Estudiantes nicas: “Es difícil pensar en volver a Nicaragua”
Tres estudiantes y dos profesionales exiliados cuentan por qué hoy volver al país no está entre sus planes y piensan en un futuro lejos de su patria
Por Iván Olivares (Confidencial)
HAVANA TIMES – Más de seis años después de la Rebelión de Abril de 2018, cuya represión violenta envió a centenares de miles de nicaragüenses al exilio, muchos integrantes de esa diáspora han retomado sus estudios en los países de acogida y al ver que la represión no ha cesado ven cada vez más difícil el retorno a Nicaragua.
Si al inicio el sueño era prepararse para regresar a aportar en la reconstrucción de una Nicaragua en libertad, el paso de los años y la convicción de que la dictadura va para largo, está llevando a muchos de ellos a dejar ese sueño atrás.
“Es que hay de todo. Hay muchachos que ya se despidieron del país y no tienen ninguna voluntad de retorno. Hay otros que están estudiando aquí con la mira puesta en regresar. Como en todo proceso de exilio -y lo hemos visto históricamente- algunos se van a quedar, otros van a volver, pero al final la pérdida fue para el país”, explicó un educador nicaragüense emigrado a Costa Rica.
Se calcula que más de 800 000 ciudadanos se encuentran fuera del país. Más de la mitad de estos salió al exilio cuando el régimen encabezado por Daniel Ortega y Rosario Murillo ordenó reprimir a balazos las manifestaciones de descontento ciudadano que exigían libertad, justicia y democracia,
Flor y Gustavo, dos nicaragüenses mayores de 40 años, ambos con sendas maestrías en Derecho que, a pesar de seguir amando a su patria, optaron por seguir sus vidas (ella en Estados Unidos; él en España), conscientes de que el regreso a Nicaragua no es un suceso que esté a la vuelta de la esquina.
“Yo vivo con la valija debajo de la cama buscando cómo regresar, pero después de tantos años, Nicaragua no se compone. Esto tira una proyección para cualquier cantidad de años. La forma en que el régimen hace las cosas es para que no haya ni la mínima pizca de organización, y solo organizados podemos construir algo de oposición”, dijo Flor, añadiendo que “uno debe estar donde tenga paz”, y aunque ella quisiera que ese lugar fuera Nicaragua, teme que “el nuestro es un sistema fallido”.
Por su parte, Gustavo reconoce que “no me he desapegado de mi cultura, ni me he desapegado de Nicaragua. En mi casa se mantienen las tradiciones nicaragüenses: nuestra comida, el habla… eso lo mantenemos al 100%. Orgulloso de ser nica, pero volver al país para vivir en Nicaragua, creo que no, y no es por desapego, sino porque veo la realidad, y es que la dictadura de Ortega no va a caer”.
De máster en Derecho, a asistente de abogado
Flor es una mujer mayor. Casada. Madre de cuatro hijos. Enamorada del Derecho, y de Nicaragua, país del que tuvo que salir hace tres años cuando arreció la persecución del Gobierno en contra de cualquiera que se le opusiera. Su destino fue Estados Unidos, donde logró establecerse con su núcleo familiar, a la espera de que las aguas amainaran.
Pero las aguas no amainaron. En vez de eso, la situación sociopolítica de Nicaragua se fue deteriorando, al punto que más de 5500 oenegés fueron canceladas, incluyendo centenares de organizaciones religiosas, y gremiales.
Mientras eso ocurría, y ante la necesidad de generar ingresos para apoyar los estudios de sus hijos, se dio cuenta que ella misma tenía que volver a las aulas, porque sus dos maestrías no valen gran cosa en Estados Unidos.
“Aquí es importante certificarse. Podrás tener 20 años de experiencia y cinco títulos de tu país, pero fuera de Nicaragua esos títulos no valen nada. Hay que certificarse y tener un título emitido aquí. Aunque en tu país hayas sido el gran profesional, aquí no tenés ningún reconocimiento”, explicó.
