De la ley al duro-frio

Por Osmel Almaguer

Edificio en restaruración.

HAVANA TIMES, 16 oct. — Entrevista realizada a Luis Medina Saldívar (43 años) natural del municipio capitalino de La Habana Vieja.  Técnico Medio en Construcción Civil.  Trabajó durante 19 años como inspector en la Dirección Municipal de Vivienda de la Habana Vieja (DMVHV).

¿Luis, porqué nunca has ejercido la construcción civil?

Bueno, Osmel, esa pregunta me la han hecho ya tantas personas… Cuando me gradué De Técnico Medio enseguida me cogió el servicio.  Salí con 20 años.  Mi padre había fallecido cuando yo todavía era un niño, y mi madre, que nunca trabajó, nos mantenía con la pensión de su viudez, y alguna que otra costura que hacía para la calle.  Así que la universidad no era una opción para mí, pero la construcción civil tampoco me gustaba.  La había pedido para no quedarme sin carrera.  Por aquella época Julito, el vecino de al lado, trabajaba en la DMVHV, y me dijo que en su trabajo estaban ofertando cursos para inspectores.  Me presenté, aprobé, y eché raíces en ese lugar.

¿Cómo fueron esos primeros años de trabajo?

Desde el primer momento recibí el apoyo de todos mis compañeros.  Era el año 1987 y todavía, aparte de los inevitables problemas que hay en todo centro de trabajo, la gente, en general, era solidaria y seria.  Aprendí mucho.  Ingresé en el Comité de Base de la Unión de Jóvenes Comunistas (UJC) y traté siempre de hacer lo correcto y llevarme bien con todos.

No era difícil para alguien como yo, educado en los más estrictos principios de honestidad y justicia, insertarse en aquel colectivo, pues las injusticias y delitos eran rápidamente denunciados por cualquiera, y las medidas disciplinarias cumplían su función.

Dices que cumplían, ¿es que acaso eso cambió?

Y la culpa la tuvo el período especial.  Cuando llegaron los 90 de pronto robar no era malo.  La gente que robaba decía que estaba “luchando.” Es verdad que para mantenerse en esos primeros años había que volverse un mago, y lo más fácil era echarle mano a lo que teníamos cerca.  El dependiente comenzó a robar en el mercado, el policía a permitir delitos a cambio de dinero o sexo, y así sucesivamente, todo el mundo se empezó a corromper.

En mi trabajo pedían dinero por agilizar los trámites, o por realizar acciones ilícitas, o se vendían casas ilegalmente por parte de los directores.  Todo el mundo, te repito, estaba en el negocio.

¿Y en ti, qué fue lo que cambió?

Nada, o casi nada, porque en realidad mi madre y yo comenzamos a pasar mucha hambre, y a veces me sentía culpable por no hacer como los demás, pero es que siempre había una voz dentro de mí que me impedía corromperme.

¿Cómo lograbas subsistir?

Es cierto que lo que daban por la libreta de abastecimientos apenas alcanzaba para malcomer una semana, pero nosotros resistimos.  A veces mi madre vendía alguna pieza de ropa hecha por ella misma, y así íbamos subsistiendo.

Vendedor de pan.

Los otros inspectores aceptaban regalos de los arrendadores de viviendas, y yo les aconsejaba que no lo hicieran.  Ellos se cuidaban de que los viera haciéndolo, porque sabían que yo no entraba en aquello.

En 1997 ingresé en las filas del Partido Comunista de Cuba (PCC).  Sabemos que sus miembros están obligados a denunciar lo mal hecho.  Por esos años la gente rescató un concepto anterior al 59, el del “chivato” (soplón).  A los chivatos les daban una paliza.

¿Denunciabas el delito sin temor a ser atacado en alguna oscura entrecalle?

La corrupción estaba tan generalizada que era imposible luchar contra ella exitosamente.  Había lo que se le conoce como “clan.” Grupos cerrados de colegas que negocian ilegalmente abusando del poder que les confiere la institución.  A mí, en primera instancia, me dolía todo aquello, y sabía que la mayoría de aquella gente corrompida no era mala en el fondo.  No me podía pelear con todo el mundo.

Así que trataba de sobrellevar la situación denunciando solo lo imprescindible, cuando el caso fuera realmente serio, y tratando de estar ausente de los lugares en los que se incurría en ilegalidades.  No obstante eso, me gané la fama de chivato, y tuve entre mis enemigos, incluso, a muchos jefes.

¿Y porqué pides la renuncia en el 2006?

A pesar de ser tan joven aún, me sentía cansado.  Los años 90 me habían desgastado la salud, que nunca fue demasiado buena.  Además, hubo un director que se encarnó en mí y no paró hasta sancionarme.  Entonces lo pensé y me decidí.  Después de cumplir la sanción pedí la baja, y más nunca he vuelto a pisar la DMVHV.

¿Y entonces?

Se me ocurrió que podía sacar una licencia de cuenta-propista y vivir más cómodo vendiendo cualquier cosa en la casa.  Me quedaba un amigo en la ONAT que me resolvió una licencia de vendedor de alimentos ligeros.  Así que aproveché que en la escuela primaria que queda al frente de mi casa lo niños casi nunca tienen una merienda fuerte.  Lo primero que se me ocurrió fue vender duro-frío.  Y no creas, que no me ha ido nada mal.