Cuba, sus ancianos y las campanas

Fernando Ravsberg*

Las jubilaciones han perdido casi todo su poder adquisitivo por lo que muchos ancianos se ven obligados a trabajar para sobrevivir.

HAVANA TIMES — Durante la Cumbre de la CELAC, en La Habana Vieja oigo cuando le anuncian a un policía por radio el paso de las delegaciones y le ordenan “garantizar que de la calle Cuba para abajo no haya elementos que responda a la descripción de buscadores de basura o limosneros”.

Lógicamente cuando se tienen visitas uno trata de mostrar lo mejor de su casa pero esconder la pobreza bajo la alfombra no parece la mejor opción, sobre todo porque la mayoría de ellos son ancianos que buscan compensar sus magras jubilaciones.

Paradójicamente, el agente y yo estábamos a unos metros de la estatua del Caballero de París, un vagabundo que se hizo famoso por ser el único de La Habana. Fue un logro que Cuba mantuvo durante décadas pero que hoy se pierde poco a poco.

No hay que andar mucho para ver cómo aumentó dramáticamente el número de viejitos pidiendo limosnas, vendiendo periódicos por las calles, recogiendo latas de refresco o revolviendo en los cubos de basura en busca de algo de valor.

Muchos empleos que podrían darle mayores ingresos a los ancianos son ocupados por jóvenes capaces de trabajar en cualquier otro sector.

Sé que a muchos no les gusta que hable sobre el tema pero el silencio no hará que desaparezca esa cruda realidad, por el contrario solo servirá para demorar más la solución del problema. Y nadie tiene derecho a pedirnos que miremos hacia otro lado.

Es verdad que hay recursos limitados pero los que existen no siempre se reparten con justicia. El gobierno insiste en mantener una libreta de racionamiento que subvenciona de igual forma la comida de un nuevo rico que la de un jubilado.

Y no hay que ser economista para deducir que si se limitara esa ayuda estatal a los que realmente la necesitan se podría aumentar la cantidad de alimentos que se le entrega a cada persona sin gastar ni un centavo más del presupuesto nacional.

Saber quiénes son pobres no es complicado en un país donde en cada cuadra hay un Comité de Defensa de la Revolución capaz de informar con exactitud que vecino necesita las subvenciones y cuáles pueden comprar sus alimentos a precios de mercado.

Y hay otras opciones igual de baratas para los jubilados que quieran y puedan seguir trabajando. Es posible darles acceso exclusivo a algunas actividades que no implican gran sacrificio y dan buena rentabilidad como la de cuidar vehículos en los parqueos.
Los ancianos hacen cola desde la madrugada para comprar periódicos que revenden después por un poco más de dinero

Los ancianos hacen cola desde la madrugada para comprar periódicos que revenden después por un poco más de dinero.

En dependencia del lugar, en un estacionamiento se puede ganar hasta U$D 300 al mes, equivalente a unas 3 canastas básicas. El problema es que hoy muchos de estos puestos están ocupados por jóvenes en edad laboral que podrían trabajar en cualquier otra cosa.

Junto a la caja de los supermercados de Baja California Sur en México, hay abuelos, vestidos con el uniforme de la tienda, que ayudan a meter en las bolsas las compras. Las propinas que se ganan les ayudan a llegar a fin de mes, algunos de ellos me confesaron que no reciben jubilación.

Si se tiene la voluntad y se utiliza la imaginación las posibilidades son infinitas pero es imprescindible pasar por encima de una burocracia que coloca amiguetes o vende los puestos de trabajo al mejor postor, en una subasta donde los jubilados no tienen ninguna posibilidad.

Los ancianos no son el problema

El economista cubanoamericano Carmelo Mesa-Lago asegura que en Cuba hay 1.8 millones de jubilados que reciben un promedio de $10 al mes, en lo que el gobierno se gasta alrededor del 3 por ciento del PIB y que “ese problema carece de solución a largo plazo”.

El gobierno anunció la apertura de nuevos asilos y casas del abuelo además de la reparación de los que ya existen.

Si en este momento el Estado no es capaz de darles a los ancianos una jubilación que cubra sus necesidades básicas por los menos debería priorizarlos en las subvenciones y en aquellos trabajos que les permitan ganarse el pan de forma digna.

Ya el gobierno anunció que ampliará el número de Casas del Abuelo y de asilos. Sin duda se trata de una buena noticia porque en ambos casos se les garantiza la alimentación y los cuidados propios de la edad pero no será suficiente porque cada año el reto es mayor.

Para una nación económicamente desarrollada este asunto es muy complejo pero en un país pobre se vuelve un desafío con escasas opciones, se transforma culturalmente la sociedad y la economía o la mayor esperanza de vida se convertirá en una condena.

La crisis económica de los 90 derrumbó el poder adquisitivo de las jubilaciones y los abuelos ahora chocan contra la apertura de mercado sin un peso en el bolsillo. Su vulnerabilidad es grande y continuará acrecentándose si no se actúa con presteza, imaginación y eficacia.

Si la cultura de una sociedad se mide por cómo trata a los miembros más débiles, su inteligencia colectiva se podría calcular por la atención que da a sus ancianos porque, las campanas que hoy suenan por ellos sonarán, tarde o temprano, por cada uno de nosotros.
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(*) Visita el blog de Fernando Ravsberg.

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