Riqueza escondida entre desechos en Uruguay

Por Pablo Alfano

HAVANA TIMES, 22 marzo (IPS) — “Va a llegar un momento en que 80 por ciento de la materia prima que utilizará la industria en Uruguay será producto del reciclaje de residuos”, dice con cierto orgullo Marcelo Conde, un clasificador de 40 años que se dedica a esta tarea desde que tiene “uso de razón”.

Conde, vicepresidente de la Unión de Clasificadores de Residuos Urbanos Sólidos (Ucrus), trabaja en la Cooperativa Felipe Cardozo (Cofeca), la más grande de las que funcionan en la planta de disposición final de ese nombre, la mayor de Montevideo.

Casi 60 cooperativistas seleccionan el contenido de unos 30 camiones, de los 540 que vuelcan diariamente unas 2.000 toneladas de residuos urbanos sólo en ese lugar.

Se calcula que unas 800 toneladas de basura domiciliaria son procesadas diariamente en la capital uruguaya por unas 5.000 familias, según el último censo oficial de 2008, pero las propias autoridades creen que ese número puede duplicarse contando los clasificadores no registrados.  Otro tanto lo hacen en el resto del país.

La clasificación de residuos es vista con cierto desdén por muchos, por tratarse de un trabajo informal a cargo de personas del estrato socio-económico más deprimido.

No en vano, a principios de la década del 80 en plena dictadura cívico-militar (1973-1983), los “hurgadores”, como se les llamaba entonces, se veían obligados a ingresar casi clandestinamente en las plantas de disposición de residuos para recuperar materiales
reutilizables. Muchos pasaban la noche tras las rejas.

Esta situación cambió en los últimos años, tanto que los ministerios de Desarrollo Social (Mides) y de Educación y Cultura (MEC) redactaron la llamada “Libreta de derechos para clasificadoras y clasificadores”, evitando así que sufran atropellos en el ejercicio de su ciudadanía (ver recuadro).

A esto se agrega que muchos se agruparon en un sindicato, la Ucrus, y, con el apoyo del Mides, consolidaron cooperativas que apuntan a dignificar un trabajo que, de no existir, haría que la sociedad uruguaya siga enterrando millones de dólares en materia prima.

UN PLAN A MEDIDA

Poco después de asumir en marzo de 2005 su mandato de cinco años, el pasado gobierno izquierdista de Tabaré Vázquez creó el Mides, cuyo buque insignia fue el Plan de Atención Nacional de la Emergencia Social (Panes).

Sus impulsores calcularon que una buena parte de los clasificadores ingresaría a este plan, que incluía la entrega del llamado Ingreso Ciudadano (una partida de dinero), la Tarjeta Alimentaria para comprar artículos para el hogar a bajo costo y planes de empleo y de microcrédito.

Sin embargo, eso no ocurrió porque los ingresos de varias de ellas las situaban por encima de la línea de pobreza, que era el techo para hacerlo.

En ese sentido, Conde explicó a IPS que un clasificador de la cooperativa donde él trabaja gana, en promedio, entre 1.600 y 1.700 pesos uruguayos semanales, que totalizan unos 400 dólares mensuales.

Para los clasificadores, no sólo la paga vale la pena sino que valoran mucho ser trabajadores independientes, sin patrones ni horarios fijos.

A esto debe sumarse que muchos venden electrodomésticos, ropa, zapatos, sillas y otro tipo de cosas, muchas veces en buen estado, en las distintas ferias vecinales callejeras a lo largo y ancho de Montevideo, que concentra poco más de la mitad de los 3,3 millones de habitantes de
Uruguay.

Ante esta situación, las autoridades diseñaron el programa Uruguay Clasifica, que brega por la inclusión laboral, social y cultural de aquellos que viven de la recolección informal de residuos.

“Lo primero que detectamos es que la grave crisis de 2002 (financiera y económica) no fue un detonante para que aumentara la cantidad de clasificadores. Sólo se hicieron más visibles con la aparición de los contenedores”, que centralizó por manzanas la recolección de residuos en varias ciudades, explicó a IPS el responsable de Uruguay Clasifica, Nicolás Minetti.

