Lo que no alcanzo detrás de las cercas
Leonid Lopez
HAVANA TIMES — Las calles son más estrechas, la gente se mira menos y la lluvia parece querer diluir cada caminante haciéndoles agua de sus canales. ¿Ámsterdam no es la misma? Yo no soy el mismo.
Mi sueño más recurrente cuándo vivía en Cuba. Estaba en la azotea de un edificio. Desde allí se veía, luego de un alta alambrada la cadena montañosa. Los Alpes pensaba, aunque daba lo mismo el nombre de las montañas.
Suiza, Dinamarca, Holanda… todos esos nombres, indistintos, eran la tierra que las palpitaciones nerviosas de mi corazón rozaban. Mucha gente me rodeaba, pero nadie parecía moverse parejo a mis ansias. ¿Qué ansiaba? No estaba claro.
Sabía que detrás de esa cerca terminaba mi angustia, podía empezar. De repente veo unos autos, en fila, parqueados delante del edificio. Presentando documentos, esperaban pasar la barrera de control. Sin pensarlo mucho me deslizo por un tubo exterior de desagüe, llego agachado hasta el maletero de un auto y entro.
Mi auto pasa la barrera, corre sin sospecharlo por el camino de mis deseos. Cuando ya me intuyo a salvo y cerca de las montañas, aprovecho una parada del auto y salgo. Frente a mi hay un bosque, entro. Si logro atravesar el bosque habré llegado a ese amasijo indistinto de países que forman la cúspide de mis anhelos.
De repente aparece más gente en la escena. Siento que todos buscan lo mismo que yo. Alguien se ofrece de guía. Todos le siguen, pero al rato desconfío. ¿Quién es el guía?, ¿De dónde salió y que persigue?
El ABC, el qué soy y de dónde vengo del que ha vivido encerrado en una misma tierra desde que nació por caprichos de otro. Quedo atrás, lejos del grupo. Otra vez sin saber qué hacer, dónde ir, solo.
Pero esta vez es diferente, sé que la tierra que persigo está cerca. Debo seguir, pronto vendrá la policía. Temo, no quiero regresar. Ya no podré aceptar lo que costumbre y mentiras me hicieron ver como última realidad. He visto esas montañas, he pasado la barrera y entrado en el bosque. Corro, tengo miedo, corro.
Ahora camino otra vez por Holanda. Es mi segunda vez. La primera visita parece lejana. No, más bien parece que no fui yo el que anduvo entre estos canales. Postales de Ámsterdam, postales de mí. Ahora, parado frente a la Estación Central, rodeado de gentes, sin saber cuándo, aquel sueño ya enterrado se ha apoderado de mi cabeza. Se confunde con estas horas mezclado de lluvia. Es extraño que ahora camine por mi sueño. Las viejas palpitaciones regresan.
En la regularidad de los días había perdido la pista de aquel antiguo sentir. Otra vez tengo el impulso de correr. Sin embargo, ¿está vez dónde quiero llegar, de quién sospecho? Sé que hace 5 años vivo detrás de la gran cerca, que la policía no llegará a regresarme. Aun así no puedo dejar de pensar que no llegué a la ciudad detrás de la cerca y de nada vale que corra.
Miro los rostros de la gente que me rodea, quiero convencerme de que todavía estoy en el sueño, que se puede atravesar el bosque y llegar. Entonces me doy cuenta de que nadie corre, de que nadie anhela otra tierra y participan de una armonía en la que no logro instalarme.
Ámsterdam sigue siendo linda. Una mujer madura y atractiva que conserva la sonrisa infantil. Pero esta vez creo que la sonrisa tiene una sombra de cansancio. Como si ese gesto complacido fuera un tatuaje y la emoción original se hubiera perdido, diluido con la lluvia en sus canales.
Murmuro, sin pensar, una frase: Este sueño es demasiado real, demasiado real. La lluvia cede y puedo cerrar el paraguas. Ámsterdam tiene escrito, ocuparme un poco de mis manos, piernas, ojos y oídos, un poco entumecidos. Como si ya no tuviera que usar espejuelos veo todo más claro y cercano. Parece una ciudad de casas de muñeca. A su vez la gente parece tan clara de dónde ir, tan seguros de sus pasos, que se ven también como muñecos.
Llevo a mi hijo a Nemo, un edificio con juegos para niños. Cada juego tiene un fin didáctico-educativo. Juegue y aprenda. Pero nunca jugar, correr, saltar, sin objetivos ni planes. Vedado aprender algo que no se puede enseñar, la libertad del cuerpo, de las ganas, de los sentidos.
En la relación con el casero puedo ver que en Holanda ese desboque elemental y primero parece resuelto, dominado, acoplado a su sistema. Ante cada problema mi anfitrión encontraba una respuesta positiva, bondadosa si quieres. ¿Pero de dónde salía esa bondad?
No podía encontrar un hombre detrás de su mirada, ninguna inquietud que apuntara vida en movimiento. Metes los sueños por esta ranura, pasan por un complicado y divertido aparato de poleas y sale del otro lado la receta perfecta en la que nada sale de control, una plenitud dosificada y cocida sin amargor. ¿Quién podría resistirse a una comida tan perfecta, a una vida tan tranquila? ¿de qué se pudiera protestar?
En un barco navego los canales. Oigo una mezcla de muchos idiomas. Parece que todos los holandeses hablan buen inglés, pero además otros tantos idiomas. Siento que estoy en La Torre de Babel invertida. Sin embargo entre parloteos uno se puede percatar de que la incomunicación persiste. Mas, el cuerpo de la comunicación es este vacío desbordado de tan bien condimentadas palabras.
Es como si los deseos esenciales, al ser traducidos a obras, se hubiesen trastocados en una gaveta más del organizado armario y quedado sin la inquietud que los empujaba a soñar.
Vuelve la lluvia. El viejo sueño resbala hasta los canales. Pasa a un lado de mi barco y lo veo alejarse. Quedará atrapado, por un tiempo, entre los puentes para luego ir al mar. Yo lo buscaré desde el avión de regreso a Japón aunque sé que es muy pequeño y el mar es inmenso.
….con todo respeto…no entendi nada…???????????????…..
Todo muy existencialista. Yo no podria ser feliz de esa manera de ver el mundo, pero la respeto.
Solo una pregunta: ¿te gustó o no Holanda?
Muy bonito Leonid… creo que tienes el corazón roto… eres un tipo con mucha sensibilidad…. Sartre de ahí.
Se entiende perfectamente. La cuestión radica en el perfeccionismo piscoenergético de involución tributaria. Es más, no existe un tal para cual del radicalismo ultranalítico de la concepción físico termoclínica del momento actual. En cambio Holanda sí o debo decir Oh-lambda, bueno, no importa, el orden de los factores no afecta el producto aunque sí le deja algo de mal olor. No se entiende que el Socialismo utópico pueda confundirse con el ectópico más allá de las nieves del pico Turquino visto desde Marte e incluso desde «Miércole». He aquí que me planteo la siguiente conclusión: Papillón no saboreaba las cucarachas porque no había mostaza en la cárcel pero no se puede ser tan ingenuo simulando la idiosincracía del eufemismo miope. Uff, ya lo sabía pero no lo entiendo y se me olvida. Entenderás…entenderás y así en fade……
Sí, le gustó, sino no habría existido este artículo.