Cuba: Boca de Canasí y el eclipse

Texto y Fotos por Néster Núñez (Joven Cuba)
HAVANA TIMES – Ir a Boca de Canasí no es como meterte en la oscura y peligrosa boca del lobo. La vida es apacible en esa comunidad de pescadores —ubicada en el municipio Santa Cruz del Norte, Mayabeque, y a unos 30 kilómetros de la ciudad de Matanzas—; incluso, es luminosa para los tiempos que corren: el caserío está conectado al circuito de los hoteles de Jibacoa, y por lo general siempre tiene corriente eléctrica.
La excepción, por supuesto, es cuando ocurre una desconexión completa del sistema electroenergético nacional, como la del pasado viernes 14 de marzo. En días así se hace mayor el ya amplio espacio entre una casa y la otra, la tranquilidad habitual se trastoca en preocupación, en el «qué habrá pasado», cuánto se demorará el asunto hasta que, sin ponerse de acuerdo, los vecinos se confinan puertas adentro para cocinar lo que tengan y capear el temporal con el mejor ánimo posible. Sin televisores ni bocinas encendidas el silencio se expande tanto que a 50 metros de distancia se logra escuchar un pájaro carpintero. Lo insólito es que no picotea madera, sino el metal de una farola, tatatacataca, como si estuviera molesto y protestara.

Pero el deseo de muchos que visitan Boca de Canasí es precisamente alejarse de ese fastidio que constituye el día a día en sus lugares de origen. Van en busca del mar, del sol, de la belleza que en esos parajes la naturaleza regala. Mucho antes de llegar, ya hueles el salitre concentrado en el mangle y se te llena la vista de esas lomas de roca pura divididas a la mitad por la milenaria persistencia del río.
Si la suerte está de tu lado, uno o dos parapentes acrecientan la sensación de aventura, aunque no seas tú el que está allá arriba volando. Ves las piruetas que hacen, el vaivén que depende de las corrientes cálidas de aire, y en algún momento te preguntas si tendrías el valor de hacerlo, si no te arrepentirías cuando tengas que correr y saltar de la punta de la loma. De qué tamaño y cuán agudo sería tu grito de principiante. En caso de que en tu imaginación lograras dar el salto al vacío, te preguntas también cómo sería ver tu pedazo de vida y de mundo desde esa altura. Si te sentirías engrandecido o insignificante.

Después te darías cuenta de que aún tienes los pies sobre la tierra y terminarías preguntándote cuánto, en términos monetarios y no de riesgos, te costaría la gracia. Quién tiene un parapente hoy día, más un transporte con combustible y el resto de lo necesario. O quizás sean turistas extranjeros que pagaron en dólares, y tú recibes por tu trabajo insuficientes pesos cubanos. Luego recuerdas que viniste a alejarte del tatatacataca protestón de la ciudad, regresas la vista a la altura del horizonte, del tuyo propio, lo cual no implica conformismo ni envidia, o sí, y ves ese barquito de pescadores regresando a puerto seguro, a su muelle.

En dependencia del tipo de turismo que hagas te enteras, o no, de que la libra de albacora se vende de primera mano a 500 pesos, y a 600 la de aguja. Los pescadores suertudos salieron a las cinco de la mañana y a las once estaban de regreso. Llamaron por teléfono al dueño de un restaurante de La Habana, que les aseguró que enseguida iría él mismo a recoger los dos pejes grandes. La picúa se la comerá el que la capturó. Le gusta mucho esa carne, la prefiere asada. No hay forma de saber si está ciguata, dice. Lo de echarle un pedazo a las hormigas a ver si se la comen, es un cuento, según su opinión. Mientras lo imagino calvo completo, hasta las cejas sin pelos, le digo que conozco un restaurante estatal llamado Albacora, pero que hace rato por allí no cae ni una escama de sardina.
Hablando de eso, les pido un poco de carnada para pescar a pita cuando llegue al lugar de la acampada, y me regala la recién cortada cola de la picúa, tan grande que casi termina dándole sabor a una sopa, pero para que eso suceda todavía faltan horas. Antes hay que buscar a Ariel para que cruce las mochilas hasta la otra orilla.

En las mochilas hay arroz, aceite, espaguetis, café, azúcar… Calderos, pozuelos y cubiertos, pomos de agua… Las cosas de pescar, la ropa, las tiendas de campaña, las linternas recargables… muchos kilogramos para pasar tres noches de camping, ver el eclipse y regresar impregnados de olor a humo y a caracol de mar autosuficiente.

Ariel vive en el pueblo, pero es uno de los que no pesca. Mientras hay gente que trabaja en el petróleo, en la termoeléctrica de Santa Cruz o en los hoteles, él tiene su negocito por cuenta propia. No recuerda hace cuántos años un vacacionista le preguntó si podía ayudarlo a cruzar las mochilas. Ariel improvisó una balsa de poliespuma e hizo la tarea. A cambio, recibió unos cuantos pesos. Ese mismo día repitió el viaje con los nuevos que llegaban, muchos jóvenes universitarios, que son los más frecuentes. Desde entonces esa es su principal entrada de dinero. Como tiene tiempo libre, cría gallinas, conejos y patos. Necesita conseguir un pato macho, por cierto.
Hay gente que viene a hacer snorkel, a pescar submarino o simplemente a pasar el día, y él les cuida los carros o los motores, por ejemplo. No tiene una tarifa fija. Acepta lo que le des, lo que te parezca justo o puedas pagar por el servicio.

Ariel cumplió 52 años y ha vivido en Boca de Canasí toda su vida. En los años 90, cuando Fidel abrió las fronteras, había un camión que casi todos los días soltaba en la playita cuatro o cinco botes inventados. Llegaba cargado de gente que se iba del país. Muchos tenían sus contactos y había barcos grandes esperando unas millas afuera, en aguas internacionales, para recogerlos. No pocos fueron redirigidos a la base naval de Guantánamo. Pero a Ariel nunca le dio la idea de irse. Y tampoco nadie del pueblo se fue, dice.

Después de aquello, lo más significativo que ha pasado en el pueblo fue cuando Obama y Raúl llegaron a acuerdos. En esa época, el pensamiento de la gente era: «Obama abrió, ahora es venir de allá afuera, parquear el yate ahí, almorzar y regresar por la noche o al otro día. Por eso fue que las casas cogieron auge. Aquí se llegó a pagar hasta 30 o 40 mil dólares por casitas en mal estado. Lo que pasa es que después llegó Trump y paró a todo el mundo en seco», dice Ariel.
Entre una orilla y la otra del río Canasí habrá unos buenos 100 metros. A veces pateas una roca o te hundes hasta el cuello, pero el agua nunca te llega a tapar completo en ningún tramo del río, si sabes por dónde coger o si cuentas con la guía correcta.

Cuando terminas de cruzar el abra llegas a otro mundo. Un jubo entre las rocas, un cangrejo muerto, una morena en la orilla de la playa, los jejenes al atardecer, una caminata de horas bajo las uvas caletas o el pelo duro por el agua salada te regresan a lo más elemental de la existencia humana. No hay música, no hay teléfono, la única obligación es comer y dormir. Hay connotaciones distintas en encender la leña allí o en el patio de tu casa. Y el café puede demorar 20 minutos en colar, que no hay apuro.

Esa noche dormí mejor que un bebé, como quien dice.
La palabra eclipse proviene del griego, y quiere decir «desaparición», «abandono». Es un fenómeno en el que la luz proveniente de un cuerpo celeste es bloqueada por otro cuerpo eclipsante. A veces, metafóricamente, uno puede escoger.