Aunque estaba dudando si a su edad valía la pena volver a comenzar, fue el triste consejo de un exiliado cubano el que la sacó de su duda, cuando le recomendó “que no les pase a ustedes como nos pasó a los cubanos que venimos aquí pensando que pronto nos íbamos de regreso a nuestro país, pasaron 60 años y no lo logramos nunca, así que no hicimos vida aquí ni en nuestro país”.
Así, decidió que eso no le iba a pasar, “y con todo el dolor del alma, decidí estudiar de noche, con recursos económicos que debería dedicar para la educación de mis hijos, y no para la mía”, señaló.
Su meta actual, olvidando su licenciatura y sus dos maestrías nicaragüenses, es una certificación para ser paralegal, o sea, asistente de abogado. “No para ser abogada, sino asistente de abogado”, reiteró con resignación.
Un máster, atendiendo teléfonos
Gustavo partió a mediados de la década pasada a España, para estudiar un máster en Derecho Civil, gracias a una beca que le permitió llevar con él a su núcleo familiar cercano. En 2018, cuando estaba listo para volver con su título bajo el brazo, la familia le recomendó quedarse allá por unos días, a la espera de que amainaran los vientos, pero eso no ocurrió.
Esperando el momento propicio para volver a Nicaragua, los días se convirtieron en semanas y estas en meses, mientras en Nicaragua, la represión se volvía asesinato, las aspiraciones presidenciales pasaban a ser ‘traición a la patria’, y la migración económica se transmutaba en exilio.
Cuando fue evidente que no podría volver pronto, quiso hacer valer el peso de su máster en Derecho Civil, pero le dijeron que tenía que presentar las calificaciones que le permitieron obtener su licenciatura, por lo que se comunicó con autoridades de la Universidad Politécnica de Nicaragua, donde le dijeron que no tenían registros, pero que había otra manera de resolverlo, solo que le costaría 2000 dólares. Él se negó.
Al no presentar esa documentación, no puede convalidar su máster en Derecho. Poseer ese título hace que sea reconocido socialmente, pero no legalmente, porque le da el estatus de ‘letrado’. Se reconoce su licenciatura, pero no le da capacidad para ejercer. “Muestra que tengo estudios superiores, que tengo un máster, pero no puedo trabajar en ello. Trabajo como agente telefónico, y tengo un salario que podría definir como de nivel medio” dice, aunque conoce profesionales con un título similar al suyo, que ingresan 2.5 veces más dinero que él.
Reflexiona que “si volviera a Nicaragua, sería para visitar el país, a mis familiares, pero no me veo insertado laboralmente, porque esta dictadura va para muchos años más. En 2018, 2021, 2022 aún pensaba en volver a Nicaragua. Añoraba tanto regresar, y hoy por hoy sí quiero regresar a una Nicaragua libre, pero ya es muy difícil hacer planes de vivir ahí, porque van pasando los años en el lugar donde estás ahora y uno va haciendo su vida”.
USD 80 000 para estudiar medicina
La universidad en Nicaragua terminó para Chava en 2019, cuando decidió salir del país. Para su fortuna, llevó consigo su certificado de notas de primero y segundo año de Medicina en una universidad privada, lo que resultaría clave para superar los numerosos obstáculos que se le presentaron cuando quiso optar a la educación superior en Costa Rica.
Lo primero fue superar su desconocimiento de los procesos administrativos a cumplir para homologar su diploma de bachiller. Luego, el costo y el tiempo necesarios para viajar a San José para hacer esos trámites, y después, decidir si presentaba el exigente examen que hay que superar para entrar a las prestigiosas universidades públicas costarricenses, o si pagaba los aranceles de una universidad privada.
Relata que ante él se abrieron dos caminos: uno, era trabajar para poder pagar el costo de estudiar en una universidad privada que tenga aranceles bajos y la validación del Consejo Nacional de Rectores, que hace una evaluación para acreditar cada carrera. El otro, aplicar al examen de admisión en una universidad pública, sabiendo lo difícil que es obtener el promedio para clasificar.
