Entre cubanos: confrontación o diálogo

Fernando Ravsberg*

Emigrados cubanos rindiendo honores a José Martí en el Parque Central de La Habana. (Foto: Raquel Pérez)

HAVANA TIMES, 1 marzo — Cuando llegué a Cuba, se promovía en Washington y Miami la Ley Torricelli con el objetivo de recrudecer el Embargo de EE.UU., siguiendo el viejo esquema de agudizar la crisis para empujar a los cubanos a alzarse contra el gobierno.

Al final la política de confrontación, basada en las acciones del poderoso vecino del norte, sirvió para fortalecer la mentalidad de “plaza sitiada” y la propaganda convirtió a EE.UU. y al exilio en “responsables de todos los males” que sufrió la gente.

Los enemigos de Castro perdieron una oportunidad de oro para ganarse el corazón de sus compatriotas en la isla. En aquel entonces hubiera sido suficiente levantar el bloqueo a las ventas de medicinas y alimentos para cambiar su imagen.

Desde los años 60 la apuesta por la confrontación viene siempre acompañada de rocambolescos análisis políticos o económicos sobre el inminente fin de la Revolución.

Nadie sabe cuántas veces han repetido que “ahora sí se acaba”.

La Iglesia Católica y algunos gobiernos occidentales, aburridos de esperar “la hora final”, reciben los azotes del exilio más radical cuando se deciden a explorar caminos que pasan por el diálogo e incluso por la cooperación.

Perciben un nuevo escenario marcado por la masiva liberación de presos, la conmutación de penas de muerte, la apertura del trabajo autónomo y el fin de prohibiciones absurdas, como el ingreso a los hoteles o la compraventa de viviendas.

En ese marco se inserta la apertura hacia los ciudadanos que viven en el exterior. El presidente Raúl Castro dio un paso decisivo reconociendo públicamente que la mayoría de los emigrados son patriotas y solidarios con los cubanos de la isla.

No es la primera vez que los emigrados cubanos se reúnen con el gobierno. Foto: Raquel Pérez

Los tiempos han cambiado tanto que incluso exiliados del ala dura, como Carlos Saladrigas, buscan un diálogo y rechazan el Embargo, renunciando a “la estrategia de intentar dañar al régimen cubano a través de dañar al pueblo”.

El empresario dirige un grupo que se propone apoyar las reformas que impulsa el gobierno de Raúl Castro, promover el respeto a la soberanía, los derechos de los cubanos y ofrecer ideas para ayudar a la prosperidad económica de la nación.

“Nunca aspiramos a imponer, sino solo al derecho de poner ideas y proyectos sobre la mesa”, explica Saladrigas. Propone dar créditos a los trabajadores autónomos y reconoce que “muchos empresarios del exilio desean invertir en Cuba en sociedad con cubanos de la isla”.

Ahora el gobierno de Raúl Castro convocó a un encuentro en Washington con la comunidad de emigrados, evento al que se acudirá por invitación, según informó el sociólogo emigrado Haroldo Dilla, en un artículo donde rechaza participar en el diálogo.

Dilla asegura que el Estado cubano no es “una representación legítima de la nación, de la misma manera en que no es posible llamar emigración a un grupo de personas seleccionadas a partir de su cercanía ideológica y emocional con ese Estado”.

Cree el intelectual que la convocatoria se debe a que en la isla “necesitan desesperadamente la participación del dinero de los emigrados en la reconversión capitalista de la sociedad cubana y de la propia élite postrevolucionaria en burguesía”.

A pesar de que Torricelli se equivocó, en los 90 sobraban razones para pensar que un poco más de presión bastaría para derribar la revolución, pero decir en el 2012 que Cuba no podrá sobrevivir sin las inversiones de Miami parece un desvarío.

Empezando porque para lograr las inversiones de los cubanos de la migración no hace falta una conferencia, bastaría una autorización del gobierno cubano para que gente como Carlos Saladrigas den el paso que desean dar desde hace tiempo.

Además, Cuba tiene relaciones comerciales con toda América Latina, un intercambio Sur-Sur que da frutos desde Venezuela hasta Angola, créditos de China, una reserva de US$5 mil millones y a Repsol tocando el petróleo en el fondo marino.

En estas reuniones los emigrados tienen acceso a figuras principales de del gobierno. Foto: Raquel Pérez

Así que el problema parece más político y humano. Es claro que muchos emigrados no simpatizan con el gobierno y también que el sentimiento es mutuo pero estas décadas de confrontación entre cubanos solo sirvieron para desangrar la nación.

Es verdad que los emigrados fueron despojados de sus bienes en la isla, privados de sus derechos de ciudadanía y a veces maltratados como en Mariel pero no es menos cierto que el exilio organizó asesinatos, secuestros, atentados, invasiones y derribos de aviones civiles.

La comunidad de emigrados y exiliados debe decidir ahora si vale la pena aceptar la oferta de diálogo del gobierno cubano. Dilla se adelanta y lanza una advertencia dramática asegurando que la asistencia al encuentro solo servirá para apuntalar el “cadalso”.

Otros como Carlos Saladrigas opinan que hoy los emigrados tienen “que contribuir al debate sobre los cambios”, agregando que “Raúl Castro ha pedido a todos los cubanos que presenten sus ideas para contribuir a una Cuba mejor y, como cubanos que somos, así lo hacemos”.
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*Publicado con la autorización de BBC Mundo.

 

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