El brazo largo de la policía política cubana

Amelia Calzadilla, en la casa donde reside con marido y sus tres hijos en España. (14ymedio)

Por Yaiza Santos (14ymedio)

HAVANA TIMES – Intentando violar los 7.500 kilómetros de distancia que hay entre La Habana y Madrid llegó la semana pasada un mensaje de la Seguridad del Estado para Amelia Calzadilla y su marido, Antonio Díaz. Ambos están regulados y no podrán volver a Cuba. La comunicación no llegó por correo ordinario o por e-mail, en papel membretado, con sello oficial y firma competente. Era un simple whatsapp del mayor Luis, el agente de la policía política que atendía a la pareja hasta que salieron de la Isla, ella con sus tres hijos el mes pasado, él en septiembre.

Amelia lo cuenta a 14ymedio casi al final de una conversación que tiene lugar entre su casa y un paseo, en el tranquilo pueblo de las afueras de Madrid donde vive ahora la familia, y, por primera vez, se le nublan los ojos: «Ellos saben que es muy duro castigo, porque yo no tengo a nadie en España, toda mi familia está en Cuba». Pero enseguida se repone: «Es duro, pero nada, es el castigo por decir la verdad».

Para ella, la decisión de la policía política fue el resultado directo de la transmisión en redes que realizó el pasado 10 de diciembre, en la que, una vez más, se solidarizaba con otras madres dentro de la Isla que no tienen cómo alimentar a sus hijos y denunciaba no solamente los manejos económicos que tienen sumida a la Isla en el desastre sino las mentiras del régimen «que ya no se cree nadie».

«Les estaba hablando a las madres, y a ellos ese discurso empático que logramos tener las mujeres, en especial cuando somos madres, esa sensibilidad que hay en la palabra cuando tú eres madre y otra madre te entiende y tú puedes ponerte en su lugar, eso los aterra, y entonces toman este tipo de medidas», se explica.

Serena y pausada, Amelia Calzadilla difería mucho en ese video de aquella otra que, en junio de 2022, desde su casa del municipio de Cerro, prendió con su indignación la esperanza de una nueva protesta ciudadana en Cuba. Había pasado casi un año de las masivas manifestaciones del 11 de julio, y la desazón se había instalado en la Isla luego de la represión y el éxodo masivo abierto vía Nicaragua como una válvula de escape. Y ahí estaba esta madre de tres niños pequeños, criada en pleno Período Especial y licenciada en Lengua Inglesa, fuera de sí, cantándole las cuarenta a los más altos funcionarios del Gobierno por no cumplirle al pueblo al que tanto tienen prometido servir.

Enseguida se hizo objetivo de la Seguridad del Estado, que intentó desprestigiarla a través de la prensa oficial. «En espacio de 72 horas, con toda la campaña de descrédito que crearon en mi nombre, yo me vi obligada a hacer una segunda directa para reivindicar mi imagen, porque no tenía ningún sentido lo que estaba pasando».

Después de eso, fue citada en el gobierno municipal de Cerro por las autoridades. Al salir de la reunión, en aquel entonces, aseguró que simplemente le prometieron dar solución a sus problemas con el abastecimiento de gas. Ahora, en este exilio que no buscaron pero que agradecen, tanto Amelia Calzadilla como Antonio Díaz, sentados en el comedor de su casa, cuentan qué pasó de verdad aquel día. «Ahí se habló de todo menos del gas», arranca Antonio. «Fue, de manual, un interrogatorio de la inteligencia. Había un representante del Ministerio de Energía y Minas y todos los demás eran militares vestidos de civiles».

«No tuvieron cuidado de mostrarme que estaban ahí, porque ellos necesitaban intimidarme», prosigue Amelia, quien, como hija de militar, estudió el preuniversitario en una academia del Ejército y «reconocía el patrón».

Antes de llegar al edificio del gobierno municipal, donde les sorprendió la cantidad de periodistas extranjeros apostados al frente, ya notaban algo extraño. En el populoso barrio donde viven, esa mañana no había un alma. «Tenían un dispositivo policial, las calles cerradas», relata Antonio, quien recuerda también «un camión de tropas especiales y una cadena de policías en la avenida».

