¿Cuándo comenzó la censura en Cuba?

Fernando Ravsberg

HAVANA TIMES — El 12 de junio de 1494 el almirante Cristóbal Colón finalizó un recorrido por las costas cubanas. Cuando comprobó que era una isla, obligó a todos sus hombres a firmar un acta donde aseguraban que Cuba era un continente,  “tierra firme, al comienzo de las Indias”.

Como en todo grupo siempre existe algún díscolo amante de la verdad, impuso una pena de 10 mil maravedíes para cada vez que alguien dijera que era una ínsula. A quienes insistieran en decir que Cuba era una isla “le darían 100 azotes y le cortarían la lengua” (1).

Al final fue inútil, hasta Castilla llegó la versión verdadera, lo cual sirvió para deteriorar la credibilidad del Almirante ante los Reyes Católicos. Como era de esperar, sus enemigos usaron esos  “retoques” de la realidad para desacreditar y marginar a Don Cristóbal.

Hay que reconocer que, 522 años después de aquel primer gran acto de censura, en Cuba las cosas han cambiado bastante, ya no se pagan multas, nadie pierde la lengua ni recibe azotes, aunque todavía algunos son despedidos de sus trabajos por contar la verdad.

Desde hace añares dice la sabiduría popular que más rápido se atrapa a un mentiroso que a un cojo. Si navegando en carabelas, la verdad tardó solo unos meses en llegar a la corte española, en la era de la navegación por Internet los tiempos se acortan sustancialmente.

2. 500 años después, los azotes y las lenguas cortadas no son de forma literal.

Sin embargo, la Unión de Periodistas de Cuba (UPEC) cree que puede ocultar sus debates para que no sea “tergiversada por falaces cotilleos en las redes sociales y en las aguas procelosas del Internet, mediante amputaciones ideológicas y tendenciosas cirugías oportunistas” (2).

Si la UPEC logra que los temas discutidos en sus foros por miles de periodistas no se hagan públicos en Internet, podría venderle la receta a Washington, que sufre una hemorragia de filtraciones en las comunicaciones secretas del Pentágono y del Departamento de Estado.

El sorprendente editorial de la Unión de Periodistas finaliza haciéndose un harakiri en toda regla. Dice que a la prensa cubana hay que respetarla, “aunque no siempre lo diga todo, silencie lo que urge decir o no lo exprese con todo el ingenio y la belleza”.

Los colegas cubanos merecen respeto, muchos son profesionales capaces que llevan toda su vida intentando cambiar las cosas, a pesar de que a los discípulos de Colón les cortan la lengua para que informen a medias o callen, si ninguna mitad conviene ser mencionada.

Pero sería demasiada condescendencia reclamar respeto para unos medios de prensa que llevan décadas contando solo lo políticamente correcto de las noticias, silenciando decenas de temas y que ni siquiera han sido capaces de hacer propaganda con “ingenio y belleza”.

Nada cambia a pesar de que los congresos de la UPEC repiten cada vez los mismos planteamientos desde la época en la que Julio García Luis dirigía el gremio. Y nada cambiará mientras se mantenga la actual relación entre la prensa, el Partido y el Estado.

A muchos políticos del mundo les encantaría tener una prensa que no investigue, que no haga preguntas difíciles, que acuda solo cuando la citan y que repita todo lo que ellos le dicen sin evaluar la utilidad de lo dicho ni comprobar su veracidad.

3. Cuando se pierde la credibilidad, la información se convierte en un arma cargada de balas de fogueo. Foto: Raquel Pérez Díaz

Y como siempre hay díscolos amantes de la verdad, cuentan con un aparato de castigo al cual llamar para pedir “100 azotes” contra cualquier reportero. Tal y como al parecer ocurrió con José Ramírez Pantoja (3) o con la crónica sobre Coppelia de Juventud Rebelde (4).

Será difícil deshacer la relación prensa-Partido-Estado, porque es muy cómoda para los políticos que deben aprobar el cambio. Por ahora intentan hacer un nuevo periodismo con los viejos mecanismos, lo cual implica esperar un resultado diferente haciendo lo mismo.

Cuando se pierde la credibilidad, la información se convierte en un arma cargada de balas de fogueo; la realidad no cambia, porque cambie en las noticias de la prensa, y Cuba seguirá siendo una isla diga lo que diga el primer gran censor y sus más aventajados discípulos.

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