Institucionalizar el diálogo y el perdón

Dmitri Prieto

Roberto Veiga Gonzalez

HAVANA TIMES, 19 julio — Recientemente se celebró la X Semana social católica de Cuba.  Para tener un panorama del evento y su importancia, Havana Times entrevistó a Roberto Veiga González, abogado, ensayista y autor de un amplio número de artículos de corte social y político en la prensa católica cubana.

Veiga González (Matanzas, 1964), es editor de la prestigiosa revista Espacio Laical, publicación del Consejo Arquidiocesano de Laicos adjunto al Arzobispado de La Habana.

Tambien es el responsable de la Comisión Nacional de Justicia y Paz en la arquidiócesis habanera.

El Consejo Editorial de la revista Espacio Laical que coordina Roberto Veiga ha promovido la publicación en la misma de trabajos escritos por académicos y activistas de diversas tendencias del pensamiento, residentes tanto en Cuba como en el exterior, lo que la ha convertido en una valiosa fuente de ideas para el debate ideológico y socio-cultural que tiene lugar en Cuba.

Ese mismo espíritu de diálogo y debate fue el que se respiró en la X Semana social católica que tuvo lugar en La Habana del 16 al 20 de junio.

HT: ¿De qué manera la X Semana Social Católica de Cuba se inserta en el debate que actualmente tiene lugar entre los cubanos?

Roberto Veiga Gonzalez: Desde hace algún tiempo en Cuba se viene desarrollando un debate nacional, encaminado a perfilar, a renovar, o a refundar –como se prefiera decir-, nuestro desempeño comunitario, nacional. Este debate tiene límites, pero también vitalidades.

Por lo general, cada cual es escuchado solo en los ámbitos donde actúa de manera directa, ya sea en la cola del pan, con los vecinos más cercanos, con los compañeros de trabajo, en pequeños grupos, y hay algunos pocos que sí logran expresarse a través de medios de comunicación (e-mails, publicaciones digitales, y selectivamente en algunos espacios de la radio o la prensa escrita).

No suele canalizarse todo el debate mediante la prensa, la radio y la televisión. Esto sería imprescindible para conseguir que cada cual conozca el criterio de los otros, se enriquezca con ellos, pueda interactuar, así como llegar a consensos y proponerse acciones personales, grupales y comunitarias que se encaminen al bien de todos. También sería importante que criterios y propuestas expresados de manera compartida por la generalidad de la sociedad puedan traducirse –de manera expedita- en políticas nacionales. Esto último demandaría replantearnos muchos aspectos de la democracia en Cuba.

En cuanto a las vitalidades del debate nacional, puedo señalar su amplitud e intensidad, así como su profundidad y espíritu de cubanía. En este sentido, la X Semana Social Católica hizo su aporte.

Ella logró contribuir al debate nacional, institucionalizando aun más -al menos eclesialmente- ese responsable espíritu de cubanía, así como varios de los serios análisis y propuestas concretas que hoy emanan del tejido nacional cubano. Y lo más importante, su más grande aporte –aunque tampoco es exclusivo de la Semana Social- fue una nueva metodología para tratar la cuestión cubana y su futuro: el encuentro entre todos los cubanos y el diálogo como vía para conseguir el equilibrio nacional, el perdón entre todos los que se hayan hecho daño y el amor constructivo que tanto nos propusiera Jesucristo y José Martí.

En mi opinión, la Semana fue un éxito. Y lo más importante, hubo un clima muy positivo, pues muchos aceptaron fraternalmente las diferencias, intentaron descubrir el bien en el criterio del otro, y se impuso el diálogo como camino para encontrarnos y marchar juntos –claro, desde la diversidad.

HT: En los debates no sólo participaron representantes de la Iglesia Católica. ¿Qué sentido tuvo invitar a personalidades del ámbito “secular”?

Roberto Veiga Gonzalez: Las Semanas Sociales son foros de delegados de todas las diócesis del país para estudiar la realidad social desde perspectivas cristianas, para escrutar la manera en que deben participar los cristianos. No obstante, los postulados que resulten de las mismas no pretenden obligar a los católicos, sino sólo constituirse en referencia para quienes entiendan conveniente tenerlos en cuenta.