Aquella «conversación» fue, asevera Antonio, «para hacerle un perfil psicológico». Como saben los cubanos que han sido sometidos a acoso y represión dentro de la Isla, esos primeros acercamientos transcurren de manera tranquila, y con los citados se juega a ser policías buenos. «Tú lo que estás es confundida», repite Amelia sobre lo que le dijeron. «Tu problema es una confusión ideológica, pero evidentemente tú no estás en contra de la Revolución». Era, repite, «de manual»: «Nunca hay un reconocimiento de los problemas que tiene el país, porque sería sucumbir a la idea de que el socialismo no resuelve los problemas sociales de una nación».

Con todo lo claro que tenía el panorama, Amelia, sin embargo, confiesa que no estaba preparada para el papel que, sin querer, ya representaba. «Me consideraban automáticamente como opositora y yo misma no me veía así, sino como una persona inconforme con la realidad económica y social que estaba viviendo el país», dice. «También por un problema de madurez en términos de política. Nadie empieza como empecé yo, así, sentada delante del teléfono, dando gritos».

Aquella intimidación, como fuera, logró su objetivo, y Amelia no volvió a hacer una transmisión en varios meses. En octubre siguiente, volvió a hacerlo, denunciando que las autoridades estaban intentando incriminarla falsamente por robar la electricidad de unos vecinos. Ese motivo solo fue la gota que colmó el vaso. En el tiempo que estuvo «en silencio», les pasó lo que ella llama «acciones desafortunadas», que no eran «nada en concreto» pero que «no podían ser casualidad».

Después del interrogatorio en el gobierno de Cerro, toda la familia cayó enferma de covid-19. La pareja está convencida de que entre los que asistieron a la reunión, había gente con el virus a propósito. Como consecuencia, Amelia desarrolló neumonía. Más tarde, en un barrio donde no había casos de dengue, dos niños y ella lo pasaron. Amelia, con la variante hemorrágica, lo cual la tuvo con el hígado inflamado medio año. «Cada vez que iba una visita del gobierno, nos enfermábamos», asegura Antonio. «Y ya lo último fue la contaminación del agua de la cisterna», le sigue Amelia, que vio cómo los niños cayeron con gastroenteritis. «Estando convaleciente de la hepatitis, vienen a la casa los trabajadores de la compañía eléctrica a acusarme de que yo estaba robándome la luz de unos vecinos y dije: ya esto es suficiente».

En aquella directa en la que retomaba las denuncias, contaba también que estaban intentando ponerle trabas para viajar a la ciudad española de Salamanca, a cursar una maestría de traducción para la que había conseguido una beca. «Ese fue uno de los eventos desafortunados en los que yo creo que tuvieron algo que ver», narra Amelia. Para esos estudios, se había examinado antes de hacer cualquier directa. Una semana después de publicar su primer video, se publicaron los resultados: había salido seleccionada. Al ir presentando toda la documentación, vinieron los problemas: «Primero, el Consulado de España no me mandaba credenciales para poder solicitar el visado, se tardaron como dos meses, y cuando me llegan las credenciales para ir a la cita de visado, con todo demostrado, arraigo familiar, la carta de la universidad, todo, me denegaron el visado. Muy raro».

De igual manera, tanto para Antonio como para ella se iban cerrando puertas laborales. «Yo tenía la posibilidad de seguir trabajando con particulares, pero a ninguno de los dos nos contrataban, siendo los dos profesionales –él es licenciado en Economía, yo traductora–. Nadie nos quería dar trabajo porque tenían mucho temor de señalarse delante de la Seguridad del Estado». Lo decían explícitamente, precisa: «Preferimos darte el dinero en la mano que darte trabajo, porque ya a nosotros vinieron a tocarnos la puerta y preguntarnos que por qué tú vienes tanto aquí, que a qué tú vienes».

En este punto, Amelia vuelve a indignarse: «Si de verdad hicieran un trabajo de vigilancia, sabrían que las personas no están en nada, que no están asociados a nada, que sencillamente están desencantados, que están decepcionados, que no pueden más, que llega un momento en el que dicen esto es insostenible y hay que cambiarlo, inevitablemente».

