Mujeres rurales, entre éxito y explotación
Por Milagros Salazar
HAVANA TIMES, 9 dic. (IPS) — La imagen tradicional de las mujeres rurales de América Latina, marcada por la subsistencia y el cuidado de su familia, da paso a otra de protagonistas de actividades comerciales y productivas a pequeña y gran escala, en un cambio que tiene detrás historias de éxitos y también de explotación.
Desde la central Huancavelica, la región más pobre de Perú, la quechua Gladis Vila ha logrado junto con otras mujeres que se realicen ferias ecológicas en 22 de las 25 regiones del país como prueba de que es posible producir alimentos sin degradar el entorno.
«Las mujeres productoras indígenas somos las conservadoras de la biodiversidad y hacemos negocio respetando la naturaleza», aseguró a IPS. Ella, además de trabajar la tierra, preside la Organización Nacional de Mujeres Indígenas y Amazónicas.
Las mujeres rurales producen entre 50 y 80 por ciento de los alimentos del mundo, según un informe del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) de 2008. La proporción se incrementa en la medida que aumenta la pobreza de los países.
Las experiencias en el campo son diversas en la región así como lo son las mujeres de distintos confines de América Latina que se reunieron en Lima este mes para participar en el seminario internacional «Mujer rural: cambios y persistencias».
Entre ellas estaba la antropóloga Kirai de León, que narró la historia exitosa de las productoras de hierbas aromáticas y medicinales Uruguay.
Son 17 campesinas que forman parte de la Cooperativa Calmañana desde hace 25 años y a las que se van a incorporar otras 14 mujeres para seguir ampliando sus dominios en el sureño departamento de Canelones.
Las cooperativistas abastecen a los supermercados de Uruguay, llegan con sus productos hasta Europa y forman parte de la certificadora nacional de productos orgánicos de su país. «Son muy respetadas por los condimenteros (comerciantes de condimentos). Han logrado un gran espacio», contó a IPS De León, que las acompaña desde los inicios.
La especialista uruguaya detalló que una de las hierbas medicinales que tiene más demanda internacional es marcela (anchyrocline satureioides) que tiene propiedades antioxidantes y de protección celular, además de ser un antiinflamatorio y antiviral.
Según la Organización Mundial de la Salud, 85 por ciento de la población mundial depende de las plantas medicinales para su atención primaria de la salud. Y estas mujeres uruguayas no sólo contribuyen a que esto sea posible sino que además desarrollan esta labor sin utilizar agroquímicos.
«Tenemos que cambiar la forma de producir, no solo cuidar maridos sino cuidar el ambiente. Esa es una transformación importante», aseguró Jeanine Anderson, antropóloga y especialista en temas de género de la Pontificia Universidad Católica del Perú.
El cuidado del medio ambiente está relacionado a la gestión del territorio. La activista boliviana Elizabeth López, de la Red Latinoamericana de Mujeres Defensoras de los Derechos Sociales y Ambientales, aseguró que eso es importante para que exista autonomía económica de la mujer rural.
«El tema no sólo es el acceso a la tierra sino garantizar la territorialidad para que las mujeres tengan la capacidad de uso del agua, la biodiversidad, los suelos, entre otros recursos naturales. Si ellas no pueden disponer de eso, estarán limitadas», manifestó a IPS la experta boliviana.
López consideró que la aparición de otras actividades económicas como la minería recortan los derechos de las mujeres rurales sobre el territorio. Ellas, pese a ser las grandes abastecedoras de alimentos del planeta, sólo son dueñas de 10 por ciento de la tierra, según el estudio del PNUD.
En Los Andes, la minería convive con la ganadería y la agricultura generando impactos diferenciados en las mujeres. «Hay una desvalorización total de lo que hace la mujer en la ganadería frente a la aparición de las mineras», aseguró López, al recordar luchas con protagonismo femenino contra empresas mineras en Bolivia y otros países andinos.
Otro fenómeno de creciente importancia dentro de la producción agroindustrial latinoamericana es el de la migración de las mujeres del campo a la ciudad, en una región donde ellas representan 48 por ciento de la población rural, unos 58 millones.
En Perú, por ejemplo, la agroindustria a gran escala ha provocado que las mujeres se desplacen de las zonas andinas a las costeras, dentro y fuera de sus regiones. Es el caso de Gladys Campos, antigua trabajadora de la empresa Sociedad Agrícola Virú, una productora de espárragos beneficiada por la bonanza agroexportadora del país.
Campos dejo Cochabamba, su pueblo en la sierra del norteño departamento de La Libertad, para trabajar en la empresa ubicada en la costa regional. Pero sólo trabajó allí dos años y medio, porque en octubre de 2004 la despidieron por formar un sindicato de trabajadores para proteger sus derechos.
«Trabajábamos 17 horas al día por un sueldo de miseria. No nos pagaban horas extras. Ellos te traen de tu pueblo, te reclutan, te hacen trabajar como esclavo, te dicen que van a ayudar y luego te descuentan los gastos de comida y hospedaje. Después, te botan», contó Campos a IPS, en una historia varias veces repetida.
Ahora, ella es secretaria de la Federación Nacional de Mujeres Campesinas, Artesanas, Indígenas, Nativas y Asalariadas del Perú.
El sueldo de esta lideresa era de apenas 214 dólares mensuales. Las mujeres, aseguró, no eran contratadas como temporeras entre enero y abril, cuando se produce la gran cosecha, sino que laboraban todo el año y sin vacaciones.
En contraste, la agroexportación peruana se incrementó en 27,8 por ciento nada más que entre enero y septiembres de este año, según el Ministerio de Agricultura.
Dentro de ese dinamismo, los rubros no tradicionales representan 74 por ciento de las exportaciones, donde sobresalen los espárragos frescos, el carmín de cochinilla (pigmento rojo vivo del insecto dactylopius coccus), las uvas y los mangos.
«Quienes en verdad sostienen la economía a costa de horas extras, somos los trabajadores, no las empresas», denunció.
Para Anderson es importante analizar los impactos de esta nueva ruralidad con la participación de las mujeres del campo en diversas actividades económicas en pequeña y gran escala.
En Colombia, la migración se da de manera indefinida, impulsada por las décadas de guerra interna. «Una en el campo tiene esperanza», es la frase de una de esas desplazadas que recordó la trabajadora social colombiana Flor Edilma Osorio y que revela «la añoranza al campo ante la miseria que se vive en la ciudad», aseguró.
«En el campo se puede ser pobre pero no te falta qué comer, pero en la ciudad sino tienes plata (dinero), no vives. Hay una pérdida total», explicó la especialista.
Para Anderson, el reto está en crear un sistema productivo para mujeres y hombres de zonas rurales que les permita gozar de bienestar tanto como los habitantes de las ciudades. No se puede simplificar las políticas públicas a ayudas precarias a familias pobres, consideró.