Viaje a la semilla
Isbel Díaz Torres
Este verano fui a visitar mi familia en mi tierra natal, Pinar del Río. Debo confesar que no estaba preparado para el aluvión de imágenes dolorosas y bellas que se me aparecieron, por eso quiero compartirlas.
El viaje de ida fue por la autopista nacional. Cada cierta cantidad de kilómetros cruza la vía un puente que no conduce a ningún sitio. A su sombra las personas esperan con infinita paciencia que algún transporte se detenga y los lleve a su destino.
La mayoría de las veces se detienen camiones de carga, camionetas, o autos particulares. En esas situaciones el cubano no está mirando tanto la comodidad, sino evitar que le caiga encima el habitual aguacero de las tardes veraniegas, o que llegue la noche.
En uno de los puentes que me detuve pude conversar con unos campesinos que secaban su cosecha de arroz en un trozo de carretera aledaña a la gran vía. Burlándose de mí me dijeron “Tirara fotos ahora, que dentro de poco no lo vas a ver más.” Triste premonición.
Visité la comunidad de mis abuelos paternos, Briones Montoto. Un puñado de edificios parecidos a las “ciudades-dormitorio” que tenemos en La Habana, pero totalmente aislado del resto de la provincia. Fue triste ver cómo las extensas áreas de cítricos que siempre adornaron los alrededores, están hoy totalmente arruinadas, al igual que las escuelas que aparecían salteadas en el paisaje.
Más tarde, la ciudad de Pinar me recibió está vez más hermosa. Hasta despistados turistas vi, sorprendidos al verse fotografiados por un nacional. Pude disfrutar de mi familia allí, y mi tía me mostró sus hermosos muebles de madera de marabú. ¡Quién lo diría!
El regreso, por la añeja y tortuosa carretera central, me llevó a la parada obligatoria en Los Pinos. Recordé con añoranza mi niñez, cuando allí descansábamos y merendábamos en sus surtidas cafeterías. Hoy parece aquello un cementerio, con un extensísimo organopónico sin cultivar al fondo.