“Como chavalos que venimos de universidades donde habíamos cursado uno o varios años de estudios, lo que queremos es retomar nuestra vida universitaria, no empezar desde cero, y cumplir esos procesos, que son muy tardados. Al final yo escogí la universidad privada, pero cuando fui a preguntar por los aranceles, eran cobros estrafalarios. Cinco años de Medicina cuestan entre 25 millones y 40 millones de colones” (cincuenta mil a ochenta mil dólares, aproximadamente).
Decidido a no rendirse, eligió trabajar mientras se le aclaraba el panorama. Cortó café y trabajó como ayudante de cocina en una pequeña comidería, mientras sacaba un técnico en laboratorio químico clínico, pero se dio cuenta que estaba pagando el poco dinero que tenía, para estudiar algo que no le gustaba, y lo dejó.
Luego se empleó por poco tiempo en un Starbucks, donde lo despidieron en un recorte de personal. La llegada de la pandemia de la covid-19 lo encontró en el desempleo, hasta que consiguió un puesto fijo en una cadena de supermercados, que le dio estabilidad laboral y económica para iniciar sus estudios en una universidad que le permitió convalidar 15 de las 25 materias que ya había cursado, y le ofreció suficientes recursos para sufragar el costo de esa inversión.
Ve su futuro en España o Alemania, (países con los que la universidad tiene convenios), o en Costa Rica, pero no en Nicaragua. “Al inicio yo decía que terminando mis estudios yo me regresaba a Nicaragua, pero tenemos la incógnita de cuándo se va a ir el régimen y obviamente no voy a regresar mientras no caiga la dictadura”, asevera.
Si se va a Alemania, y algún día quisiera regresar, no sería a una Nicaragua en conflicto, sino a Costa Rica, pensando en que muchos jóvenes seguirán abandonando el país, y necesitarán apoyo como el que algún día tuvo.
Sin razones para volver a Nicaragua
Sebastián Guevara (17), y Benji (27) no se conocen. El primero es norteño. El segundo, de un municipio capitalino. El muchacho se fue con su madre y hermanos a España. El adulto se trasladó a Costa Rica pero ambos, por distintas razones, tampoco tienen intenciones de volver a afincarse en el país donde les tocó nacer.
Sebastián tenía 12 años, y estaba comenzando sexto grado de primaria, cuando abordó un avión para cruzar el Atlántico junto a su familia más cercana, poniendo rumbo a Cataluña, donde se inscribió en secundaria.
Siente que adaptarse al sistema educativo español fue “muy complicado”, básicamente por el idioma, aunque la institución educativa asignó a todos los alumnos recién llegados a un aula especial de acogida, donde les enseñaron catalán. “Ahí lo aprendimos, y nos fueron guiando durante dos años. Gracias a eso me resultó super fácil estudiar aquí”, relata.
Aunque aún le faltan dos años para entrar a la universidad, piensa que podría estudiar Informática, lo que no está muy lejos de su antiguo anhelo por estudiar robótica. Mientras llega el momento, piensa hacer un curso de cocina, admitiendo que bien podría ocurrir que se dedique a eso.
Benji dejó atrás sus estudios de técnico en Contabilidad, sus dos años de Derecho en una universidad pública en Nicaragua y su empleo en una entidad del Estado, para evitar las previsibles sanciones que podía sufrir de parte de las autoridades partidarias de su centro laboral, en represalia por su carácter insumiso frente al régimen.
A casi dos años de permanencia en Costa Rica, le tocó trabajar en construcción y en servicio al público, y aunque esas ocupaciones están lejos de las hojas de cálculo y los libros de leyes a los que dedicaba su atención antes de salir del país, “cocina” la meta de estudiar Derecho en Costa Rica, a sabiendas que una licenciatura en esa especialidad del conocimiento le es inútil en Nicaragua.
De todos modos, regresar a Nicaragua no es una opción, ni para Sebastián, ni para él.
El muchacho, porque no se siente cómodo con la idea de volver para adaptarse a una realidad económica distinta, pero también porque “siempre me vi trabajando aquí en España”.
El adulto, porque siente que desde Costa Rica puede apoyar más a sus hermanos y hermanas, que si regresa a Nicaragua, y no descarta ayudar a que sus sobrinas también emigren a ese país “para que tengan mejores oportunidades que yo”.