Un paseo por la historia de la antigua Hacienda Cortina

HAVANA TIMES – La Hacienda Cortina, actual Parque Nacional La Güira, es un paraíso en medio de las húmedas montañas. De su belleza exótica han escrito muchos pero un paraje así no surge como por arte de magia, tiene una historia que lo sustenta, personas que pusieron de sí en cada piedra, leyendas que han pasado de boca en boca.

José Luis Valdez, historiador de San Diego de los Baños colecciona la memoria de su pueblo y su gente. Su pasión contagiosa me ha llevado a escribir hoy sobre ese lugar por el cual caminé de la mano de mi padre, junto al que fui creciendo como observador impotente ante su ruina, donde con lienzos y pinceles respiré arte.

José Manuel Cortina, antiguo propietario de la hacienda­, era un hombre culto con un gusto refinado, considerado uno de los oradores más notable de la época y que escribió para varias revistas. En 1908 fue representante en la cámara baja siendo después elegido senador, también trabajó como ministro exterior de Cuba desde 1936-1937 y luego de 1940-1942. Fue presidente del comité que creó la Constitución Cubana de 1940 y cuando sus tierras fueron confiscadas en 1959 se exilió junto a su familia.

La Hacienda Cortina inició su construcción en 1906 y duró hasta 1920. Fue una de las más extensas en la región, 11000 hectáreas dedicadas a la cría de ganado porcino o vacuno, al cultivo de café, tabaco, árboles maderables y frutales.

Cuenta José Luis quecuando el señor José Manuel Cortina llegó a principios del siglo pasado a la zona no era todavía el hombre acaudalado que se conoció años después. La finca estaba abandonada e improductiva. En sus áreas existían varias familias así que buscó su apoyo  para comenzar los  proyectos agrícolas y ganaderos con los cuales iría aumentando su caudal.

La portada de la hacienda es un formidable murallón de piedra que recuerda a una fortaleza mozárabe, con una puerta enorme con cadenas y dos grandes torres o alminares que dan la bienvenida a los visitantes como símbolos del equilibrio y del orden universal. Fue terminada en 1931 cuando Cortina cumplía 51 años y asistieron a la celebración amigos y personas influyentes en la política de la época.

Para José Luis hasta la naturaleza que se desborda por todo el parque tiene su historia y se ha propuesto rescatarla.

Existieron muchos árboles que constituyeron símbolos del parque y que desaparecieron por las más diversas causas. Como por ejemplo las dos palmas reales en la parte posterior de la entrada. La del ala derecha fue derribada por los ciclones del 2008 y la otra por la misma causa en 2022. Con la colaboración de la Empresa Forestal «Mil Cumbres», se han dado a la tarea de replantar estas palmas y otras especies que una vez formaron parte de este lugar.

Una vez que se traspasa la portada se ve una ceiba. Muy pocas personas se detienen a preguntar si forma parte de las lecturas estéticas y culturales del parque o nació de forma espontánea ya que generalmente es ignorada. Sin embargo la escultura deteriorada de una diosa que reposa a sus pies suele llamar la atención de algunos curiosos.

La diosa griega reclinada en la ceiba fue hecha por el maestro japonés Yuso Yokamoto Nakasawa, como tantas otras para decorar la rotonda de la Casa Club hoy restaurant «Las Ruinas». Representaba a la diosa griega Deméter, diosa de la agricultura.

Mucho antes de la restauración la escultura había perdido la cabeza, fue retirada de su pedestal y la colocaron debajo de unos árboles.  Con la restauración de 2014 se construyeron nuevas esculturas en el Trono de Dionisio. Deméter, Perséfone y Dionisio, esculturas realizadas por el artista sandieguero Noel Hernández.

José Luis desconoce quién fue la persona piadosa que rescató de la manigua a la desplazada Deméter lo cierto es que ahí está y reposa cómodamente en el regazo de la madre ceiba, es parte del paisaje y de la mística del lugar aunque no haya sido intencional su ubicación.

“En la colina donde una vez estuviera La pagoda China, hoy La Parrillada,  existió una pequeña casa de madera y tejas que sirvió de alojamiento temporal a los propietarios de la finca. En el año 1920 fue habitada por el japonés Takata Yosida mientras construía la colección japonesa que hoy funciona como Museo Asiático.

Para ese año ya se erguía en la parte posterior de esa casa un árbol que los aborígenes cubanos conocían con el nombre de Guaguasí. Un viejo amigo que vivió la mayor parte de sus octogenarios años en las proximidades le contó que el árbol era muy antiguo y a él acudían muchas personas por los poderes medicinales de su corteza.

Después de varias décadas aún pervive este viejo árbol, nudoso, torcido y violentado a veces por ráfagas y machetes aunque incomprensiblemente ya ha sanado de sus heridas.

Muchas de las piezas que se conservaban en La pagoda China y en la Colección Japonesa antes de 1959 no se exhiben en el Museo Asiático reconstruido en el 2014. En el libro En Marcha con Fidel: 1959 de Antonio Núñez Jiménez, en el capítulo XXVII, El rostro del latifundismo, el autor las describe. Nadie sabe cuál colección privada las conserve en la actualidad, pero seguro nos hacemos una idea.

José Luis, nuestro historiador, recoge con esmero las memorias de cada piedra, el aliento de cada persona que estuvo allí desde el principio cuando un abogado recién graduado comenzó a levantar su sueño, pero por desgracia no tiene todas las respuestas.

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