Una guantanamera en La Habana

Por Ivett de las Mercedes

Marelis Galves Quesada y sus dos hijos.

HAVANA TIMES – La migración no es un fenómeno nuevo en Cuba. Mejorar las condiciones económicas y sociales trae, en ocasiones, un costo no predecible. Marelis Galves Quesada (31 años) es natural de la provincia de Guantánamo. Desde hace seis años vive en el municipio de Habana del Este, reparto Bahía campo.

Havana Times: ¿Vivir en La Habana era un deseo importante para ti?

Marelis Galves: Siempre deseé venir para acá.  En Guantánamo las condiciones de vida son muy difíciles. La mayoría de los jóvenes se marchan en busca de nuevos horizontes. No es fácil estudiar y después no encontrar empleo, o trabajar en la caña, el café o la pesca, tienes que hacer magia. Nunca me hice grandes ilusiones, pero siempre soñé con tener un bonito restaurant cuando viniera para la capital. La vida aquí se encargó de despertarme.

HT: ¿Te asustó el rostro de la capital?

MG: Principalmente el de Centro Habana y la Habana Vieja. Creo que pensar que aquí me iría mejor fue un espejismo. Mientras estaba en Guantánamo nunca me detuve a pensar en cómo la llegada de tantos de nosotros limitaría el círculo de posibilidades.  Por supuesto que el trabajo escasea, mucho más la vivienda, pero el sueño de los que vivimos en las provincias orientales es parecido al que tienen algunos habaneros con Miami. 

HT: ¿Tienes algún familiar en la capital?

MG: Tengo una tía, hermana de mi madre, que reside en la Lisa, que siempre nos ofreció su casa. Los primeros días de mi llegada todo fue carita feliz. Me dijo que me podía quedar el tiempo que necesitara. Comencé a ayudarla con los mandados, la limpieza, haciendo la comida y todo lo que apareciera.

Pero pronto la alegría desapareció, por más que me esforzara era evidente que no podía quedarme como había planeado, nunca supe si algún vecino le metió el diablo en el cuerpo o si fue mi embarazo. Los habaneros son dados a simpatizar con la gente de otras provincias, incluso dicen que los guajiros son gente amable, pero no se refieren a los orientales. Para ellos un oriental es la última carta de la baraja.

HT: ¿Crees que esa actitud esté relacionada con el éxodo masivo de habitantes de la regiones orientales?

MG: No puedo generalizar, pero muchos se han visto envueltos en situaciones delictivas, tenemos fama de que cuando llega un miembro de la familia le siguen otros. Se habla de que somos bebedores, de que no nos gusta trabajar, que solo emprendemos negocios turbios y que vivimos en comunidad. También conozco algunos que tienen negocios prósperos, una buena casa. Creo que todos somos cubanos y tenemos derecho de emigrar a la capital como cualquier otro. 

HT: ¿Que sucedió cuando tu tía te dijo que tenías que marcharte?

MG: Las cosas sucedieron poco a poco. Comenzó a estar inconforme con todo lo que yo hacía; según ella los platos quedaban sucios, la ropa empercudida, el piso empañado. Le molestaba que me asomara al balcón o que dejara la puerta abierta. Le resultaba muy extraño que siempre estuviera dispuesta para ir a la bodega, en eso tenía razón, me gustaba Roberto, el bodeguero, no por bodeguero, sino porque siempre era atento y me decía piropos muy galantes.

Cuando empecé a verme con él a escondidas no sabía que era casado. Desgraciadamente tía no se enteró por mí, y eso contribuyó a que se sintiera decepcionada. Mi embarazo me tomó por sorpresa, había sido muy precavida. Entonces tía comenzó a acusarme de que quería parir en la casa para tener derecho a ella. La situación se volvió muy difícil. Roberto me llevó a vivir a casa de su abuelo.

HT: ¿En el nuevo lugar de acogida te sentiste mejor?

MG: Más o menos. Nuevamente volví a hacer los quehaceres domésticos. Me quedaba mucho tiempo en silencio, porque el abuelo apenas hablaba conmigo. Roberto venía poco. Mi familia en Guantánamo no sabía nada de mí. Al año de haber nacido el niño, el abuelo me puso en la calle sin pensar en que no tenía a dónde ir.

