al menos, ya superaron esos tiempos. Ambas se ven a menudo en la Casa de la Memoria de Medellín, un centro que lucha contra las secuelas del conflicto y en el que las antiguas enemigas trabajan juntas entre los acordes de música colombiana.

“El recuerdo de la violencia puede ayudar a superar el conflicto”, explica la directora del centro, Lucía González Duque, el día en que Leidy y Gloria participan en un taller que las prepara para abogar por la paz en zonas rurales.

“¿Qué nos trajo hasta este punto?”, se pregunta González Duque, pensativa. La Casa de la Memoria recibe sobre todo a jóvenes y grupos de escolares, cuenta después. “Un multiplicador importante (del mensaje de paz) son los maestros”, considera. Al igual que ex combatientes como Leidy y Gloria.

Eran “tiempos duros”, accede Leidy al final a recordar su tiempo en la guerrilla. Largas marchas de día y noche, a menudo entre la lluvia y el miedo a las emboscadas militares. “Tuve problemas en los ovarios y tenía la barriga hinchada”, dice.

Por eso decidió en 2008 deponer las armas, junto con un compañero.

Al igual que Gloria, hoy pasa penurias para sobrevivir. Leidy vive de nuevo en Anzá con su pequeño hijo de cuatro años, Bragan.

La ex guerrillera, sin embargo, es pesimista cuando piensa en la pacificación de todo el país. “No va a haber nunca una paz de verdad”, se lamenta. Para el caso de que se pueda llegar a un acuerdo con las FARC teme, como muchos en Colombia, que cientos de combatientes desmovilizados se unan a las bandas criminales.