Sobrevivientes de «Carazo, Nicaragua no olvidan» la masacre
Desde el exilio, caraceños cuentan sobre las protestas, ataques y la masacre del 8 de julio, así como el asedio que se vive cinco años después
Por Katherine Estrada Téllez (Confidencial)
HAVANA TIMES – «Pueblo únete, pueblo únete, pueblo únete», repetía Kevin Román mientras encabezaba la primera marcha que se realizó en Carazo el 19 de abril de 2018. Junto a él, decenas de autoconvocados decidieron recorrer las principales calles de Jinotepe para expresar su descontento con la reforma impuesta por Ortega al Instituto Nicaragüense de Seguridad Social (INSS), así como indignación por el trato brutal que habían recibido los adultos mayores por parte de la Policía Nacional y las turbas sandinistas cuando reclamaban en Managua y León el 18 de abril.
El panorama violento en Nicaragua se desató desde la tarde de ese miércoles. La policía y las turbas también agredieron a golpes a los activistas que acompañaban la protesta y a los periodistas que la cubrían. «Mientras las noticias transmitían lo que sucedía, lloré de indignación», recuerda «La China», quien adoptó ese apodo desde abril y pide que se guarde su identidad.
«La China» participó en las protestas en Carazo desde la primera marcha, sin imaginar que esas manifestaciones también serían reprimidas de la misma manera. «El 19 de abril fui al parque porque escuché que había universitarios reunidos. Comenzamos marchando como 30 personas y al final éramos más de tres cuadras de jinotepinos recorriendo el pueblo, pero nos atacaron de la misma forma que en Camino de Oriente», compara.
«Estábamos hartos de la corrupción, el adoctrinamiento, la malversación de fondos y recursos. Días antes, los jóvenes universitarios habían protestado por la quema en la reserva Indio Maíz», recuerda Moisés Silva.
«Mi lucha no empezó en abril, mi descontento viene de antes. Yo participaba en los ‘Miércoles de Protesta’ y apoyaba las protestas de los campesinos contra el canal», asegura Martha Valeria Ortega.
Al igual que en Jinotepe, en Diriamba también empezaron a protestar. También lo harían otros municipios del departamento de Carazo. Ese 19 de abril se realizaron plantones, marchas y caravanas. «El pueblo se volcó contra el Gobierno. Nos autoconvocamos la mayoría de los habitantes de Carazo, sin importar ideología política o religiosa», indica David Conrado.
A medida que las manifestaciones se hacían más grandes, el nivel de represión aumentaba. Las turbas sandinistas y algunos empleados de las instituciones públicas comenzaron a amenazar en Carazo con palos y morteros. Luego las amenazas pasaron a policías y paramilitares con armas de fuego.
El 21 de abril, en Carazo se reportaron varios heridos de bala y morteros, así como la Casa Sandinista de Diriamba y de Jinotepe incendiadas.
«Éramos conscientes de que el Gobierno estaba organizado y preparado para desarticular cualquier manifestación de cualquier forma. Ya estábamos experimentando represiones con balas, y esa fue una de las razones por las que sentimos la necesidad de organizarnos», explica Moisés. Así fue como los autoconvocados de Jinotepe, Diriamba, Dolores y San Marcos formaron el Movimiento 19 de abril Carazo, prosigue. Desde ese momento ejerce como activista y líder territorial del departamento. «La China», Martha Valeria, Kevin y David también formaron parte del movimiento.
«La intención fue coordinar las marchas y brindar seguridad durante el recorrido», explica Xaviera Molina, otra integrante. El movimiento se organizó en varios grupos que realizaban tareas específicas. Uno de ellos era el grupo de comunicación y logística, encargado de dirigir y organizar las diferentes actividades que se llevaban a cabo durante las protestas. También estaba el grupo médico, encargado de brindar primeros auxilios a los autoconvocados en caso de alguna eventualidad, y el grupo de fuerza y choque, cuya tarea era resguardar las marchas.
«Estos grupos estuvieron presentes en todo momento, incluso cuando Carazo acompañó las marchas en Managua», agrega Xaviera.
El tranque de San José
Después de la masacre ocurrida en la masiva marcha el 30 de mayo en Managua, un grupo de autoconvocados decidió bloquear el acceso a Jinotepe de forma definitiva, trancando el camino junto al Colegio San José, la principal vía de la Carretera Panamericana. «Los asesinatos seguían aumentando y no veíamos ninguna intención por parte del Gobierno de detener la represión. Decidimos hacer el tranque porque pensamos que afectaría la economía y creímos que así el gobierno cedería, pero también fue una forma de protección», explica Moisés.
El jueves 31 de mayo, el tranque de San José bloqueó por completo el paso, impidiendo la circulación de camiones y furgones nacionales e internacionales que utilizaban esa vía. Con el paso de los días, se acumulaban más vehículos bloqueados.
