Violencia sexual: cómo repartir la culpa

Verónica Vega

Ilustración por Yasser Castellanos.
Ilustración por Yasser Castellanos.

HAVANA TIMES — El tema de la violencia sexual se respira en la atmósfera mundial. Leo noticias sobre violaciones en grupo a una mujer, a una adolescente, a una niña. Víctimas que se suicidan, ¡hasta victimarios que alardean públicamente de su delito!

El reciente post del colega Graham Sowa “Prostitución en Cuba: ignorada en casa, fomentada desde el extranjero”, arroja más sal a una herida  que ya no podemos llamar ajena.

Concuerdo con el autor en que tanto Cuba como EE.UU. deberían co-pensar y emprender  estrategias radicales, por vergüenza mínima, por humanidad mínima. Pero sospecho que las puntas de las pirámides son fatales y absorbentes hervideros, con larga tradición de negligencia e impunidad.

Por otro lado, el pueblo cubano, entretenido en la sempiterna lucha de la sobrevivencia, apático, peor aún: dividido y deslumbrado con la “decadencia efímera” del otro lado del mar, no sabe ni quiere saber, y sí, se deja tratar como zoológico.

Cuando veo a las jineteras de la Habana que salen de noche, a tentar el azar, me sobrecogen su exigua ropa, su excesiva juventud y vulnerabilidad.

Me pregunto si no tienen miedo del monstruo que tientan. No ya en el codiciado turista sino en cualquiera que pueda acorralarlas en la oscuridad. Y también me ha surgido la pregunta de si sus padres saben adónde van. Pero son dudas que duran lo que un flashazo: por la impactante dureza de su imagen y porque sé de padres que instan a sus hijas a “luchar”.

Alguien me contó que había conocido a una adolescente que jineteó para pagarse su propia fiesta de quince. ¿Cabe dudar que sus padres ignoraban el origen del presupuesto?

Personalmente al menos (y claro que esto no excluye excepciones que ignoro) no he conocido jóvenes o adolescentes que jineteen por un plato de comida. Lo hacen para insertarse en un circuito social que de otro modo les está vedado: mejor ropa, perfumes, restaurantes, discotecas, hoteles… lugares desde donde es posible el espejismo de estar en otro país. Donde ¿quién sabe?, alguno puede morder el anzuelo hasta el punto de firmar un acta de matrimonio.

Sin embargo, también en los países desarrollados y a pesar de la multiplicidad de opciones laborales y la accesibilidad a los lugares de recreación, hay jóvenes que se prostituyen, ya que el milenario oficio, además de riesgos, proporciona rápidos ingresos.

Menciono la prostitución como una de las zonas donde una mujer, joven, niña, (y también varones) son más probables víctimas de una violación. Especialmente en un país donde la prostitución, por prohibida, está aún más desprotegida.

¿Cómo hablarles del trabajo honrado (que no compensa siquiera sus necesidades básicas), cómo hablarles de la vocación que también les enseñaron a ignorar?

Pero a la hora de repartir la culpa, no puedo dejar de pensar que cada mujer, joven, niña, que se ve a sí misma como objeto, y ve al hombre esencialmente como proveedor de bienestar material, ¿qué especial consideración espera? Y aclaro que no justifico el abuso sexual en ningún sentido. Cualquier acto carnal en contra de la voluntad de alguien (incluso de un animal) es una trasgresión de un derecho básico.

Sólo intento ver los rastros que a veces ignoramos deliberadamente. Una vez mencioné haber sido testigo de diálogos entre mujeres, donde todas se quejaban de actitudes sexuales que asumían por no decepcionar a sus parejas. No sólo posiciones que les causaban dolor y orgasmos que fingían sino incluso violaciones que “parecían” parte del juego. Por su parte, amigos hombres me han confesado ignorar que una penetración violenta puede lastimar a una mujer. Y los medios se encargan de acuñar el mito de ardientes féminas que no parecen tener una estructura interna frágil.

Una amiga me aseguró que hay líneas de moda para adolescentes y niñas cuyos diseños buscan difuminar la barrera entre éstas y la mujer sexualmente madura, de modo que los hombres puedan sentir deseo por las púberes sin experimentar sentimientos de culpa.

¿Será cierto? También en Cuba he visto niñas vestidas como pequeñas prostitutas. En las fiestas infantiles es usual poner regueton y a los adultos les divierte que los niños imiten el  percutir pélvico de estas danzas, no sé si con o sin conocimiento de que son casi rituales de apareamiento.

Miro a mí alrededor y pienso que hace tiempo viajamos a esta violencia que hoy nos espanta. Hace unos días hablaba con una jovencita, recién parida, quien contaba cómo al coserla en el parto “olvidaron” en el útero un pedazo de gasa que le produjo una seria infección. Recordé cuando tuve a mi hijo, el trato inhumano del obstetra, que reaccionaba ante mis quejidos, y el que yo rehuyera a la aguja de sutura como si fuera una desconsideración de mi parte. Una doctora que entró a la sala le indicó que me pusiera más anestesia y al instante mi resistencia cesó.

Si un médico puede acostumbrarse al dolor (evitable) de un paciente, ¿por qué esperar que un violador se compadezca de su víctima? Un conocido me contaba de una vecina suya, ferviente Testigo de Jehová, cuyos escrúpulos religiosos no le estorbaban para recibir 25 CUC por cada adolescente que entregaba a un turista.

