Primer Carnaval en Cañete, Bio-Bio, Chile (Fotorreportaje)
Coincidimos en Cañete, varios profesores, danzarines, actrices, para dar vida a un proyecto llamado “Circulo de danza Caudal”, que nació en pandemia
Texto: Francisca Vásquez Cerna
Fotos: Ruber Osoria
HAVANA TIMES – Es conocido Cañete por no ser conocido, por pasar inadvertido entre el pronóstico del tiempo nacional, sin embargo, también es sabido, por quienes escudriñan en estos asuntos y en estos lugares, que Cañete es un lugar histórico, marcado por la resistencia del pueblo mapuche y de todas las implicancias que eso conlleva para la cultura, la identidad y también para los conflictos. El conflicto ante la diferencia es el motivo por el que se han desatado pugnas y guerras a lo largo de toda la historia de la humanidad, pareciera ser que sólo nos queda, de una vez, agradecer, abrazar o simplemente, respetar la tan llamada “multiculturalidad.”
Vivimos aquí, no sabemos bien porqué llegamos aquí, pero aquí vivimos, aquí intentamos danzar, gestar, lograr mover la música, el teatro, la “escena” que algunos llaman. Coincidimos en Cañete, varios profesores, danzarines, actrices, para dar vida a un proyecto llamado “Circulo de danza Caudal”, que nació en pandemia aún, en plenos “toques de queda” instaurados en Chile con toda normalidad, recordando a muchos y muchas los crudos tiempos de la dictadura de Pinochet, generando miedo y separación.
Bailar, cantar, actuar o cualquier tipo de actividad social, no sólo estaba desaconsejada, sino que también estaba rígidamente prohibida y castigada. En un momento, juntarse a bailar se transformó en un delito. Y desde ahí, cerramos cortinas, miramos para todos lados antes de irnos y de entrar, a nuestra madriguera que solo significaba un lugar donde liberar, sentir, y encontrarnos, a través del movimiento.
Así nos fuimos armando, consolidando, nos unimos con personas, nos separamos con otras, y actualmente tenemos muchas disciplinas de danza, teatro y artes marciales funcionando, ensayando y montando creaciones. Pero nos faltaba algo, algo muy importante. Darío y yo (Francisca), nos enamoramos desde hace muchos años de un formato muy particular de danza, música y teatro: El carnaval.
El carnaval es para nosotros, la mejor expresión que puede haber de alegria, de talento, de fuerza, de compromiso y de creatividad. El carnaval y todos sus colores, nos lleva a emociones y experiencias con los propios, con los lugares, que marcan y trascienden en el tiempo.
Concordábamos en que a Cañete le faltaba un carnaval. Desde que vivimos aquí, nunca vimos uno, pero si vimos muchos desfiles, alegorias de las armas, de lo militar, de lo colonial, muy arraigado aquí, propio de sus mil contrastes. Pero dentro de esos miles de contrastes, multiculturalidades, no había un carnaval, ni instaurado, ni pasajero y decidimos hacerlo realidad.
La experiencia, y el viaje lento a través de los años, en agrupaciones principalmente de la ciudad de Concepción, nos ayudó a poder pedir ayuda a antiguas compañeras/os de carnavales. Desde ahí pulsamos su venida, logramos conseguir las condiciones y lo logramos. A su vez, nuestro espacio “Circulo de danza Caudal”, sacó a brillar todas sus agrupaciones. Todo parecía perfecto, bajo control.
Esa semana, en el pronóstico del tiempo decía: sábado 12 de noviembre, lluvias intermitentes. Darío y yo nos miramos y dijimos: ignorémoslo, no va a llover. Llegó el día, se empezó a nublar. Nuestro carnaval estaba agendado para las 3 PM, a la 1 PM llovía y llegaba toda la comitiva de Concepción, entre bombos, tambores, chicos, repiques, pianos, zampoñas, y platillos, caminaban esperanzados, parecía que la lluvia no asustaba a nadie más que a mí.
Nos vestimos, maquillamos, peinamos, mirando cómo el agua caía por las ventanas. Confieso que me desesperancé. ¿Qué vamos a hacer? Y el agua seguía cayendo. De pronto, la lluvia comenzó a parar y la gente que ya había bailado y tocado dentro de la escuela que nos acogió, decidió salir, el impetu de todas y todos, adultos/as, niñeces, madres y familiares que acompañaban, fue la fuerza para creer que era posible.
Un rayo de sol y todos a la calle, salimos a tocar y a bailar, un rugido de alegría y motivación, las calles recién mojadas y nosotras/os afuera, las personas comenzaron a salir de sus casas, algunas miraban por las ventanas, otras afuera, muchas sonrisas, mucha sorpresa. Un par de calles más allá volvió la lluvia y nos mojó a todos, nuestros cuerpos danzantes recibieron toda la lluvia. Parecía ser una dificultad, pero se transformó en una oportunidad, una invitación a sentir la libertad, a soltar lo que nos amarra a la amargura. La lluvia nos cobijó y así se bailó.
La gente salió de sus casas con paragua, con botas de agua, pero salió. Al poco andar con lluvia, un hermoso arcoiris nos hizo llegar a la cúspide de nuestra alegría, apareciendo casi al final de nuestro trayecto, dándonos la confirmación que estábamos haciendo las cosas bien.
Llegamos a la escuela mojadas, sudados, contentos, llenos de emociones y cansancios, heridas en los pies y manos, maquillaje corrido, lienzos embarrados y la convicción en alto. Agradecidas y agradecidos de poder ser canal para estas manifestaciones. Dimos comida a nuestra comitiva de Concepción, los despedimos en el bus que los habia traido, limpiamos y cerramos la escuela, para luego llegar a mi casa, en la misma población que alojó el carnaval, haciendo un breve brindis por el trabajo hecho. Los días posteriores son escritos para otro capítulo.