«El movimiento ahora tenía otra tarea: brindar ayuda humanitaria a los conductores que quedaron varados. Les garantizamos las tres comidas diarias, coordinamos lugares donde pudieran asearse y hacer sus necesidades, se les brindó atención médica e incluso buscamos cómo obtener medicamentos para aquellos que tenían alguna enfermedad crónica», asegura Moisés.
El tranque de San José vivió la solidaridad del pueblo caraceño. Día tras día, las personas llegaban con ropa, comida y medicinas para aquellos que custodiaban el tranque o estaban varados en el lugar. «No solo los padres de los autoconvocados llegaban a apoyar, también personas de todo el pueblo aportaban», cuenta Alba Pastora Mojica, madre de David.
Martha Valeria formaba parte de los grupos encargados de preparar la comida que se repartía a diario. «Gracias a Dios, hasta el último día del tranque les servimos comida a los muchachos y a los conductores de los furgones», comenta.
El tranque, que era señalado por Daniel Ortega de detener la economía e impedir la libre circulación de los ciudadanos, fue respaldado por el propio pueblo.
El ataque del 12 de junio
Las bocinas de los furgones comenzaron a sonar en la madrugada del 12 de junio. Despertaron y alertaron al pueblo sobre un posible ataque. Camionetas con antimotines y paramilitares se dirigían hacia el Colegio San José con el objetivo de desarticular el tranque.
«Estaba oscuro, no sabíamos por qué calle podrían aparecer, pero sabíamos que estaban cerca, las bocinas no dejaban de sonar. Cuando les gritaba a los muchachos que no se apresuraran a hacer sonar los morteros, se escucharon los primeros disparos», cuenta Lenin Rojas.
Mientras las balas se acercaban, las campanas de la parroquia Santiago Apóstol de Jinotepe también alertaron al pueblo, que de inmediato salió a la calle para proteger a los autoconvocados. «En cuanto escuché todo el alboroto, salí de mi casa en pijama. Ya había muchas madres en las calles y nos acercamos en procesión al colegio, haciendo sonar con fuerza unas pailas. En ese momento, no tenía miedo de que los paramilitares o los antimotines me amenazaran o me dispararan, solo pensaba en ir a proteger a mi hija», relata la madre de «La China».
Ese día, el pueblo unido se manifestó en las calles. Los paramilitares y los antimotines se retiraron y no lograron alcanzar su objetivo. Después de ese suceso, los habitantes de Jinotepe colocaron alambres, bloques y agruparon sillas, sacos o cualquier material que pudiera servir para bloquear en cada barrio y en cada manzana de todo Jinotepe.
«Se sintió bonito porque había un sentimiento de ayuda, igualdad y amor hacia el prójimo. Jinotepe tuvo más de 100 tranques de norte a sur, de este a oeste, y desde ese 12 de junio, la gente pasó más de 26 días cuidando su esquina para, al menos, alertar o hacer sonar las pailas en caso de otro ataque», explica Moisés. Algo similar ocurrió en las calles de Dolores y Diriamba.
David cuenta que en ese momento sintieron que habían ganado la lucha. «Ese actuar y protección del pueblo nos llenó de fuerza, sentíamos que la victoria era nuestra, pero no contábamos con que el gobierno llegaría al extremo de lo que ocurrió el 8 de julio», agrega.
La Operación Limpieza en Carazo
En la madrugada del 8 de julio de 2018, ni las bocinas de los furgones, ni las pailas de las madres de los autoconvocados, ni la fuerza del pueblo lograron detener a los más de dos mil paramilitares que ingresaron armados para desarticular los tranques en el departamento. El régimen de Ortega y Murillo la bautizó como la «Operación Limpieza», una masacre que dejó al menos 12 muertos, más de 30 personas torturadas y encarceladas.
Las tropas de paramilitares y policías avanzaban sigilosamente pero con estrategias, dispuestos a eliminar los tranques y todo lo que se interpusiera en su camino. «Recuerdo que a las cinco de la mañana, mi hijo mayor me llamó. Me levanté de un salto de la cama y le pregunté: ‘¿Qué pasa?’ Él me dijo: ‘Madre, madre, nos atacan, nos atacan… están entrando por todas las calles que llevan a Jinotepe, caminos, veredas, por todas partes, están barriendo’, rememora Alba Pastora.
Después de casi 12 horas bajo el fuego de las balas, en Diriamba, Dolores y Jinotepe reinaba el silencio y la incertidumbre. «Todo el mundo se encerró, ese día no tuvimos electricidad ni internet durante mucho tiempo. Yo me quedé encerrada en la iglesia con otras seis personas, sin noticias de mi familia», relata Martha Valeria.
La masacre de aquel domingo 8 de julio dejó mucho dolor en Carazo. «Fue una noche amarga, ese día muchas familias quedaron destrozadas. Madres condenadas a morir sin sus hijos, muchas esposas quedaron viudas, niños se quedaron huérfanos», comenta Kevin.