Paralelamente, a la joven madre empezó a atacarla con fuerza la parte más estridente del exilio en Miami, especialmente el influencer Alexander Otaola, aún no sabe bien por qué. «Afecta mucho la crítica cuando es injusta», se sincera. «Hubo opositores que me agredieron porque yo tenía que tomar una postura, aquello de decir o estás conmigo o estás en mi contra», lo cual, a su juicio, «es un error». Con todo, no era su intención confrontarse con el activista. «Fue sin querer. No era mi intención atacarlo a él, pero bueno, ya pasó. Él se había metido conmigo en otras ocasiones. Y mira, si yo no le iba a aguantar las majaderías a Díaz-Canel, que podía ponerme en una reja, ¿se las voy a aguantar a Otaola?».

No estaba dispuesta a callarse. Directa a directa, su postura «ya empezaba a ser un poquito más clara». Y fue perdiendo el miedo, hasta que publicó un video en el que se solidarizaba con Nelva Ortega, esposa de José Daniel Ferrer, y pidió fe de vida del líder de la Unión Patriótica de Cuba, preso desde el 11J.

«Yo ni siquiera conocía de la situación de los presos políticos el día que yo hice mi primera directa», confiesa. «Yo empiezo a conocer de los problemas de derechos humanos asociados a la ideología dentro de Cuba después».

Y explica: «El mismo clima social y económico te impide poder conectar con otro tipo de mentalidad, poder analizar todos los problemas legales que tenemos, los problemas de derechos humanos, de libertades, de libertad comercial. No lo puedes pensar porque estás todo el tiempo pensando ‘tengo que comprar pollo, tengo que comprar pollo, tengo que comprar pollo’. Esto también es un mecanismo para entretenerte. Esa absoluta miseria es un mecanismo para mantenerte controlado, porque estás en lo básico. No puedes pensar más allá».

¿No hubo personas que se acercaron a Calzadilla después de sus primeras transmisiones para unirse a alguna causa opositora? «Hubo personas, sí, pero a título personal, no organizaciones», responde. «Mi buzón privado estuvo colapsado muchísimo tiempo, de mensajes de todo tipo. De personas que querían ayudarme, mandarme dinero. Yo me negué inmediatamente a que cualquiera me diera un peso porque no sabía de dónde venía ese dinero. Además, yo no estaba pidiendo dinero. Era un mensaje que también intentaba transmitir al pueblo de Cuba: el problema de nuestra sociedad no guarda relación con el nivel adquisitivo».

Antes de aquel video solidarizándose con Nelva Tamayo, refiere, sí se extrañó de que no fueran nunca a buscarla: «Yo creo que era un rejuego muy inteligente. Por una parte, demostrar a los opositores que yo podía estar jugando a dos puntas y eso me desacreditaba delante de la oposición. Por otra parte, tenía el objetivo de desmentir la imagen de que ellos atacan a los que se oponen».

Pero Ferrer son palabras mayores para el régimen, que le puso un hasta aquí a Amelia Calzadilla. No la detuvieron primero a ella, sino a Antonio, en la calle, por una supuesta irregularidad con el coche que manejaba. Mientras a él lo retenía el mayor Luis en la cuarta unidad de Cerro, a ella, que ya había avisado en redes que iba a buscar a su marido, la detuvieron a dos cuadras de su casa. «Me tiran así, al bote, literal, un carro de patrulla, un operativo, vaya, de Osama bin Laden». Amelia lo toma con humor, pero su relato no oculta la violencia.

«Cuando a mí me llevan detenida, mi mamá insistió en ir conmigo. Había muchas historias de personas que decían que desaparecían a los familiares y a ella eso la aterraba. De hecho, fue mi caso. Todo el mundo sabía que iba para la cuarta unidad de Cerro, pero mi familia llamó a todas las estaciones de policía, a todas, y en todas les dijeron que no tenía ningún reporte de detención sobre mí. A mí me llevaron para una unidad en lo más lejos que ellos encontraron. Si hubieran podido llevarme para Matanzas, me hubieran llevado para allá. Gastaron el combustible del mundo y más dando vueltas por toda La Habana».

