El modelo cubano: ¿Actualizar o cambiar?

Fernando Ravsberg*

Industria cubana (Foto: Raquel Pérez)

HAVANA TIMES — El vicepresidente del Consejo de Ministros y artífice de las reformas económicas, Marino Murillo, reclamó apostar por el crecimiento, eliminando “todos los frenos que el modelo económico actual le pone al desarrollo de las fuerzas productivas”.

El problema es que la mayor de las trabas podría ser el propio modelo, el cual establece unas relaciones de producción que entorpecen el desarrollo económico del país, enlentecen los cambios, mediatizan las reformas y crean malestar en la población.

Ese modelo socialista, establecido desde los tiempos de Stalin, produjo en la isla los mismos resultados que en el resto de los países que lo copiaron: crisis agrícolas, estancamiento industrial, desabastecimiento y descontento ciudadano.

Murillo recordó que los padres teóricos del socialismo dijeron que en la nueva sociedad es necesario nacionalizar “los medios fundamentales de producción”, algo que cuestiona un modelo en el que se estatizaron hasta los puestos que vendían fritas en las calles.

Hoy cada transformación económica, por pequeña que sea, obliga a una sucesión de cambios posteriores para ponerla en marcha. Es ahí cuando el resto del modelo y sus defensores impiden que la reforma sea efectiva o alcance sus mejores resultados.

La agricultura tal vez sea el paradigma de la burocracia por su masividad e ineficiencia pero está lejos de ser su única expresión. El sistema de importación cubano es una verdadera joya burocrática, donde los que menos poder de decisión tienen son los productores.

El propio discurso oficial habla de “actualizar” el modelo cubano, pero lo cierto es que les será muy difícil meter en medio de un rompecabezas una pieza diferente sin alterar las que la rodean, produciendo un efecto dominó que terminará transformando el conjunto.

El gobierno choca con esos obstáculos cada vez que intenta mover una ficha. Cuando se decidió entregar las tierras en usufructo gratuito, aparecieron los que en base a la “legalidad vigente” prohibieron a los campesinos hacer sus casas en las fincas.

Semejante irracionalidad desalentó a muchos y obligó a otros a desviar sus esfuerzos de la producción de alimentos para dedicarse al traslado clandestino de materiales de construcción, con el fin de levantar una casa escondida de las miradas indiscretas.

La agricultura tal vez sea el paradigma de la burocracia por su masividad e ineficiencia pero está lejos de ser su única expresión. El sistema de importación cubano es una verdadera joya burocrática, donde los que menos poder de decisión tienen son los productores.

Si una fábrica cubana quiere traer del extranjero una maquinaria, necesita acudir a la empresa importadora que el Estado le asignó. Esta “importadora” en realidad no importa nada, solo hace una licitación entre las compañías extranjeras que existen en Cuba.

Son estas últimas las que en realidad salen a buscar el equipo al país que lo produce, lo compran y lo traen a la isla. Pero el actual modelo tiene terminantemente prohibido que el director de la fábrica cubana contacte directamente con el importador extranjero.

Así que quien hace el pedido es un oficinista que sabe poco y nada de lo que necesita la empresa y que, en el mejor de los casos, se guiará por comprar lo más barato, lo cual en muchas ocasiones genera graves problemas a los productores.

Entre la gente común muy pocos sienten nostalgia del viejo modelo, más hábil para establecer prohibiciones que para satisfacer las necesidades materiales de la población.

En el peor de los casos, estos “importadores estatales intermediarios” se dejan comprar por los vendedores extranjeros para adquirir equipos obsoletos o de mala calidad. Por estos días los tribunales cubanos juzgan a clic decenas de implicados en este tipo de “negocios”.

Esas “relaciones de producción” son las que hacen que el país tenga equipos paralizados durante meses en espera de repuestos, mientras las importadoras intermediarias del Estado se toman todo el tiempo del mundo para decidirse a comprar.

La mayoría de los cubanos que conozco apoyan los cambios y quieren que estos avancen con más rapidez y profundidad. Entre la gente común muy pocos sienten nostalgia del viejo modelo, más hábil para establecer prohibiciones que para satisfacer las necesidades materiales de la población.

Pero estas relaciones de producción tienen aún seguidores en Cuba, son los defensores del “socialismo real”. Paradójicamente la mayoría de ellos no viven la realidad de ese socialismo porque tienen prebendas que les compensan sus “inconvenientes” cotidianos.

Hace poco un periodista cubano en un debate les recomendaba usar de vez en cuando el autobús para darse un baño de pueblo. Cuando me lo contaron recordé una pintada anarquista advirtiendo que “quien no vive como piensa terminará pensando como vive”.
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(*) Publicado originalmente en español por BBC Mundo.

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