Un triunfador de la generación perdida

Ivet González entrevista al artista plástico René Francisco Rodríguez

Rene Francisco Rodriguez. Photo: www.renefranciscorodriguez.com

HAVANA TIMES, 10 feb. (IPS) — Es el último ganador del Premio Nacional de Artes Plásticas de Cuba, distinción que reconoce por vez primera a un miembro de la generación del 80.  A René Francisco Rodríguez, cuya obra se esparce por los espacios comunitarios más insospechados, le cuesta desprenderse del “carácter utilitario del arte”.

La generación de creadores surgida en la década del 80 “creyó mucho en el papel del arte como motor impulsor y herramienta para transformar la vida. Yo lo viví con mucha intensidad”, cuenta Rodríguez.

Sin dudas, ese movimiento marcó la filosofía artística, así como la vocación pedagógica y experimental de este creador graduado en 1987 en el Instituto Superior de Arte, donde ahora labora como profesor.

Obtuvo en 2000 el Premio de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación la Ciencia y la Cultura (Unesco) por su proyecto artístico de pedagogía alternativa “Desde una Pragmática Pedagógica”, también conocido como Galería DUPP.

Rodríguez conversó con IPS Sobre las múltiples facetas de su trayectoria y el período histórico que representa.

IPS: Experimentación, pedagogía e intervención comunitaria definen su obra. ¿Cómo concibe las relaciones entre la creación artística y la sociedad?

RENÉ FRANCISCO RODRÍGUEZ: El arte siempre ha sido una forma de transformar espacios e incidir en la conciencia de la sociedad. Es una vieja discusión que tengo con artistas de mi generación y más jóvenes, que están tratando de desvincularse de esa tendencia.

Constituye una herramienta de trabajo social y espiritual, por su energía para mover espacios y personas. Nunca a la sociedad completa, ya que eso es una utopía.

No la asocio mucho al mercado, aunque trabajo para galerías y ferias, y hago los procedimientos para insertarla en varias zonas de la sociedad. El mercado es una y su contraria es la inserción en los barrios o la alianza con la pedagogía.

Al convertir a la pedagogía en una herramienta del arte, uno trabaja en la transmisión de conocimientos y la transformación de gente joven, que se convierten en profesionales en un proceso más eficaz y rápido.

IPS: ¿Cuáles retos le plantea al rol del artista su perspectiva comunitaria y horizontal?

RFR: Es cómodo y fluido internarme en un barrio y trabajar. En ese momento, el arte tiene una posición de acción y entran componentes de la sociología, psicología y el tratamiento con el público a nivel vivencial.

Ese trabajo en contextos reales implica una aparente intrascendencia: el artista se somete a ser un obrero, una persona más en ese barrio.

IPS: ¿Hasta qué punto ha transformado espacios sociales en sus intervenciones comunitarias a través de DUPP?

RFR: Al salirme del espacio tradicional del arte y modificar su lenguaje, he encontrado la confirmación de que sí, se puede mover espacios, gente y transformar pequeños detalles de la sociedad. Por ejemplo, en 1990 hice una obra con mis estudiantes titulada “La región de Ismael”.

El trompetista Ismael Vantour (vecino del municipio Habana Vieja) nunca había pintado y lo indujimos a expresarse a través de la tela. Convivimos con él y hasta impartió clases a mis alumnos sobre lo que no sabía de arte. Así, experimentamos con las relaciones entre el sujeto creador, autoría y mensaje.

Ismael, con el tiempo, se convirtió en un pintor y tuvo su galería en Londres.

En casos más comunitarios como “Casa de Rosa”, “Patio de Nin” y “La casa nacional”, he verificado la posibilidad de modelar la realidad.

Sin embargo, también he experimentado la regresión al estado inicial de los lugares acompañados. “Patio de Nin”  fue una transformación total y al interior de esa persona (la ya fallecida Marcelina Ochoa, conocida por sus allegados como Nin, vecina del barrio periférico y capitalino El Romerillo). Pero después de unos cinco años, regresó al estado de rotura de cuando lo encontré por primera vez.

IPS: ¿Cuáles fueron sus principales referentes para armar su experiencia participativa, artística y pedagógica?

RFR: No fui un estudioso científico del tema. Llegué por el arte, en un momento que se debatía mucho sobre su naturaleza, funciones y utilidad.

El período en que me formé (de 1982 a 1987) me ayudó muchísimo, al tener una cofradía de amigos con un proyecto común. También influyó el sistema de trabajo voluntario de esa época en Cuba. Crecimos en los valores de la voluntariedad y el colectivismo. Como individuo solo no podía hacer nada sino que tenía que tener gente alrededor.

IPS: El escritor cubano Leonardo Padura definió a sus compatriotas de entre 45 y 55 años como “la generación escondida”. ¿Cómo se comporta este fenómeno entre los artistas plásticos?

RFR: Es una generación frustrada y ya no existe en Cuba. Creyó en el papel del arte como motor impulsor y herramienta para transformar la vida. Trabajó con mucha fe en ese sentido, sin embargo, chocó con las autoridades a la hora de discutir los caminos del arte, la participación de las instituciones y de las fuerzas del poder cubano en esa transformación.

Fue un momento trágico: cierre de exposiciones, censura, decepciones. Es una generación que salió del país y dejó vacío un contexto de trabajo creativo.

Quienes nos quedamos o regresamos, hicimos de la pedagogía una forma de reciclar la energía de los años 80 para los alumnos y darles a conocer aquellos artistas emigrados con una obra de envergadura, como Carlos Rodríguez Cárdenas, Glexis Novoa y José Bedia.

Vea la pagina web de René Francisco Rodríguez:  http://www.renefranciscorodriguez.com/FranciscoRene/