En la mañana del 9 de julio, una comitiva conformada por representantes de la Iglesia Católica y defensores de derechos humanos viajó desde Managua hacia Diriamba y Jinotepe para mediar en los ataques perpetrados el día anterior. Al llegar a la Basílica de San Sebastián de Diriamba, turbas y paramilitares del régimen de Daniel Ortega los agredieron. A los periodistas independientes también los agredieron y les robaron sus equipos.
Los autoconvocados que se resguardaron en la parroquia de Jinotepe no lograron salir por temor a ser atrapados por los paramilitares. «Nos quedamos esperando a que todo se calmara en la iglesia, sin saber que después del ataque que sufrieron los sacerdotes en Diriamba, las turbas se movilizarían hacia Jinotepe para hacer lo mismo», dice Ortega.
A las once de la mañana, los paramilitares y las turbas sandinistas irrumpieron en la parroquia de Santiago Apóstol. «Le pedí al vicario que nos escondiera porque sabía que si nos atrapaban, nos matarían. Entonces, siete personas nos ocultamos detrás de un perchero donde estaban todas las capas de Santiago (el santo patrón de Jinotepe). Dos de nosotros estaban heridos, pero nos mantuvimos en silencio durante más de cinco horas», continúa Martha Valeria.
Mientras los autoconvocados permanecían ocultos, los paramilitares profanaron y saquearon la iglesia. Dispararon dentro del templo para infundir miedo, sacaron y rompieron bancas, arrojaron al suelo cajas con medicamentos que luego incendiaron, mientras golpeaban y amenazaban al vicario del templo, P. Edgar Eliseo Vargas, y al P. Jalder Hernández.
«Pensamos que íbamos a morir. Escuchábamos los gritos y las maldiciones desde afuera, amenazaban con incendiar la iglesia», comenta Moisés, quien se encontraba entre aquellos que estaban escondidos dentro de la parroquia. Al anochecer de ese día, cuando las turbas dejaron de vigilar la iglesia, lograron salir.
Persecución, encarcelamiento y exilio
Después de la Operación Limpieza en Carazo, el departamento quedó sitiado. «Hubo mucho acoso en las casas de los autoconvocados, marcaron las paredes con el famoso ‘plomo’ para identificarlas. Acecharon a los familiares de las víctimas en medio de su dolor», relata Kevin.
David comenta que Jinotepe se llenó de patrullas llenas de policías y paramilitares que buscaban a las personas que habían participado en las marchas y los tranques. «Iban a las casas en busca de los autoconvocados. Si los encontraban, los arrestaban; si no, golpeaban a los familiares y causaban destrozos», agrega.
Muchos autoconvocados lograron escapar de Carazo por caminos rurales, mientras que otros resistieron en casas de seguridad por un tiempo. Sin embargo, el asedio fue tan fuerte que finalmente muchos decidieron exiliarse. Todas las personas que cuentan sus testimonios en este escrito están solicitando protección internacional en Estados Unidos, Costa Rica y Finlandia.
«El asedio policial sigue, la inteligencia militar sigue sobre las personas que posiblemente hayan regresado y se sospeche que puedan organizar a otros. Los tienen bajo control, los llevan a la Policía, les toman las huellas y los amenazan. De esta manera están neutralizando a los activistas que se encuentran en Nicaragua», menciona Moisés.
Desde el 8 de julio de 2018 hasta la fecha, según Lenin, coordinador del Movimiento de Carazo Azul y Blanco, alrededor de 60 personas del departamento han sido detenidas. La mayoría ha sido excarcelada y se marchó al exilio.
La vida cinco años después
Desde 2019, días antes del 8 de julio, el régimen movilizó a sus simpatizantes para realizar caravanas a las que llaman «Aquí Carazo Libre». A pesar de esta intimidación, el pueblo de Carazo sigue resistiendo. Los familiares en la parroquia San Antonio de Jinotepe elevan oraciones y encienden una velita blanca en memoria de los caídos, menciona Martha Valeria. Desde el exilio, conmemoran con plantones, vigilias o misas.
«Desde que llegamos a Costa Rica, no hemos dejado de reunirnos los caraceños cada 8 de julio para recordar a nuestros caídos y a nuestros hermanos y hermanas que fueron víctimas de la represión», dice Lenin.
Este año no será la excepción. El Movimiento de Carazo Azul y Blanco en Costa Rica realizará una vigilia que se llevará a cabo en la plaza de la Democracia, en San José, a las 5:00 p. m.
Desde Finlandia, Kevin se reunirá con otros caraceños para rendir homenaje a los caídos. «Queremos que se sepa que en Nicaragua se vive bajo una dictadura y que también se sepa que el 8 de julio de 2018 hubo una masacre humana en el pueblo de Carazo», indica.
«A cinco años de la masacre, el miedo aún persiste, tanto dentro como fuera del departamento. La crueldad con la que se llevó a cabo la Operación Limpieza marcó la vida de aquellos que la vivimos. El tiempo pasará, pero Carazo no olvida», concluye Alba Pastora.