Vivir en la calles de Puerto Príncipe, Haiti

Por Garry Pierre-Pierre*

HAVANA TIMES, enero (IPS) — El sol apenas se pone en Haití y los residentes de la calle Berne ya preparan sus camas improvisadas, dispuestas prolijamente a un lado de la calle, lejos de los muros tambaleantes y de las frágiles estructuras edilicias, que siguen resultando peligrosas.

Los hombres levantan barricadas, dejando suficiente espacio para que circule un vehículo.  Pronto comparten todo lo que tienen: pasta o arroz con arenque ahumado. Poco después, las madres acunan a sus hijos mientras escuchan las noticias en radios a batería y de a poco el grupo comienza a dormirse.

“Las calles se han convertido en nuestro hogar, de un modo similar a los perros callejeros que solíamos perseguir con palos y piedras”, dice Herold Joseph, quien nació y se crió en este viejo enclave de clase media.

Joseph habitaba una vivienda con techo de lata, que ahora se ve más precaria que nunca como casi todas las otras de Rue Berne, una de las calles dañadas por el terremoto de siete grados en la escala de Richter que el 12 de este mes destruyó casi totalmente a Puerto Príncipe.

Ya se recuperaron 50.000 cadáveres, pero se estima que los muertos llegan a más de 100.000.

La miseria es inconmensurable. Se calcula que tres millones de haitianos perdieron totalmente sus hogares, y otras casas son demasiado inseguras para que la gente ingrese a ellas, lo que convierte a esta ciudad en un refugio gigante de personas sin techo.

La escena de Rue Berne es similar a la que se registra en cada barrio de la capital, que está rodeada por suaves montañas.

En varios aspectos, los habitantes de Rue Berne están en mejor situación que muchos otros que, al no encontrar amigos donde ampararse, han buscado refugio en los patios de edificios gubernamentales, como la oficina del primer ministro y la Red de Televisión Nacional, conocida por sus siglas en francés TNH.

Precisamente TNH hace una cobertura en vivo de lo que ocurre en su propio patio, donde varias personas llevaron colchones o harapos donde poder dormir.

“La nuestra ha sido la mejor cobertura televisiva”, dijo Pradel Henriques, director general de la emisora.

“Hay que recordar que el resto del país, particularmente el área que está al norte de Puerto Príncipe, tiene electricidad, y nosotros somos el único canal que cubre toda la nación”, agregó.

Henriques está preocupado por la posibilidad de no poder continuar realizando este trabajo por falta de equipos y porque algunos se están dañando, y además se está quedando sin cinta.

Pero a diferencia de lo que ocurre en Rue Berne, estos habitantes son permanentes en estos refugios improvisados, sin otro lugar al que ir durante el día. Éste es su hogar.

Como los pocos hospitales que todavía funcionan están saturados de cadáveres, estas explanadas de edificios gubernamentales se han convertido en improvisados centros de salud. Médicos haitianos y extranjeros atienden partos, principalmente prematuros, inducidos por la conmoción que sufrieron sus madres.

Los médicos suturan heridas y elaboran yesos para reparar fracturas.

“Es muy triste”, dijo Fernando Gómez, un médico dominicano que le pidió ayuda a Herniques para llevar hacia la frontera dominicana a una embarazada que se encontraba en ese patio, a fin de practicarle una cesárea.

“Estamos contentos de poder ayudar a nuestros vecinos durante esta tragedia”, señala.

Gómez dijo haber trabajado casi sin cesar, yendo de oficinas del gobierno a centros de salud para tratar a los heridos.

“Hacemos lo mejor que podemos”, indica con cierta resignación.

Aunque fue un desastre natural, los problemas políticos y la pobreza han jugado un rol importante en la dimensión de la calamidad. En las últimas cuatro décadas, Puerto Príncipe, otrora una bucólica ciudad donde abundaban los profesionales, se convirtió en un tugurio gigante, con construcciones irregulares y barrios improvisados.

La degradación comenzó a comienzos de los años 60, cuando el dictador François “Papa Doc” Duvalier (1964-1971) comenzó a trasladar cantidades de campesinos a la capital para que lo alabaran ante los dignatarios extranjeros que visitaban el país.

Pero el siniestro Duvalier les dio solamente pasaje de ida y los campesinos tuvieron que quedarse, abandonando sus granjas.

Como consecuencia, se crearon barrios como el tristemente célebre Cité Soleil. Una vez allí, los campesinos erigieron chozas de lata, usando cemento mal mezclado y sin ninguna conexión a las redes de electricidad y saneamiento.

Con el paso de los años, la población de Puerto Príncipe, una ciudad construida para albergar a 200.000 habitantes, saltó a casi dos millones. Esta cifra es una estimación, dado que en casi tres décadas no se realizó ningún censo.

“Digo esto desde hace años. Pero no tengo el ‘pedigrí’ adecuado, entonces no me toman en serio”, se quejó el geólogo Mathurin.

Entrevistado en Radio Signal FM, Mathurin dijo que un estudio de la estadounidense Universidad de Purdue había pronosticado este terremoto una semana antes de que se desatara en Haití.

También sostuvo que en cierto modo Haití es afortunado, dado que en realidad fueron dos los sismos que lo azotaron, pero sus rutas se cruzaron, limitando el impacto.

“Tuvimos suerte de recibir las réplicas en vez de los otros terremotos que iban a seguir”, dijo.

Cuando amanece, los residentes recogen sus lechos improvisados y los llevan a los patios, despejando las calles. Se bañan, se lavan los dientes e intentan vivir una vida normal.

Al preguntársele cuánto tiempo va a vivir en las calles, Joseph responde: “Mucho tiempo”.

Él y otros hombres salen a relevar los daños, como si se dirigieran a trabajar. Pero su tarea es observar los escombros. Es decir, lo que queda de su amada ciudad.

* Especial para IPS de The Haitian Times.