Adiós, libreta de mi vida

María Matienzo Puerto

Comprando pan con la tarjeta de abastecimiento.  Foto: Caridad
Comprando pan con la tarjeta de abastecimiento. Foto: Caridad

Las despedidas, las rupturas, las separaciones siempre me han traído pesares, lágrimas, sentimientos encontrados de los que muchas veces no he logrado sobreponerme. Así no solo me ha ocurrido con las personas sino también con los objetos o con los animales.

Las pérdidas han sido tan frecuentes en mí que de alguna manera me he acostumbrado: los collares que he dejado olvidados, las mascotas que se me han muerto, los amigos que parten, en fin, algo siempre llega a su fin.

Pero por estos días, me estoy despidiendo de algo realmente sui generis, creo yo, en la historia de la humanidad; de algo que el mundo entero, a menos que sea cubano, no sabría explicar, y de cuya separación no sé si sobreviviré.

Hablo de mi querida “libreta de abastecimiento.”

La realidad es que no sé si reír angustiada o llorar de felicidad. Es que no tengo recuerdos de mis treinta años en que ella no haya sido parte importante de mi vida: si cuando niña me iba un tiempo para casa de mis abuelos, me hacían un “cambio transitorio”; veinte años después me casé y mi suegra me exigió que me integrara a su libreta; ahora que me divorcié, me está pidiendo a gritos, que me quite.

Ya sé, ya sé que tengo que explicar, qué rayos es ese artefacto.

Pues sepan que ha sido, por un lado lo que ha permitido que millones de personas sobrevivan a una crisis económica eterna, ha sido la salvavidas, no solo de ancianos con una pensión miserable, sino de profesionales a los que el salario no les alcanza para mucho; por otro lado, ha sido la tablilla de Moisés, para juzgar quién vive mejor que otros y por qué, para señalar con un dedo acusador a quiénes reciben dinero del extranjero, o a quiénes tienen mejores condiciones de vida.

Durante más de cuarenta años ha sido casi un documento legal: si no estás en la libreta no tienes derecho a nada, a penas a heredar la casa en la que puede que hayas nacido; si no estás en la libreta, no estás legal en ningún sitio.

Al principio (un principio antes de yo nacer), abastecía de un modo equilibrado, en proteínas, carbohidratos y productos de aseo; con el tiempo se convirtió en un objeto surrealista en el que aparecían todos los productos que uno solo podía adquirir si tenía la otra moneda, la divisa: carne de res, pescados, comida en conserva, detergentes, jabón, papel sanitario…

Realmente no sé qué vamos a hacer cuando comencemos a sentir el desamparo filial del control, cuando no tengamos dónde o cómo comprar con precios módicos, porque la liberación de cuanto pudo haber en la “libreta” está saliendo bien cara, sobre todo para los que dependen de ella.

Pero no dejo de mostrarme optimista porque ya tuvimos una libreta para las ropas y para los juguetes, y sin previa consulta desapareció, la quitaron, y aunque la diferencia es grande entre los que tienen o no divisas, hemos logrado seguir adelante.  Esta murió de muerte natural: la apertura de Cuba al mundo en la década del noventa y la escasez de productos en moneda nacional le dieron la estocada final.

Este adiós puede que sea más doloroso que ningún otro, no solo por la comida, sino porque no sé qué cambios más se puedan estar anunciando, Lo peor es que no creo que esté preparada. Solo me queda sufrir o disfrutar como si fuera el final de un largo culebrón, en el que al malo lo matan y los buenos viven felices para siempre.

Maria Matienzo

Maria Matienzo Puerto: Una vez soñé que era una mariposa venida de África y descubrí que estaba viva desde hacía treinta años. A partir de entonces construí mi vida mientras dormía: nací en una ciudad mágica como La Habana, me dediqué al periodismo, escribí y edité libros para niños, me reuní en torno al arte con gente maravillosa, me enamoré de una mujer. Claro, hay puntos que coinciden con la realidad de la vigilia y es que prefiero el silencio de una lectura y la algarabía de una buena película.

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