HT: Imagino que estar en la calle con un niño fue muy difícil. ¿Cómo resolviste la situación?

Marelis Galves Quesada

MG: Mi única familia en La Habana era mi tía y cuando la llamé por teléfono me colgó. No me quedó de otra que quedarme en una parada con techo, cerca de casa del abuelo. Allí estuve viviendo una semana. Una vecina me permitía bañarme y lavar la ropa en su casa. Por supuesto, era de Guantánamo.

Algunas del barrio iban a verme y me aconsejaban que fuera a asistencia social, pero yo estaba bloqueada; además tenía miedo que me quitaran el niño. En esos días no podía pensar con claridad, si lo hubiera hecho me habría ido para Oriente, apenas comía; el sinvergüenza de Roberto me llevaba comida pero no era suficiente, el calor me tenía deshidratada, y no quería andar rogando por un poco de agua, la que conseguía era para mi hijo. Ahora que ha pasado el tiempo creo que todo eso contribuyó al delirio que viví en esos días, nunca esperé la caridad ajena como muchos creen, realmente estaba al borde de un colapso nervioso.

HT: Pero lograste salir de esa situación

MG: Creo que fue un milagro. La vecina que me permitía asearme en su casa me decía que era el momento de encomendarme a Dios. Yo era atea, a pesar de que en mi casa todos eran católicos. No sé de dónde saqué fuerzas para pedirle a Dios, pero lo hice. Tres días después una prima de la vecina que me ayudaba vino a visitarla, ella tenía un tío abuelo que vivía en una casa pequeña a medio construir en el Naranjito, Reparto Bahía y andaba buscando alguien que lo ayudara a terminar la vivienda, y se ofreció a llevarme.

La casa está al final de un largo terraplén que a ambos lados tiene viviendas, algunas de maderas con techos de zinc y fibrocemento. Su estado era crítico. El dueño nos recibió con mucha alegría. El trato fue que yo terminara la construcción de la casa y en pago me dejaría un cuarto, dentro tenía que hacer el baño y la cocina. Desde hace seis años vivo aquí.

HT: ¿Cómo lograste cumplir con el trato?

MG: No ha sido fácil, he tenido que vender de todo para poder vivir y reunir algún dinero para ir arreglando la vivienda, en eso estoy todavía, poco a poco. Antes mi sueño era trabajar en un restaurant, ahora sé que es imposible; tendría que tener una dirección en La Habana. Mi sueño ahora es vivir cada día, ponerles un plato de comida a mis hijos y hacer suficiente dinero, es de la única manera que puedo tener lo mío.

HT: ¿Piensas que fue una equivocación venir para La Habana?

MG: No lo creo. Mis equivocaciones han tenido que ver con mi falta de claridad al escoger pareja. La primera vez era una guajirita recién llegada, que se dejó embaucar con palabras lindas. Fui una ingenua. Me gusta pensar que de no haberme encontrado con Roberto otra hubiera sido la historia.

Después me volví a equivocar en elegir una nueva pareja y nació mi hija, pero definitivamente mis hijos son la única razón por las que me levanto cada día. No puedo asegurar que no volveré a enamorarme, pero ahora sé que ningún hombre se acercará a mí con buenas intenciones, teniendo dos hijos y siendo indocumentada. Tengo fe en Dios y esa fe me sostiene, sé que algún día esta casa será de mis hijos, que son nacidos en La Habana, a ellos les será más fácil todo.

Articulos recientes:

  • Foto del dia
  • Mundo
  • Noticias

Lake Sabrina, California, EUA – Foto del día

Jodie Newell de Estados Unidos tomó nuestra foto del día: "Lake Sabrina" en California, EUA.

  • Cuba
  • Opinión

Discurso deshumanizante y represión en Cuba

En Cuba, el discurso oficial de intolerancia se entrelaza directamente con la deshumanización de aquellos…

  • Nicaragua
  • Noticias

Una caravana cultural para los nicas en Estados Unidos

El grupo folclórico Malinche se unió a Carlos Mejía Godoy y TrovAzul para presentaciones en…

Con el motivo de mejorar el uso y la navegación, Havana Times utiliza cookies.