Unanimidad en Cuba: falsa y perniciosa

Fernando Ravsberg

Parlamento cubano. Foto: trabajadores.cu

HAVANA TIMES, March 4 — Este lunes postularon los candidatos a delegados (autoridades municipales) en mi cuadra, lo hicieron en la calle, rodeados de excrementos producto de una fosa que lleva mucho tiempo rota y que el anterior delegado nunca consiguió que repararan.

No es que fuera malo o despreocupado, es que nadie le hace demasiado caso a un delegado. Seguramente elegirán a otro en estas elecciones, pero continuar “votando” no evitará que la fosa siga “botando” aguas negras a nuestro alrededor.

Regreso a mi casa saltando entre los charcos y releo una entrevista con el sociólogo Aurelio Alonso. El me decía que el gran reto que enfrenta Cuba es la institucionalización de la Revolución, hacer funcionar sus instituciones, que cada una juegue su rol y que en su conjunto puedan conducir al país.

Como periodista extranjero no es mi papel decirles a los cubanos que sistema político debe regirlos, así que me limitaré a escribir sobre los órganos vigentes. Y creo que en ese proceso es clave el Poder Popular, desde la base hasta el parlamento.

Claro que será más fácil conseguir un delegado efectivo para mi barrio que convertir al parlamento en un ente independiente, teniendo en cuenta que en sus 35 años de historia nunca, ninguno de los 600 diputados votó en contra de una propuesta oficial.

Ya hasta el propio Raúl Castro cuestiona ese tipo de “unidad.” El pasado año expresó que “la falsa unanimidad resulta perniciosa y se requiere estimular el debate y la sana discrepancia, de donde salen generalmente las mejores soluciones.”

Sin embargo, están tan acostumbrados a esa “unanimidad” que cuando un miembro del Consejo de Estado (poder ejecutivo electo por el parlamento) obtuvo “sólo” el 98,5% de los votos, provocó tal inquietud que el Presidente se vio obligado a defenderlo públicamente.

Evidentemente los diputados no son “clones ideológicos,” pero se rigen por una concepción de “unidad” basada en no cuestionar “lo que viene de arriba,” del Consejo de Estado o del Buró Político del Partido Comunista, que son los centros del poder.

Es verdaderamente complejo porque todo está muy mezclado, el Jefe del Ejecutivo y el Presidente del Parlamento pertenecen al Buró, los ministros al Comité Central y el 90% de los diputados son miembros de fila del Partido Comunista.

En otra asamblea de postulación de candidatos -años atrás en el barrio de Palatino- los militantes del Partido que vivían en la zona llegaron apoyando en bloque a una persona. Fue necesario votar tres veces para que pudiera ser electo el que proponían el resto de los vecinos. Lo más absurdo es que ambos candidatos pertenecían al PCC.

Es que la militancia partidista los obliga a una disciplina a la hora de votar y apoyar propuestas. Se basan en el centralismo democrático, según el cual nadie puede discutir en público un lineamiento después que este ha sido debatido y aprobado internamente.

Evidentemente para que el Parlamento funcione tiene que resolverse el conflicto de lealtades que enfrentan los diputados. En otras palabras, ¿qué deben hacer cuando las orientaciones partidistas chocan con los intereses concretos de sus electores?

Un politólogo cubano me decía que el Partido Comunista debería liberar a los diputados-militantes de su disciplina interna, permitirles expresarse y votar de acuerdo a sus propios criterios, actuando fundamentalmente como representantes del pueblo.

No sé si eso funcionaría pero es seguro que los temas de la agenda empezarían a debatirse abiertamente en los plenarios, las leyes dejarían de aprobarse por unanimidad y los ministros se verían obligados a responder preguntas mucho más difíciles.

Lógicamente habría resistencia porque para institucionalizar el país es imprescindible que el Legislativo y el Judicial tengan poder real y eso implica que todas las personalidades políticas se verían obligadas a responder ante ellos.

Muchos cubanos, incluso comunistas, creen que no hay alternativa. La generación épica está desapareciendo y con ella la llamada “legitimidad histórica.” El fortalecimiento de las instituciones les parece la única opción para que sobreviva el actual sistema político.

Hasta ahora solo el Partido Comunista y las Fuerzas Armadas tienen poder real. Pero el pueblo no elige a los miembros del Buró Político, ni a los generales de las FAR. Es el parlamento la única institución cuyos integrantes deben ser ratificados en las urnas.

En un debate en 1994, una mujer afirmó que la única garantía democrática estaba en que se aumentara el poder del Parlamento. Su razonamiento fue aplastante: “si el diputado me falla dejo de votarlo, si me falla un dirigente del Partido ¿qué hago?.”