El premio gordo
HAVANA TIMES, May 27 — La destitución del Ministro de Transporte, Jorge Luis Sierra, me sorprendió dado que este es uno de los pocos sectores donde se puede decir que el país ha avanzado ostensiblemente, tanto a nivel urbano como interprovincial.
Me pregunté cuáles habrán sido los errores cometidos por Sierra y busqué información entre los funcionarios de gobierno. Cuando me dijeron la causa me costó tanto creerlo que seguí buscando nuevas fuentes para confirmarlo.
Al parecer el pecado del ex ministro fue autorizar la importación de automóviles sin pago de impuestos a aquellos cubanos que tuvieran un vehículo viejo para entregar a cambio y dinero suficiente como para comprarse uno nuevo en el extranjero.
Yo conocía la medida y me pareció una forma inteligente de renovar el parque automotriz sin inversiones por parte del gobierno. Las cosas, sin embargo, se salieron del cauce previsto por las autoridades del ministerio.
La mayor parte de los automóviles comprados por los cubanos fueron de lujo, Mercedes Benz, Audi y BMW, del año. Algunos artistas compraron vehículos de más de US$50.000 pero hubo empleados estatales, con salarios de US $30 al mes, que importaron vehículos de US $15.000.
De inmediato sonaron todas las alarmas y se suspendió la importación justo cuando los que tienen menos dinero se aprestaban a cambiar el automóvil. Los más adinerados no tienen de qué preocuparse; ya sus carros de lujo los distinguen.
Podríamos hablar horas de anécdotas de este caso y de la idiosincrasia de los cubanos pero lo cierto es que el problema está mucho más en el fondo, está en los mecanismos creados por el sistema en relación con los automóviles.
Normalmente para que un ciudadano pudiera comprarse un vehículo necesitaba el permiso del vicepresidente de la República. No sé quién lo autoriza ahora pero durante años fue tarea de Carlos Lage decidir quién se merecía un carro.
Teóricamente se ha dicho muchas veces que la venta de automóviles debe orientarse hacia aquellos que los necesitan para desarrollar su labor social. Afirman que el ecosistema colapsaría si todos los habitantes del planeta tuvieran un vehículo propio.
Sin embargo, después las mismas autoridades premian a los ciudadanos con automóviles. Durante los años buenos se les vendían carros a trabajadores muy destacados y hace poco tiempo se los entregaron a los deportistas retirados.
El vehículo es el Premio Gordo. Tengo un conocido que por sus aportes técnicos durante la crisis económica de los 90 recibió una moto; al año siguiente hizo nuevos inventos y le entregaron otra y como siguió destacándose, en este milenio le vendieron un auto Lada.
Nadie le preguntó a este cubano destacado si necesita una casa, mejoras salariales o si quiere hacer un viaje. No, él se merecía un gran estímulo y eso es un vehículo. Así que este señor tendrá que decidirse entre ampliar el garaje o dejarse de inventar cosas.
El absurdo es tal que para impedir que los premiados puedan revender los carros a terceros que no se lo merecen, existe una directriz que prohíbe los traspasos de dueño, aunque este es un trámite que la propia ley cubana autoriza.
Para complicarlo aún más están las excepciones. Los marinos, artistas o diplomáticos pueden comprar automóviles siempre que demuestren sus ingresos. Sin embargo, a los campesinos no se les permite, aunque prueben que el dinero es producto de su trabajo.
Y no sólo hablamos de automóviles; los campesinos no pueden comprar camiones ni tractores. Es más, conozco el caso de uno al que le regalaban un tractor en el extranjero y las autoridades le negaron el derecho a importarlo a Cuba.
Como los extranjeros sí tienen esa posibilidad, algunos cubanos les ofrecen dinero para que lo compren a su nombre. Invierten miles de dólares a sabiendas de que cuando el propietario legal vuelva a su país el carro ya no puede circular.
El enorme caos se ha convertido en un terreno fértil para el mercado negro, donde cada año se venden automóviles aprovechando los resquicios legales y forzando la ley con algún dinero puesto, discretamente, en manos de funcionarios venales.
La relación de las autoridades cubanas con los vehículos automotores es extraña; casi traumática. Han convertido al automóvil en la mayor aspiración material del ciudadano, a la que sólo se puede acceder tras acumular grandes méritos.
El presidente Raúl Castro eliminó ya algunas de las prohibiciones que pesaban sobre la ciudadanía -hoteles, celulares, Internet- y el universo siguió intacto. De igual forma, una apertura en la venta de carros, sólo afectaría a la burocracia, al mercado negro y a la corrupción.
Publicado con la autorización de BBC Mundo.
Muy buen artículo Fernando, como siempre muy aguadas tus reflexiones