Enumero todos estos elementos dispersos porque tienen una fibra común. Creo que compartimentamos la realidad hasta el punto de ya no distinguir dónde empezó el proceso de deshumanización.

Recuerdo una película americana (olvidé su título) donde una menor es violada por un hombre que se hacía pasar por adolescente y con quien chateaba por internet. Luego de conseguir su propósito, el sujeto desaparece.  En medio del shock  familiar y la impotencia, el padre de la víctima, que trabaja en una agencia publicitaria, mirando las fotos de modelos adolescentes, todas con prendas y en poses incitadoras, como en una pesadilla, cree ver en cada una el rostro de su hija. De pronto entiende que él es un eslabón en la larga y retorcida cadena.

Tengo la certeza de que en un suceso tan atroz como el que describe el post de Graham Sowa, el primer círculo que se quiebra generando la víctima es el de la familia. Pero en Cuba hace tiempo que se violentó la sacralidad de ese círculo.

Enumero todos estos elementos dispersos porque tienen una fibra común. Creo que compartimentamos la realidad hasta el punto de ya no distinguir dónde empezó el proceso de deshumanización.

En un documental de los años 80 entrevistaban a una madre que desfiló frente a la embajada del Perú con los grupos que protagonizaron enardecidos mítines de repudio. Dentro de la embajada, entre aquella multitud de asilados, estaba su propio hijo.

Anteponer la lealtad política al instinto maternal es un acto de profunda ingenuidad. Y la historia de esta isla rebosa de excesos similares. No importa si en la escuela te dicen que la familia es la célula principal de la sociedad.

Al violentar este primer círculo, el del instinto, los demás se trastornan. La crisis de los años 90 sesgó familias enteras: hombres que aceptaron que sus esposas jinetearan, mozos que vieron cómo su sexualidad no valía al competir con el turista (aunque éste fuera menos joven y apetecible) y drenaron su rencor con insultos, masturbaciones en público y quién sabe si violaciones. Hombres que violentaron su heterosexualidad prostituyéndose con extranjeros, esposas e hijos que obtuvieron del mar la viudez y la orfandad.

Las generaciones que heredaron esta descomposición, las que hoy creen imprescindibles un móvil, un ipod, ropa de marca o una computadora en red, se contraen cuando les hablan de moral y dignidad. También porque las alternativas para ganarse la vida (aún sin pasar por el “sexo transaccional” y aún si son trabajos estatales), apelan justamente a omisiones de ética.

¿Cómo hablarles del trabajo honrado (que no compensa siquiera sus necesidades básicas), cómo hablarles de la vocación que también les enseñaron a ignorar?

Cuando veo programas televisivos norteamericanos sobre casos criminales, me espantan la variedad y el sadismo de los depredadores sexuales, pero, al menos las víctimas menores de edad caen en esas situaciones producto de hábiles secuestros. Es mucho más vergonzoso que las víctimas cubanas vayan al agresor por sus propios pasos y, (peor aún) con la aprobación de sus padres. Así sea por profunda ingenuidad.

Pero no deja de sorprenderme la doble paradoja de que en Cuba, con el sentido de humildad que intentaron inculcarnos, el saldo haya sido este materialismo feroz que tan vulnerable hace a nuestros niños y adolescentes, y que, por otro lado, en un país como EE.UU. la seguridad de niños y adolescentes que sí gozan de beneficios materiales, no esté a salvo tampoco del horror.

Cabría preguntarse en qué punto ambos sistemas se equivocaron. Y cómo rediseñar este mundo, (tan fragmentado y “deslumbrado por la decadencia efímera”) en función de extender lo más posible la integridad de la inocencia.

Veronica Vega

Verónica Vega: Creo que la verdad tiene poder y la palabra puede y debe ser extensión de la verdad. Creo que ese es también el papel del Arte, y de los medios de comunicación. Me considero una artista, pero ante nada, una buscadora y defensora de la Verdad como esencia, como lo que sustenta la existencia y la conciencia humana. Creo que Cuba puede y debe cambiar y que sitios como Havana Times contribuyen a ese necesario cambio.

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One thought on “Violencia sexual: cómo repartir la culpa

  • El problema del origen, es como bien dices que el trabajo honrado no permite vivir dignamente. Ese es el punto fundamental. A partir de ello toda la sociedad está patas arriba. El asunto no es sólo la prostitución, que existe en todos los países del mundo, sino el tipo de prostitución que se generaliza en Cuba o en Asia desde los sectores más jóvenes y vulnerables.
    Mientras más empobrecida está la realidad cotidiana, peores son las distorsiones que se producen para la sobrevivencia.
    Los valores se inculcan pero tienen que tener una base mínima material. Y esa base material es la prosperidad económica. La generalización de la violencia doméstica no es más que el reflejo de la violencia en la sociedad y ésta a su vez depende de la prioridad que cada gobierno le de a su solución o analizar si cada gobierno genera la violencia con sus propias políticas.
    En pocas palabras la violencia sexual es parte de la violencia social y no es un asunto innato en el ser humano: las condiciones de vida cotidiana propician o no su desarrollo en el ámbito público y privado. Depende por tanto del Estado sobre todo en el ámbito cubano, si crece o disminuye.

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