Bioenergía-Brasil: Entre el desarrollo local o el desastre social

Por Mario Osava, enviado especial

HAVANA TIMES, 11 agosto (IPS) — El biocombustible es la única fuente de energía alternativa que promueve el desarrollo local, al generar empleo, conocimiento y tecnología, pero también puede causar daños sociales. Es el temor ante la explotación a escala industrial del babasú, una palmera abundante en el centro y norte de Brasil.

Cerca de 400.000 mujeres y sus familias dependen del babasú (Orbignya phalerata martins o babaçú, en portugués) para sobrevivir en el borde oriental de la Amazonia y sus cercanías. Recogen los cocos de esta palmera, de los que extraen almendras y producen aceite, harina, carbón y material para artesanías en pequeñas cantidades, usando solo las manos y máquinas sencillas.

El Movimiento Interestadual de las Rompedoras de Coco Babaçu (MIQCB, por sus siglas en portugués), que las congrega, alerta sobre una amenaza al respecto. Se trata de las industrias de hierro-gusa (primera fundición del mineral) y de cerámica que usan el fruto de la palmera como carbón, en una competencia desigual que emplea a simples recolectoras y recolectores mal remunerados, advirtió Luciene Figueiredo.

Lo hacen de forma inadecuada, quemando el coco entero y desperdiciando así su almendra y su mesocarpio alimenticio, a la vez que contaminan el aire, criticó Figueiredo, asesora del MIQCB.

El gobierno del central estado de Tocantins prohibió ese uso en las calderas, pero no los otros tres distritos en que actúa el MIQCB, lamentó.

Es que la quema de la almendra oleaginosa genera acroleína, una sustancia muy tóxica. Por eso se impide usar cualquier aceite vegetal como combustible para automotores antes de convertirlo en biodiésel, aunque sea operativo, explicó Marcelo Rodrigues, ingeniero químico de Tecbio, empresa de tecnología para producción de biocombustibles.

La misma Tecbio es fuente de otras amenazas a la economía extractiva del babasú. Esta firma con sede en Fortaleza, la capital del noroccidental estado de Ceará cercana a la zona de babasuales, desarrolló y trata de vender un sistema de procesamiento industrial completo que sustituye las tareas de las “rompedoras de coco”.

Estas mujeres operan manualmente, golpeando el coco, cuya cáscara es muy dura, con un palo o algo con función de martillo, contra un hacha. Para hacer menos riesgosa la tarea ya se inventaron varias maquinitas, pero ninguna fue aprobada por las llamadas rompedoras.

El objetivo es sacar las almendras, de tres a cinco por cada coco, de las cuales se extrae el aceite, que sirve para cocinar y hacer jabones y cosméticos, dejando el salvado que se usa en alimento animal. El mesocarpio, una masa existente debajo de la cáscara externa, es rico en almidón, por eso se consume como harina.

La propuesta de Tecbio, fundada por el inventor del biodiésel en Brasil, Expedito Parente, es hacer etanol del mesocarpio y para eso también desarrolló una planta que, según su publicidad, produce 80 litros de etanol por cada tonelada de coco babasú.

Otra máquina de la empresa hace briquetas de la cáscara, cuya compactación y formato aumentan el poder calorífico, según Rodrigues. Hay una gran empresa interesada en ese sustituto del carbón, añadió.

Además del aceite se puede hacer biodiésel y bioqueroseno para aviones, por la ventaja que tiene de soportar el aire con poco oxígeno en las alturas, acotó, al participar en la feria sobre energías renovables (All about energy), que tuvo lugar en julio en Fortaleza.

Las rompedoras de coco fueron reconocidas como una de las llamadas “poblaciones tradicionales”, protegidas por una serie de legislaciones ambientales, junto con los “seringueiros” (extractores de caucho natural) y pescadores. El gobierno brasileño les asegura un precio mínimo para las almendras.

Organizadas hace 16 años en el MIQCB, que comprende asociaciones, cooperativas y grupos de trabajo, ellas se dedican básicamente a recoger cocos en el campo y separar sus varias materias primas. Algunas centenares trabajan en 26 unidades elaboradoras de los productos finales, como aceite y jabones.

Este movimiento lucha por la preservación de los babasuales amenazados. El monocultivo de la soja ya llegó al sur del norteño estado de Maranhão y sigue avanzando. También están en expansión plantaciones de eucalipto para producción de carbón vegetal y celulosa, que eliminan bosques nativos.

Maranhão tiene una legislación que prohíbe talar la palmera, pero contiene tantas excepciones que terminó por estimular y no inhibir la deforestación, según cuestionan ambientalistas.

Otra lucha permanente de las rompedoras de coco es recuperar el acceso libre a los babasuales ubicados en tierras privadas y mantenerlo en las tierras públicas y desocupadas.

La actividad tradicional de estas mujeres se desarrolló con libertad en Maranhão hasta 1969, cuando se aprobó una legislación que formalizó las propiedades rurales y fomentó la apropiación privada de parcelas desocupadas, incluso de forma irregular, con cercas que restringieron la circulación de personas.

Desde entonces, el MIQCB logró la promulgación de varias leyes municipales que liberaron el acceso a las rompedoras, incluso a los predios particulares. Algunos estados autorizaron legalmente el ingreso solo a tierras públicas, dejando las privadas sujetas a la autorización de sus dueños.

La meta es contar con una ley nacional de libre acceso. Un proyecto al respecto está en trámite desde 2007 en la Cámara de Diputados, aún sin perspectiva de votación, al menos a corto plazo.

Pero ahora el boom de la bioenergía puede cambiar el cuadro, con nuevos y poderosos actores disputando el babasú.

La demanda por biomasa energética crece aceleradamente, observó Laercio Couto, profesor jubilado de una universidad estatal y ahora consultor de grandes empresas.

Europa y Japón están firmando contratos a largo plazo para importar millones de toneladas de biomasa compactada en pelotas (pellets) para sustituir combustibles fósiles, destacó.

Una gran empresa brasileña de celulosa, por ejemplo, está plantando eucaliptos en Maranhão para atender esas demandas, aprovechando su experiencia en ese monocultivo para extender sus negocios al campo energético, señaló Couto a modo de ejemplo.

Este académico desarrolló una tecnología para cultivo intensivo de eucalipto para atender a ese mercado creciente de bioenergía.

Ante la demanda por biomasa, también una empresa de mejoramiento genético de la caña de azúcar, en São Paulo, trata de desarrollar especies que producen más fibras y menos sacarosa, invirtiendo el esfuerzo investigativo anterior.

Es difícil escapar a esa fiebre energética. El babasú abunda en 185.000 kilómetros cuadrados de cuatro estados brasileños, un área equivalente a medio Japón, con mayor concentración en el sur de Maranhão, en la transición entre el nordeste semiárido brasileño y la Amazonia.

Prolifera y se hace dominante en zonas deforestadas, porque se reproduce y crece más rápidamente donde no hay nada que le haga sombra. De esa forma su aprovechamiento extractivo se acerca a la agricultura, distinguiéndose de otros que dependen de vegetación o recursos dispersos, como el del caucho natural en la Amazonia.

El desafío es incorporar las rompedoras de coco en una explotación mecanizada y en escala creciente del babasú, beneficiándolas con un salto de productividad y ganancias.

La lógica del negocio energético, sin embargo, suele ser distinta.