En la X Semana Social Católica, para cumplir su propósito, decidimos apoyarnos en el alto conocimiento que pudieran brindarnos hermanos no católicos, que comparten con nosotros el destino de la nación. Por ello, fueron invitados intelectuales y académicos cubanos de diversas tendencias, residentes en la Isla y el extranjero.

Podría ser un error, sobre todo en este momento histórico, que los católicos cubanos pretendiéramos encapsularnos, y hacernos de una visión particularista sobre cuál debe ser el desempeño nacional. Eso no sería inteligente, ni patriótico, ni evangélico. Integramos esta nación un grupo amplísimo de hermanos que, aunque pensamos de maneras diferentes y tenemos religiones diversas, compartimos un destino común, y por ende sólo juntos podremos lograr un presente y un futuro más grato.

HT: En tu opinión, ¿cuál es la contribución de la Semana Social Católica al futuro de Cuba? ¿Qué rol debe jugar la Iglesia en ese futuro?

Roberto Veiga Gonzalez: El futuro de Cuba debe ser mucho más prospero y equilibrado, inclusivo y participativo. Y esto será difícil si no institucionalizamos el diálogo y la conciliación o reconciliación. La X Semana Social aportó una cuota de institucionalización de ese camino, y ofreció una nueva metodología para tratar la cuestión cubana y su futuro: el encuentro y el diálogo, el perdón y el consenso. Ahora queda promover de manera pluriforme dicha dinámica y dicha metodología, por medio de entidades eclesiales. Las Comisiones Diocesanas de Justicia y Paz muy bien pudieran asumir muchas de esas gestiones.

Sin embargo, el rol de la Iglesia Católica en la construcción de ese futuro puede ser mucho más amplio y delicado. Dado su mensaje religioso y antropológico, su lectura de las perspectivas de la realidad cubana, su presencia durante toda la historia a lo largo de todo el país, el entramado de redes que posee por toda la Isla, así como la limpieza e independencia política que ha alcanzado –sobre todo su jerarquía-, le ha valido para poderse constituir en facilitadora de la debida comunión entre todos los cubanos.

El Gobierno cubano ha aceptado a la Iglesia como interlocutora para resolver la cuestión de las Damas de Blanco y los presos por motivos políticos. Tal vez fuera posible que la Iglesia también facilitara una mayor armonía en otros ámbitos: encontrar la mejor manera para que cada cubano pueda plantear sus opiniones y conseguir el consenso entre todos, renovar las estructuras económicas, y lograr las mejores relaciones con todo el mundo –de forma muy particular con Estados Unidos-.

La Iglesia Católica en Cuba debería asumir tal reto como facilitadora, más que como mediadora, aunque también pueda ejercer la mediación en determinados casos. Dada nuestra realidad, la Iglesia tendría más bien que ayudar a cada cubano, a cada grupo, a cada parte, para que llegue a ser capaz de aceptar al otro y concederle el espacio que merece, así como auxiliar a todos para que logren una reflexión compartida y cincelen la mejor forma de ir integrándose gradualmente de manera inclusiva y armónica. Para ello habrá de procurar la confianza de todos; la seguridad de que cada cubano, cada grupo, cada parte, puede tenerla como madre que está dispuesta a ser fiel a todos y procurar la fraternidad entre ellos.

Por supuesto, siempre habrá quienes no acepten depositar dicha confianza en la Iglesia. Hoy escuchamos críticas, muchas veces ofensivas, por el rol que –parece– puede comenzar a desempeñar. Provienen, por razones comprensibles,  de sectores muy dañados donde abunda el odio y el resentimiento. Ellos necesitan ser sanados, ojalá sean capaces de poner de su parte. Ese será siempre el camino de la Iglesia, de los cristianos, cuando procure la redención de todos, incluso de quienes la agreden. La Iglesia es mucho más fiel a Jesucristo cada vez que transita un camino lleno de cruces y de voces que le gritan como a su Maestro y Señor: ¡crucifíquenlo!