El calor mata a corales caribeños

Por Stephen Leahy (*)

Caribbean beach in Villa Clara, Cuba. Foto: Caridad

HAVANA TIMES, 14 sep. (IPS) — Las aguas del mar Caribe están más calientes que nunca antes y los corales de la región se están blanqueando y empiezan a morir, advierten expertos.

El fenómeno se observa sobre todo en las Antillas Menores, en el Caribe sur, dijo Mark Eakin, coordinador del programa Coral Reef Watch de la Administración Nacional Oceánica y Atmosférica de Estados Unidos (NOAA, por sus siglas en inglés).

La temperatura es más elevada que en 2005, cuando un grave caso de blanqueamiento afectó buena parte del Caribe. Casi 60 por ciento de los corales murieron entonces en las estadounidenses Islas Vírgenes, declaró Eakin a Tierramérica.

La temperatura del agua alcanza en esa región su punto máximo entre septiembre y octubre.

Es probable que el área afectada por el blanqueamiento de corales se amplíe hacia al este y llegue hasta Nicaragua, pasando por la isla de La Española (Haití y República Dominicana) hasta Puerto Rico y las Antillas Menores, y hacia el sur a lo largo de las costas caribeñas de Panamá y América del Sur, advirtió el mes pasado Coral Reef Watch.

«Esto puede ser peor que en 2005, a menos que algunas tormentas tropicales mezclen las aguas cálidas de la superficie con las más profundas y frías», dijo Eakin.

Los arrecifes coralinos se encuentran en menos de uno por ciento de los océanos del mundo, pero albergan entre 25 y 30 por ciento de todas las especies marinas. Alrededor de 1.000 millones de personas dependen directa e indirectamente de ellos para subsistir.

Se trata de uno de los ecosistemas esenciales para la supervivencia humana, señala la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN).

Un trozo colorido de coral es una colonia de miles de animales diminutos, los pólipos, que producen en torno de ellos esqueletos de piedra caliza con forma de taza, utilizando el calcio del agua marina.

Generación tras generación de pólipos que viven, construyen y mueren van formando los arrecifes, un hábitat para sí y para muchas otras especies de flora y fauna.

Los colores de los corales los proporcionan las algas zooxanthellae, que cubren los pólipos, les proporcionan alimento –azúcares y aminoácidos– y a cambio obtienen un lugar seguro para vivir con la luz suficiente para su fotosíntesis.

Esta perfecta relación simbiótica, que ha funcionado durante 250 millones de años, se rompe cuando el agua se calienta demasiado o se contamina. Las algas mueren, lo que puede apreciarse en el blanqueamiento, y los pólipos se quedan sin alimento y se hacen muy vulnerables a las enfermedades.

Antes de la década de 1980, se había registrado un solo gran episodio de blanqueamiento. Un aumento de uno o dos grados de la temperatura máxima estival alcanza para disparar el proceso.

Cuanto más tiempo dure esa temperatura, mayor es la decoloración. Los corales pueden recuperarse si la situación se prolonga unas semanas.

El recalentamiento de la atmósfera, derivado de la emisión de gases invernadero que desprende la quema de combustibles fósiles, está calentando gradualmente los océanos. En julio, la temperatura de las superficies marinas registró un pico de 62 décimas de grado sobre el promedio del siglo XX, según la NOAA.

En Asia sudoriental, los océanos se recalentaron cuatro grados por encima de lo normal en mayo. Se blanquearon entre 60 y 80 por ciento de los corales de varias zonas cerca de Indonesia, Vietnam, Sri Lanka, Tailandia y Malasia, y algunos murieron, según estudios del Programa de Indonesia de la Wildlife Conservation Society.

Se cree que esta vez el blanqueamiento será peor que en 1998, cuando acabó con 30 por ciento de los corales del océano Índico y del Pacífico occidental y central, sostuvo la organización conservacionista.

Aquel año, 16 por ciento de los corales del mundo murieron.

Hasta la década pasada, la sobrepesca, la contaminación y el desarrollo económico costero eran las principales causas de las muertes de los corales. Esas amenazas persisten, a pesar de la creación de áreas marinas protegidas y de reservas donde está prohibida la pesca.

Pese a las buenas intenciones, esos esfuerzos no son efectivos, dijo a Tierramérica el ecólogo marino Peter Sale, del Instituto para el Agua, el Medio Ambiente y la Salud de la Universidad de las Naciones Unidas.

«La mayoría de las áreas marinas protegidas no funcionan. Las llamamos ‘parques de papel'», agregó. Tienen problemas de administración y de diseño y no toman en cuenta la realidad de que los arrecifes no pueden existir en aislamiento.

Si el desarrollo costero genera contaminantes o sedimentos que fluyen hacia el océano, los arrecifes cercanos estarán acabados aunque se encuentren en un área marina protegida, dijo Sale.

También hay una asombrosa escasez de datos científicos. «No sabemos cuán grande debería ser cada una de esas áreas para resultar efectiva», señaló.

En el Caribe, lo pesca más abundante es de las langostas. «Pero ninguno de los países isleños saben de dónde proceden las suyas, así que, ¿cómo podría manejarse adecuadamente ese recurso?», planteó Sale.

Tras el desove, las larvas de langosta flotan libremente unos nueve meses en el mar, viajando a cientos de kilómetros del lugar de nacimiento, indican nuevas investigaciones.

Esos hallazgos forman parte de un proyecto que elaboró la guía «Preserving Reef Connectivity: A Handbook for Marine Protected Area Managers» (Preservando la conectividad de los arrecifes: Manual para administradores de áreas marinas protegidas), dijo Sale.

La protección local y el manejo de los corales son esenciales para que resistan los efectos del cambio climático: el blanqueamiento y la acidificación de las aguas, que ablanda el esqueleto calcáreo del arrecife, enfatizó.

A comienzos de la década del 80, los habitantes de dos pequeñas islas de Filipinas recuperaron sus corales y pesquerías, que estaban al borde de la extinción. Lo lograron creando zonas de veda para la pesca y manejándolas de modo adecuado.

Hoy capturan más peces con menos esfuerzo y generan buenos ingresos por el turismo, dijo Sale.

Es necesario que las áreas marinas protegidas del Caribe se manejen en una red regional vinculada a la costa continental, sostuvo.

«Si se hace bien, se beneficiarán los corales, las pesquerías y el entorno costero», concluyó.

(*) Este artículo fue publicado originalmente el 11 de septiembre por la red

latinoamericana de diarios de Tierramérica.