“Antes, cuando pasaba el camión recolector, el clasificador conocía el horario y sólo debía ir un rato antes a buscar residuos que pudieran ser reciclados para su venta. En cambio, ahora, este trabajo implica pasar a cada rato por los contenedores. Eso les dio más visibilidad”, agregó.

Este programa también se focalizó en la niñez, pues con la instalación de los contenedores la presencia de niños y niñas a bordo de carros tirados por caballos se hizo aún más notoria.

Además de ser un trabajo netamente familiar, como en el caso de Conde que comenzó de niño con su padrastro, los más pequeños son los más aptos físicamente para, literalmente, sumergirse dentro de los contenedores.

Estos menores empiezan a trabajar en promedio a los ocho años y la mitad de las mujeres clasificadoras fueron madres adolescentes, en general, a los 15 años, explicó Minetti.

La mayoría no terminó la escuela: 25 por ciento de los clasificadores tienen tres años o menos de enseñanza primaria, mientras que cerca de 80 por ciento posee seis años o menos.

Por eso el programa Uruguay Clasifica busca generar las condiciones para asegurar la permanencia o el reintegro de niños, niñas y adolescentes en el sistema educativo.

La falta de escolarización se cubre con capacitación y un pequeño estímulo económico para que los más pequeños no participen en las etapas del clasificado artesanal de residuos y retomen sus estudios.

Algunos ingresan en programas del gobierno de Montevideo, otros a los del Ministerio de Trabajo y Seguridad Social. En abril comenzarán a funcionar, a pleno, un curso de jardinería y espacios verdes, uno de construcción y otro de mecánica automotriz enfocado a los adultos,
adelantó Minetti.

UNA TAREA ECOLÓGICA

En cuanto a la capacitación y dignificación laboral, el programa puso en marcha dos estrategias que van de la mano.

La primera es una campaña de concientización enfocada a los ciudadanos y, la segunda, busca mejorar las condiciones laborales a través de la entrega de uniformes y folletería que detalla los verdaderos alcances de su función.

Una primera prueba se hizo en la Ciudad de la Costa, una prolongación de la capital del país hacia el departamento de Canelones bordeando la costa del Río de la Plata, donde los clasificadores cambiaron los caballos por bicicletas para tirar de sus carros.

Estos hombres y mujeres, además de llevar un uniforme, entregan autoadhesivos y material informativo a los ciudadanos para que aparten los materiales que pueden ser recuperados.

Los resultados fueron alentadores. “En la misma casa donde me miraban mal y llamaban a la policía cuando yo estaba mirando la basura, ahora paso de uniforme y los dueños de casa me dicen: ‘pase por acá, los envases están guardados al fondo'”, narró uno de los clasificadores que participa del plan, recordó Minetti.

Como apoyo, el Mides formó sólo en 2008 unas 10 cooperativas de trabajo en Montevideo y en el central departamento de Florida, como parte de un plan piloto.

La idea, compartida desde siempre por el sindicato de clasificadores, era que estos trabajadores se acostumbraran a realizar sus aportes sociales a través de estas microempresa, y así dejar atrás la informalidad, coincidieron Conde y Minetti.

En 2009, gracias a convenios firmados con los gobiernos de los 19 departamentos en que se divide Uruguay, el plan se extendió y hoy existen cerca de 40 agrupaciones (algunas cooperativas, otras en vías de serlo).

En la cooperativa donde trabaja Conde, por ejemplo, el año pasado les entregaron ropa de lluvia y, al momento de ser consultado por IPS, estaban por recibir uniformes para todos los integrantes de Cofeca.

“Ahora tenemos otra asignatura pendiente que es lograr un galpón de acopio de materiales techado, para que lo días de lluvia no se nos moje mercadería como diarios, papeles y cartón”, explicó el clasificador y dirigente sindical.

“Aunque no lo parezca, la basura es un gran negocio, multimillonario, y ya viene siendo hora que el eslabón más débil de la cadena, los clasificadores, tengamos una vida más digna y seamos respetados por el aporte al cuidado del ambiente que hacemos en silencio”, sentenció Conde.