Cuando el techo se rompe

Cartel colocado para evitar la circulación tras derrumbe en Centro Habana. Fotos: José Leandro Garbey.

Por Jose Leandro Garbey Castillo (El Toque)

HAVANA TIMES – El occidente de Cuba sufrió en los últimos días la influencia de una zona de bajas presiones localizada en los mares próximos a la península de Yucatán. Las intensas lluvias provocaron la muerte de cuatro ciudadanos y cientos de derrumbes, la mayoría en La Habana, donde existe una de las situaciones más críticas de la vivienda en Cuba.

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Poco antes del mediodía del viernes 5 de mayo, a solo unas cuadras de la residencia de Mayla Rancól Martí, en el municipio Centro Habana, un hombre, desconocido para ella, falleció aplastado a causa del desplome del techo de una casa. Esa mañana, ella y su hermana Migdalia Martí Calzada habían chequeado el estado de sus viviendas. Ambas viven en inmuebles en crítico estado estructural y conocen el riesgo de la lluvia prolongada.

Justo al cruzar la calle, Betsabet Bertot colocaba tanquetas para recoger el agua de lluvia que filtra por su techo y así evitar que dañara aún más una vivienda que se deteriora a diario. Las vigas ceden. También ella, que tiene 52 años y vive con su hijo y su esposo Rogelio, a quien en medio del pico pandémico le amputaron parte de la pierna. La mayoría de sus bienes permanecen guardados en jabas de nailon. Le resulta tortuoso moverse entre tantos bultos. Teme quedarse sin tiempo y morir si se desploma todo aquello, de ahí que mantiene preparada una mochila con lo necesario “por si acaso”. Sufre.

Cerca del centro comercial Cuatro Caminos, en calle Mercado entre Arroyo y Santa Marta, se eleva un pedazo de concreto corroído: el edificio 79. Cimientos dañados. Decenas de tablas que apuntalan un inmueble que exhibe cabillas oxidadas y pedazos de concreto que cuelgan a su alrededor. Caminar por el pasillo del primer piso resulta molesto. Fetidez insoportable. Aguas albañales esparcidas por el suelo y por las paredes apenas comenzaron las lluvias. Escaleras sin barandas. Luces escasas. A mayor altura, mayor peligro, mayor pavor en un espacio moribundo que solo transmite inseguridad. Pero ahí vive gente. Hasta familias llegadas de Oriente. Mucha gente.

Probablemente, Betsabet Bertot y las hermanas Martí no conozcan a los inquilinos del edificio 79, pero coinciden en algo: ¿habrá que esperar a que ocurra el próximo derrumbe y lamentar la muerte de alguien para solucionar los problemas de sus viviendas? “¿Seremos nosotros las próximas víctimas?”.

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