A todo esto, su padre se presentó en la unidad donde estaba Antonio. Al viejo militar, «un roble de 82 años», como lo describe Amelia, sí le dijeron la verdad, aunque solo a medias: «Ella está detenida. Tuvimos que moverla de aquí porque se le ocurrió publicar en las redes sociales que ya venía para acá». Nada que ver con lo que había pasado porque ella nunca llegó a la unidad de Cerro.

Donde la tenían retenida, la encerraron en una celda mientras entretenían a su madre. «No me dijeron nada, ni la causa por la que yo estaba detenida, ni si estaba arrestada. Claro, no podían ponerme en una cárcel porque no tenían una orden de arresto en mi contra. Me ponen en una celda muy desagradable, porque era un pasillo que tenía calabozos con hombres. En mi celda estaba sola, pero enfrente tenía un hombre que se estaba masturbando. Siempre te queda aquello de que no puede ser casual».

Cuando les pareció que era suficiente encierro, la llevaron a una oficina, donde empezó lo que no llama conversación ni interrogatorio, sino «proceso de intimidación».

Intentaba mantener una actitud flemática, pero por dentro se reconcomía. «Yo me decía Dios mío, si de aquí no salgo hoy, qué le van a decir a mis hijos. Si yo caigo en una cárcel, voy a marcar a mis hijos de por vida, porque en Cuba la familia del preso queda vetada. Cómo exigirles que sean buenos seres humanos y a la vez explicarle que por ser buen humano estoy presa. Esas cosas pasan por la mente de uno».

En la oficina, con todos los rodeos y circunloquios a los que son afectos, le dieron a entender que con su discurso público estaba «convocando a las personas para un paro nacional», lo cual podía suponer un delito de «instigar a delinquir». Es decir, si seguía con sus directas, acabaría en prisión. Antes de salir, la obligaron a firmar un documento poniendo de su puño y letra a lo que ella se comprometiera.

«Yo no quise ser sarcástica, pero el idioma sirve para eso. Les puse que yo me comprometía a mantener la misma conducta social que había tenido toda mi vida. A ellos les frustra mucho la ambigüedad. Yo sé que los mata, porque es el margen que te da la inteligencia para burlarte de ellos, y eso los pone muy mal».

La dejaron salir a las seis de la tarde y la llevaron a casa. «En un carro militar. Imagino que lo hicieron también con el objetivo de sembrar la duda en los demás de para quién yo trabajaba. Después de eso vino una secuencia de llamadas que supuestamente tenían el objetivo de demostrar que ellos estaban en toda la disposición de ayudarme con cualquier problema que yo tuviera, pero era algo muy grotesco, porque yo sabía que era un mecanismo de control, de asedio. Y así fue hasta que me fui».

La detención fue el punto de no retorno. «De alguna manera, se te empieza a quedar un poco chiquito y te empiezas a sentir un poco solo también. Te decepcionas, porque sientes que solo tú te estás poniendo en riesgo».

Antonio acababa de conseguir la nacionalidad española por la nueva Ley de Memoria Democrática y toda la familia empezó a presionar para que se alejaran, sobre todo por los niños. «Ya desde antes, con el tema de que no podía trabajar, lo habíamos pensado, pero yo no quería irme de Cuba. De hecho, he sufrido mucho irme de Cuba, mucho. Hay días que me levanto, miro para el techo y digo qué yo hago aquí. Me devuelve la certeza de que tenía que emigrar ver a mis hijas, que adoran este país, que son felices».

