Violencia vs. Educación
Caridad

Ya comentaba sobre las posibilidades de ser asaltada en Caracas, como en muchas otras ciudades, no es algo único de esta capital. Las primeras noches el sonido de las armas de fuego rebotaban en cada pared de mi habitación, como si fuese la mejor manera de darme el recibimiento.
Hace par de semanas que no escucho más esa amenaza, aunque sé que en otras zonas la violenta música no cesa. Es algo sobre lo que me aconsejaban antes de llegar, después de estar aquí, día tras día: Ten cuidado.
Aunque nunca, hasta ahora, he pasado ningún susto, personas que conozco sí han sido asaltadas, por suerte sin otras pérdidas que algunas prendas y dinero.
A pesar de todo esto hay algo que no deja de ser contradictorio: no respiro violencia en las personas de esta ciudad.
Desde que salgo de mi apartamento encuentro Buenos Días por donde quiera, en el ascensor, en el loby del hotel (que, por cierto, no es para turistas), en cualquier centro comercial.

Si subo al metro nunca logro ver una persona anciana que viaje de pie, y no es casualidad. A los ancianos se les da un tratamiento especial, al menos en el metro no pagan transporte. Dentro de los vagones no hay ninguna señalización, encima de un asiento, que indique que es para embarazadas, minusválidos o ancianos: cualquier brinda su puesto sin pensarlo una sola vez.
En las avenidas, aunque los autos son demasiados y no tan respetuosos de las leyes del tránsito, suele cederse el paso a los de a pie, o entre ellos mismos, a pesar de los largos embotellamientos que pondrían frenético a cualquier chofer cubano.
Últimamente en las calles, tiendas, guaguas o cualquier sitio donde se amontonara gente en La Habana, se respiraba cierta violencia, a veces contenida, a veces no. Un simple tropezón entre dos personas derivaba ocasionalmente al menos en una “mala cara.”

Aquí se hizo notar la diferencia cuando en los tumultos tropezaba con alguien y me aceptaba las disculpas si no con una sonrisa, al menos con delicadez.
Me sorprende cómo en una ciudad pueden convivir altos niveles de violencia y otros tantos de educación cívica. Porque en los cerros también sucede así. Hasta ahora no he visto a nadie molestando a otro con le humo de su cigarro. Pero conozco a un muchacho que ha dormido varias veces bajo su cama, para escapar del fuego cruzado de las pandillas.
La pequeña y gran Caracas sigue siendo un enigma, un gran laberinto a conocer, sin importar mucho el punto exacto por donde poder escapar de ella.