Amelia ve retozar a sus hijos en el parque: «Yo creo que ellos todavía no logran entender que esto es para toda la vida, que no es un paseo». (14ymedio)

En la puerta de la escuela, un recinto de gran tamaño, con varias puertas y edificios, música para animar la salida de los niños, se acerca a saludarlos otro padre cubano. Y es que si llegaron a este pueblo, pequeño y lejano del centro de la capital, rodeado de viñedos y olivos, con una iglesia renacentista, fue por un connacional amigo de Antonio, que llevaba viviendo aquí más de diez años. Como suele suceder con los movimientos migratorios, en el lugar hay una gran comunidad de ciudadanos de la Isla. «Cuando llegué aquí, para mi sorpresa, los cubanos de la escuela me conocían de las redes», cuenta Amelia con una sonrisa. «Me vieron y enseguida me dijeron ‘mija, pero qué tú haces aquí, te vamos a ayudar’, y me ayudaron con todo, a instalarme».

Hay cosas de España con las que queda «perpleja», como la escuela a la que van sus hijos, de casi 10, 7 y 4 años. «Es una escuela pública donde no hay un chantaje por ser pública», explica, porque en su país «hay un proceso impositivo de la ideología». Al respecto pone un ejemplo con gracia, el día que su primogénita, estudiando historia, le preguntó: «Pero mami, ¿quién llegó primero a Cuba, Cristóbal Colón o Fidel Castro?».

La seguridad es otro de los elementos fundamentales por los que se alegra haberse ido. Lo comenta con gracia mientras camina delante de ella un agente nacional: «La Policía aquí es otra cosa. Además, para mí que los seleccionan en un casting de modelaje». ¡Y la Navidad! «Es tan bonito cómo lo vive la gente y adornan todo, independientemente de que crean o no».

Saliendo de la escuela, los días que Antonio tiene libre en su trabajo –es dependiente en un estanco (una tienda de tabaco y cigarrillos) en el centro de Madrid– los cinco van al parque antes de comer. Amelia los ve retozar: «Yo creo que ellos todavía no logran entender que esto es para toda la vida, que no es un paseo, porque a veces dicen ‘ay, mami, esto para llevarme para mi cuarto de Cuba'».

Hace un día precioso. «El día que yo llegué había un sol así, tan bonito, pero a la vez había un frío», y repite lo que le dijo a su madre por teléfono: «Mami, en España el sol es un bombillo amarillo: alumbra pero calentar, calentar, nada». Cuando Amelia habla de su madre, se le entristece el semblante. «La extraño mucho y ella a mí también. Yo soy hija única y mi mamá es una madre muy devota. No es que no tenga posibilidades de traerla, es que de momento no puedo, incluso por un factor económico».

¿Cuáles son los planes de Amelia Calzadilla a partir de ahora? Quedarse en España y, cuando tenga los permisos oportunos, trabajar de traductora, su especialidad. ¿Y ser activista? «Quiero hacer por Cuba, lo que pasa es que el cómo todavía me cuesta, porque tengo una profunda ignorancia de cómo funciona el mundo».

Amelia, con toda seriedad, habla del daño psicológico que causa una dictadura, un daño del que «pocas personas hablan, que es incluso más cruel que cualquier otro tipo de daño que te hagan», y que es el responsable de una inseguridad casi antropológica. «A mí me ha afectado. Yo soy una profesional, en un país que no es de habla inglesa, donde tengo oportunidades, porque no muchas personas hablan inglés, y aun así, me cuesta creer que pueda desempeñarme en esta sociedad como una profesional. Pienso en muchas ocasiones que a pesar de cualquier capacidad intelectual que pueda tener, voy a terminar limpiando pisos y ventanas. Te hacen dudar de tu capacidad. Y luego te mantienen en una ignorancia en tantos sentidos, que salir al mundo es como caminar por primera vez solo. Yo así me siento, como que estoy aprendiendo a caminar sola».

Antonio, que no ha sido una persona pública, no ha dejado de estar presente en la conversación, como el equipo familiar que se observa que forman. Antes de despedir a 14ymedio, enseña los mensajes intercambiados con el mayor Luis, que evidencian, por un lado, la agresividad de un opresor y, por otro, el triunfo de un ciudadano libre. Al fin y al cabo, más que 7.500 kilómetros y un largo vuelo sobre el océano, la distancia entre La Habana y Madrid es el abismo que va de la angustia y el arbitrio de una dictadura al alivio y la confianza de un país en democracia.

Lea más desde Cuba aquí en Havana Times.